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De repente todos encontraron la paz interior, el trabajo de sus vidas y el camino del éxito. Es una especie de secta ‘buena vibra’ que madruga a meditar y a luchar por sus sueños. Tanta divinidad confunde, la gente piensa que tener un empleo y viajar a la costa es sacarse la lotería. En Colombia la pasamos tan vacíos que cualquier paseo a Palomino nos llena el alma y así no es.

No es justo presumir tanta felicidad. Maximizamos los pequeños momentos cotidianos al punto que tomar una michelada se volvió una bendición: “la vida que merecemos”. No sé, pero si comparamos nuestras vacaciones con las de Gianluca Vacchi deberíamos ser un poco más humildes y mucho más ambiciosos antes de pensar que estamos en el cielo solo por almorzar en El Tambor o bailar en Estéreo Picnic. Debe ser cuestión de autoestima o alguna tara, pero en mi caso tengo un empleo digno, salgo con alguien que me hace feliz y viajo cada vez que puedo y aun así siento que algo falta. No podría presumir de la perfección de la vida. Acá todavía descuartizan gente, tenemos una capital sin metro y dentro de poco el Iva será del 19%. ¿Quién puede decir que todo va perfecto cuando el país pinta tan mal?

Una amiga que regresó hace poco del extranjero dice que en Colombia nos conformamos con nada pero en Instagram logramos vender la idea de que se trata de mucho y por eso creemos que hacer yoga, trabajar y tomar un coctel el fin de semana es sinónimo de exclusividad. Es relativo, dice, nos falta conocer otra clase de felicidad a ver si dejamos de sobreactuarnos con los platos de comida de cualquier restaurante.

No tengo nada en contra de quienes suben fotos diciendo que la vida les sonríe todos los días pero deberíamos bajarle al ego y al exhibicionismo. Aceptar que a veces no podemos dormir porque todavía no soltamos el pasado y llevamos rato esperando esa llamada que no llega. Y que odiamos a nuestro jefe, al vecino, a nuestra pareja, al árbitro del partido, al taxista, al niño de la esquina. Hay que reconocer que de vez en cuando se nos viene el llanto sin razón. Me pasa a veces: me suelto a llorar y no sé por qué, es como si me cansara de fingir y de aguantar. Todos llevamos un nudo ahí y por eso es imposible andar sonriendo en todas las fotografías. Somos buenos actuando pero hay domingos en que nos gana la vida que está lejos de ser perfecta.

Hay muchas cosas que van mal y no me refiero al sistema de salud, la reforma tributaria o al acuerdo de paz. Dentro de cada uno hay heridas sin cauterizar y no está bien ocultar un lado y publicar solo el otro. Un día hay que mandar todo al carajo, insultar a la vida, reconocer las frustraciones y dejar de fingir que somos bendecidos y afortunados porque Dios nos da todo. No merecemos tanto, no exageren.

 

Jorge Jiménez 

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