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¿Qué clase de agua contaminada bebió la industria televisiva colombiana? Parece que la pandemia terminó de socavar el poco interés que despertaba la franja estelar de los canales privados. Y los esfuerzos de la televisión pública no funcionan sin público que los vea.

He seguido en las últimas semanas la medición de la audiencia que entrega Kantar Ibope y creo que este es el peor año para Caracol y RCN. Ambos facturarán, pero ¿por lo bajo? Se disputan entre 8 y 9 puntos de rating desde hace un mes, algo insólito para lo que estábamos acostumbrados. Desde luego cabe cuestionar la efectividad y actualización de las mediciones, pero si revelan algo es que el desplome no es fortuito.

Televisión Colombiana - Imagen Pexels

Últimamente me ronda la idea que este ya no es el negocio para los canales privados, o si aún lo es no es la prioridad. Ya lo había advertido la Comisión Nacional de las Telecomunicaciones en su Estudio sobre la Industria de los Contenidos Audiovisuales en Colombia publicada el año pasado. Aunque los usuarios siguen accediendo a contenidos a través de las señales abiertas o por suscripción la pauta se ha reducido ostensiblemente para las primeras. Como señala el informe “en particular para TV nacional, regional y local alcanzaron su máximo en 2014 y al cierre del 2020 acumularon una reducción de 48,7 % y 39,2 %” Y menos ingresos por concepto publicitario se traduce en pérdidas.

Podemos atribuir otras razones al cambio de hábitos del consumidor en la era digital y la creciente oferta de alternativas provenientes del streaming, pero ojo: aunque la conexión a los dispositivos móviles aumenta significativamente justo por el consumo de video, no es precisamente por una oferta atractiva en cuanto a calidad. Y no es desconocido que todos los canales ya se subieran a la tendencia multiplataforma con el objetivo de diversificar sus contenidos para otras pantallas. Algo no les cuaja en el modelo, dado que aún no muestra señales de ser una alternativa rentable. Entonces han optado por ofrecer servicios de producción para comercializar en plataformas como Netflix, Prime Video o HBO con resultados de todos los calibres.

Si allí hay una respuesta para evitar el desgaste económico puede ser el propósito que los distrae de conocer mejor al público que aún llega a la televisión y se desmotiva ante la pereza creativa de alternar hasta el infinito telerrealidad de deporte con canto o cocina, que es la solución más obvia de Caracol y RCN. Ambos no abandonan la moda de ser espejo uno del otro. Y si no provocan la lujuria, la controversia o la pornomiseria su propuesta de valor se queda en nada.

Las ficciones, otro talón de Aquiles

En cuanto a las producciones de ficción se ven raras, casi hasta la repelencia. Caracol lleva este año dos series de época que se había resistido a emitir, y a duras penas solo una, “Las Villamizar”, logró algo de atención. Volvió a las historias de narcos con la marca “El Cartel”, pero salió por la puerta de atrás. Lo que consigue interés es la reemisión de historias locales en las tardes, bionovelas o chistedramas, superando en ocasiones los números obtenidos en la barra nocturna. Ni el moderado desempeño de “Arelys Henao” a inicios del 2022 fue convincente. Y su último producto estelar, “Entre Sombras”, parece inoportuno por la truculencia de las situaciones episódicas y un formato desgastado como los intríngulis del trajín policíaco o militar.

RCN carga con la maldición de la línea editorial de su noticiero, que para muchos es el bastión de su impopularidad. Como lo he mencionado en otras oportunidades, pueden repetir las tres obras cumbres de Fernando Gaitán hasta el hartazgo y ni eso los levanta a dos dígitos de audiencia en este momento. Curiosamente es el canal que más ha apostado por introducir contenidos que rememoren cierta mística de las producciones más emblemáticas de nuestra historia televisiva, acudiendo a nombres como el de Julio Jiménez o a narrativas costumbristas con toques de irrealidad de la Costa Atlántica como ‘Leandro Díaz’, cuya esencia la comparan con el fulgor de “Escalona”, emitida hace más de 30 años.

La bionovela vallenata puso al canal a pelear el primer lugar de la exigua sintonía y es material de conversación en redes sociales, pero algo le falta para consolidarse definitivamente como un segundo aire para la creación nacional. Llegar a este pequeño triunfo le costó, entre otros, rehacer las historias de Gaitán, que quedaron solo como anécdota antes de conseguir un ligero alcance a través de Netflix.

En síntesis, los canales privados ya no quieren sorprender. Acomodan sus parrillas como movidos por la obligación que por una motivación decidida por conquistar a los espectadores. Como es la televisión que consigue destacarse en las mediciones, es la que preocupa de cara al futuro inmediato. Y lo paradójico es que en las plataformas OTT están llegando algunas ideas más interesantes, creadas y protagonizadas por talento local.

Hay mucho más por analizar en este declive de la audiencia en nuestro país, pero sin duda confirmo que la dinámica empresarial ha reorganizado los focos y deja a la televisión como una pequeña brasa que puede arder por simple inercia. En buena parte del territorio nacional solo sintonizan Caracol y RCN, es lo que hay mientras no accedan a otros medios o mejor señal de internet. Y duele decirlo pero la televisión pública, encarnada en Señal Colombia y los canales regionales, aún no es opción. Si desaparece, muy pocos lo notarían. Hacen esfuerzos increíbles, pero se diluyen con la sobreabundancia de estímulos visuales actuales, sumados a nuestra proverbial falta de apropiación de lo público.

No declaro la muerte de la televisión nacional, pero es momento de reflexionar si existe una fórmula para que nos vuelva a enamorar. No estoy divorciado de ella, pero llevo un largo rato en la política de “tomar distancia” hasta que aparezca un motivo que me impulse a hablar de ella con la misma pasión de antes.

Para ustedes ¿qué los haría volver la mirada a la televisión colombiana? ¿Qué les gustaría ver?

juanchopara@gmail.com

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www.juanchoparada.com

 

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