Una forma de reconocer a un cinéfilo es pasar por su videoteca personal y encontrar, perdidas entre centenares de títulos, más de una decena de películas compradas y aun sin desempacar. Es muy probable que, por lo menos una vez, alguien haga el comentario de «¿Y para que compra una película que ya vió?».
Dejar de comprar una película porque ya se vió una vez, sería como dejar de comer un helado del sabor predilecto, sólo porque ya se había probado. La historia que una película cuenta es sólo una pequeña parte del manjar que consume con placer el buen cinéfilo. Detrás de la historia vienen los símbolos, los diálogos dicientes, los subtextos de los personajes y, más allá del discurso intelectual, el placer que producen ciertas imágenes y sonidos.
Todos tenemos alguna escena que podemos ver muchas veces y disfrutar siempre. Todos tenemos algún personaje que siempre nos saca una carcajada. Todos tenemos un momento o un diálogo memorable que nos conmueve hasta las lágrimas. Ver una película, como leer un libro, no consiste sólo en conocer la anécdota que se cuenta. Una y otro son una experiencia que entra por los sentidos y que, si nos gusta, queremos volver a experimentar una y otra vez.
Muchos cinéfilos llegan a aficionarse tanto que repiten muchas veces la misma película, se aprenden sus diálogos y se disfrazan como su personaje favorito para asistir a funciones de culto en algún teatro en donde pueda participar del ritual del cine. Algunos no llegan a tanto pero sí les gusta conservar las películas que más disfrutan para revisitarlas de vez en cuando o sólo para tenerlas ahí, disponibles, para cuando quiera repetirlas o compartirlas con alguien, otro gran placer cinéfilo.
La primera vez que se ve una película todo es sorpresa, emoción y perplejidad; hacemos un viaje fantástico en compañía de los personajes y, junto con ellos, vivimos la historia palmo a palmo con la incertidumbre de quien no sabe exactamente a donde llegará. La primera vez, la oscuridad del cine es nuestra aliada y el aislamiento la mejor de las sensaciones. Liberados de presiones, la segunda vez nos permite el reposo, la comodidad y el disfrute de quien conoce el enigma y puede disfrutar lo que se perdió la primera por estar pendiente del desarrollo de la historia.
Si la segunda vez ocurre muchos años después de la primera, se convierte en un acontecimiento. Se trata de una experiencia nueva, como quien visita de nuevo aquella ciudad en la que pasó momentos felices. Todo se ve igual y al mismo tiempo distinto. A pesar de ser la misma, la película cambia porque los ojos que la miran ya no son los mismos.
La ansiedad del cinéfilo suele convertirse en obsesión y es ahí cuando se compran más películas de las que pueden verse, se adquiere varias veces la misma o se consigue material que a la larga terminará regalándose a alguien. El otro riesgo es la vocación de videotienda que se adquiere: Vecinos, amigos, familia y compañeros de trabajo terminan tarde o temprano desfilando por la videoteca para pedir prestada alguna «películita para plan arrunche de fin de semana» que muchos de ellos nunca regresarán, amparados por la falta de control del cinéfilo.
Las películas que vale la pena conservar muchas veces no pasaron por la cartelera comercial y son auténticos tesoros de coleccionistas que no se encuentran fácilmente y que sólo aparecen en un par de tiendas semiclandestinas, sitios de reuniones improvisadas entre los individuos de esta especie. Muchos de los cinéfilos no se sintonizan aun con la descarga de películas en Internet, como tampoco se acostumbran al video digital supernítido que reemplazo los rayones y el parpadeo del celuloide. Hay un cierto romanticismo en el cinéfilo y cierta nostalgia por los clásicos (que, seamos honestos, son aquellos que uno vió en los primeros años de cinefilia, los clásicos son generacionales).
Así como una biblioteca habla de un académico, una videoteca dice mucho también del cinéfilo que la ha construido. Siempre hay una línea, una preferencia, que escasamente cumple con los gustos del grueso del público, aunque siempre hay alguien que encuentra un buen título para «plan arrunche de fin de semana».
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