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Hace pocos días, una exigencia extraña ocupó el escenario político nacional. El despelote electoral organizado con eficacia por el registrador Vega nos hacía reír a mandíbula batiente, cuando el dichoso mandato hizo su repentina aparición. 

Aunque de tinte uribista, este se dejó examinar. Tras estudiarlo, expertos opinaron que esta exigencia es el grito de un Uribe impotente ante la cruda verdad: que ya no queda nada de la larga eternidad presidencial que le regaló Iván Duque. 

Otros creen que es un tortazo asestado por la mano dura de Uribe; y han sugerido que quizás sea el último, pues la dureza de esa mano se está acabando a la velocidad con que al Centro Democrático se le esfuman votos electorales: dos millones por evento. 

Publicada en Twitter, la exigencia dice: “Dr. Petro, gánese las elecciones, no pretenda robárselas…”. 

Lo dicho: un tortazo dado por Uribe: un hombre cuyos nietecitos, en un alarde de madurez mental y por decisión unánime, optaron por meterlo en la benemérita categoría de abuelito lindo. Y todo ello con la intención precoz de apartarlo de la política. 

El mandato llegó al fin a su destino. La mejilla izquierda de Petro acusó el golpe. Como fue incapaz de poner la otra, él determinó que, en respuesta, alguien debía propinarle una firme lección de humildad a Uribe. 

Al cabo de una larga búsqueda dentro de la Colombia Humana, Petro acabó por escogerse a sí mismo para dar la lección, y empezó a prepararla. 

Se enteró de que precisaba de de humildad y de cinismo, dos virtudes que se han negado siempre a servir de adorno de su personalidad política. Las consiguió, sin embargo. Gustavo Bolívar le cedió parte de su humildad, y Roy Barreras, su cinismo. Ambos en calidad de préstamo. 

La lección no va más allá de esta breve declaración pública de Petro: 

“El doctor Uribe se quedó corto esta vez. Examiné los más de cuatro millones de votos que obtuve en las elecciones pasadas, y hallé algo que debo aceptar en forma humilde: todos ellos muestran ese semblante triste y taciturno de las cosas robadas. 

“Luego, doctor Uribe, yo fui capaz de ir más lejos; no pretendí robarme las elecciones, como usted cree, yo sí me las robé. 

“Para que mi sencilla confesión no le quite el sueño, le ruego aceptar que, en este caso, lo que hice fue aplicar ese principio democrático y muy colombiano según el cual ‘Si es posible robar unas elecciones, ¿por qué molestarse en ganarlas?’ 

“Con modestia franciscana confieso que le debo mucho al Centro Democrático. Sin la ayuda de Iván Duque no hubiera podido llevar a cabo el patriótico asalto. Así las cosas, creo que es de la más elevada justicia compartir con usted, doctor Uribe, los frutos del honorable robo. 

“Como contribución mía a la futura carrera presidencial de su hijo Tomás, ya ordené el traslado a su partido político de dos millones de esos votos. 

“Estarán bajo el cuidado del registrador Vega, quien me aseguró que los hará rendir. Tanto, que, si él logra convencer a algunos muertos de que voten, esa cifra podría llegar a la no despreciable cantidad de tres millones. 

“No será un mal comienzo para Tomás, el joven que habrá de sucederme en la Presidencia de la República”. 

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