Nunca suelo escribir en contra de algo o de alguien, principalmente porque cada uno verá qué hace con su vida, si decide destacar en algo o no, si le hace fuerza a Millos o no, si disfruta la música o es silvestrista, y así. Pero si hay algo en lo que me falta respeto y tolerancia es cuando la gente me ve como bicho raro porque afirmo que jamás en la vida tendré cuenta en Instagram. Lo extraño es que no suelo ser una persona pretenciosa aunque sí algo egocéntrica e insegura, que es más o menos lo que se necesita para instagramear.
Lo primero es que viví mucho tiempo abriendo cuanta red social nacía: hi5, MySpace, Facebook, LinkedIn, Twitter, y así muchas otras que fui clausurando al leer esas terribles condiciones de privacidad y de patrimonio de contenido que tienen. Igual, sigo en muchas de ellas, pero la que me parece que menos contribuye a la inteligencia es Instagram, porque se nota a leguas que la gente no la sabe usar, y que aunque era un invento para difusión de trabajos visuales de gente experta, ahora es una aplicación para gente que cree hallar talento poniendo dos o tres filtros a sus, de por sí, mal encuadradas fotos.
Creo que al mundo no le faltan más selfies con cara de pato como para tener que sumarme a eso. Y ese es otro problema instagramero que veo, no hay que ir muy lejos para leer la falta de autoaceptación que tenemos como para que le sumemos exponerla en una red social. Basta con ver por encima lo que la gente del común publica para concluir que lo que la humanidad necesita es un abrazo y un par de palmadas en la espalda mientras nos dicen «Tranquilo hijo, ya te vi. Lo hiciste bien». Pero pensando en todo esto, escarbé en los anales de mi historia y me di cuenta que debo criticar lo que conozco, y para la muestra un botón en forma de selfi de soltero.
Esta foto la tomé en el Hollywood Bowl, en Los Ángeles, California, en 2012. Sobra decir que todo esto es una autocrítica contra mí mismo, que también he padecido el delirio del imbécil digital. Conozco gente que sube sus fotos y las valora es por su presencia en ciertos sitios, cosa que de hecho me molesta porque no la entiendo. En Instagram pasa lo mismo, generalmente se sobrevalora la piel y la carne exhibida cuando lo que realmente debería perdurar es la gente que publica fotos tomadas por ellos mismos, donde nos muestran su forma de encuadrar, de aplicar una mínima dirección de arte y su visión del mundo, o la experiencia y el recuerdo generado, que a fin de cuentas es lo que importa.
Pero los chocolocos no, ellos son felices con sus filtros, texturas, mosaicos y demás deformadores de la mirada que afean la realidad, a decir verdad. Y la bobada incluye ecografías, más selfies, el almuerzo del día y demás elementos que si no registran ni comparten en internet, es como si no hubiesen ocurrido. Tengo un amigo que se resistió a abrir Instagram a menos que fuera para subir fotos de la realidad real, mostrando sus cagadas, literalmente hablando. Nomás fue que consiguiera novia para que se domesticara, y ahora además de tener cuenta, sube fotos de cosas cute que son sus seguidores quienes validan o no. Por eso digo, todo es respetable.
Y qué decir de los dichosos Hashtags, que sí que evidencian la estupidez humana en todo su esplendor. Si yo, que no me meto en eso tengo claro que un HT tiene como fin agremiarse en una tendencia en red, me pregunto con extrañeza a qué juega una persona cuando pone palabras como #Vivolavida #Yo #Lepasaacualquiera #Tengohambre y así, como si no bastara con entender que la imagen ya debería venir cargada de todo esto. Pero la peor de todas es #SinFiltro, donde la locura les da para subir una foto de algún sol que prefiriera quemarnos vivos a todos antes de volver a salir en una foto más.
Alguna vez leí que Instagram sumaba un nuevo usuario y 58 fotos cada segundo. Pensándolo bien, son más de 150 millones de puntos de vista donde la gran mayoría terminó por rendirse a compartirnos todas sus comidas del día, montándola de saludables, de felices, de completos, en un acto adictivo por dejarnos claro que debemos envidiar sus viajes, y en general sus #Chocolocuras. Pero no todo es malo, hay una que otra comunidad dedicada a compartir fotos de mascotas, cosa que me alegra, porque ya hay demasiados lagartos, sapos y siberianas #GoPro por aguantar.
En general, defiendo que la gente haga lo que se le dé la gana con su vida, comidas, heces, bebés y amaneceres, pero aprovecho esto para hacer mi propio manifesto: jamás, en lo que me quede de vida, tendré cuenta en Instagram. Lo curioso es que comparto mi vida con alguien que sí lo tiene, y está bien, para usar su perfil y desde ahí seguir chismoseando, criticando a los selfies wannabes, a los que se la pasan subiendo memes robados, a los papás que les abren cuenta a sus pequeños bebés y sobre todo, preparándome para no ofrecer nada ni dármelas de nada, principalmente porque no soy nada. Lo demostré arriba, con mi peor foto instagramera.
De acuerdo, Instagram se convirtió en una idiotez, la gente está más pendiente de aparentar, y de mirarle la vida a los demás, que de su propia vida.
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Por personas que piensan y actúan así es que soy ingeniero y no escritor creativo…
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El concepto de vida privada no existe para muchos.
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Luis Carlos su escrito es fiel reflejo de las redes sociales hoy en dia.
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Que pobre percepción sobre la realidad de las redes sociales.. como buen colombiano! Siempre buscando lo malo y la crítica artificial sin argumentos profundos reales!!!! Sale a relucir sus traumas señor Blogger.
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De acuerdo. Los instagrameros buscan aceptación de la sociedad
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