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A punto de llegar los Foo Fighters a Colombia y tengo el suelo abarrotado de recuerdos de la década de los noventa. Todos ellos se alborotaron como hojas secas cuando recorría el parque Simón Bolívar el domingo pasado, mientras oía una selección de clásicos de rock alternativo. No me interesa lo hipster, ni me reconozco en esa pendejada, nunca tuve melena ni la tendré, tengo camisas de cuadros a kilos en mi casa y unas botas de Adidas que homenajean a Star Wars. La queja fue inmediata ¿por qué no encuentro un lugar para disfrutar de esta época?

Por un lado, llevo más de 20 años acumulando la energía para ver piedras angulares de la música rock de aquella época, y lo he cumplido con cierta cabalidad: conocí a Incubus, me perdí los discretos shows de Stone Temple Pilots, Green Day y Smashing Pumpkins, aprecié con cierto recelo la vista de Jane’s Addiction y aguardo la prometedora visita de Pearl Jam y, a lo mejor, Collective Soul. La visita de Foo Fighters es, en cierto modo, la posibilidad de encontrarme de lo que fue el grunge: Seattle, camisetas, desaliño, majadería, algo de rencor. Va más allá del desencanto por el acné. El documental Hype! del realizador Doug Pray, producido en 1996arroja algunas pistas de esa efervescencia

Mudhoney, Soundgarden, Alice in Chains, entre otras bandas de la primera mitad de los noventa, crecieron a la sombra del fenómeno de Nirvana y el inicio del declive de Guns N’ Roses. Basta ver en You Tube los cientos de videos donde, una y otra vez, fanáticos crean extenuantes playlists en el que es inevitable transportarse a un frenético pogo o el barullo formado por el choque constante de botellas de cerveza. De hecho, en mi época universitaria tuve la fortuna de conocer un pequeño bar por la calle 45 llamado Porch. Más estrecho que una caja de fósforos, fue el refugio de borracheras, toques y animadas conversaciones sobre el tema.

Ahora, gracias a las redes sociales tuve la posibilidad de charlar con el bogotano Luis Felipe Jiménez (@felipepoet en Twitter) y allí descifré otra realidad: la de la movida rockera en Bogotá entre 1990 y 1999.

La propuesta Grunge -inicia Luis Felipe- fue un reto para la estética glam que adornaba mucho. Si uno ve el comienzo de Pearl Jam nota todavía algo de influencia glam, pero con ganas de decirle al mundo que ahora lo que importaba era más el bajo perfil a favor de música y letras por un lado nostálgicas, crudas, melancólicas pero potentes. Y por otro, alejarse de las figuras pop superestrellas. Eso caló muy bien en los adolescentes de los noventa y por eso tuvo el alcance que tuvo. Era también una respuesta al movimiento de electrónica europeo con el que tuvo que convivir, pero como alternativa para las personas que querían sonidos más reales y humanos. Digamos que parte también de una postura de inconformismo que le hacía espejo al rebelde punk, pero con alcances más curtidos. Con arte más elaborado.

En Colombia el impacto no fue muy grande. Aunque Nirvana movió mucho a la gente acá, en general la cosa no tuvo mucho eco. Al menos no al punto de generar movimientos fuertes con bandas de ese tipo acá. El metal ya estaba consolidado y le ganó ese pulso. Sin embargo, ahora vemos a mucha gente que cerca a sus 30 años confiesa que le encantaba la onda grunge. En ese entonces no nos articulamos tal vez por ser muy jóvenes para organizarnos. Si uno mira, no hay muchas bandas que hicieran música parecida a la de Pearl Jam, Nirvana, Alice in Chains o Soundgarden en Colombia. 

Evidentemente el rock anglo (inglés o no) calaba muy poco en el país. El rock en español hacía lo suyo y precisamente no puede dejar de mencionarse a Soda Stéreo en sus facetas antes de su primera despedida. Los que ahora son «lugares comunes» en el rock «de nuestro idioma» dieron paso a respuestas locales que aún se conservan refrigerados en la memoria de rockeros alternativos ¿Cuáles asomaron a la de Luis Felipe?

El Zut (mi preferida), MarloHabil, Morfonia, Danny Dodge, Vértigo, Séptimo Aposento. Y un bar: Kalimán

Que un bar de rock tuviera ese nombre me pareció kitsch. No tenía otra salida, si detrás de él estaba el cerebro de Héctor Buitrago, la otra mitad de Aterciopelados. Un bar al norte de Bogotá (cerca al Centro Comercial Andino) del cual otras personas hacen menciones en estas crónicas que recomiendo: este de el  Blogotazo  y la citada por F-Arias escrita en este diario por Andrés Zambrano y Mauricio Silva «La Rumba Sin Alternativas»

Curioso que el rock alternativo siga así de huérfano en cuanto a sitios en la capital. No me soporto un bar que se promueva como «bar retro» o «Rock de los 90» y se solazen en poner más bandas del nuevo milenio, martilleando hasta la saciedad The Reason de Hoobastank, o en el más ofensivo de los casos I Kissed A Girl de Katy Perry o el horrendo cover de Britney Spears de I Love Rock n Roll de Joan Jett & The Black Hearts. Si no tuve en cuenta alguno ¿me podrían avisar? En otras ciudades ¿qué hay? ¿Dónde puede ir uno a escuchar rock alternativo en Medellín, Cali, Barranquilla, Bucaramanga o Pereira?

A la fecha no encuentro un lugar como Porch, si bien hay esfuerzos por ambientar un poco la escena como Blossoms  y una seguidilla de pequeños bares cercanos a la Javeriana, o el Ozzybar, un poco más retirado.

En cualquier caso seguiré buscando dónde celebrar el postconcierto de Foo Fighters. Recomiendo el blog del colega @Migmar75, Autopista Rockosa,  y su expectativa ante este evento.

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MI película colombiana de la semana es Que viva la Música, inspirada en el libro de Andrés Caicedo, la cual dirige el caleñísimo Carlos Moreno (el mismo de Perro come Perro) Ya está en Sundance. Para los que la están esperando ¿cómo se la imaginan? Acá el primer teaser que se conoció de la misma

@juanchoparada

juanchopara@gmail.com 

 

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