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Mucho se ha dicho acerca del desatino del candidato Donald Trump, en cuanto a los migrantes, sus afirmaciones sexistas, y un evidente resquemor frente a los musulmanes ¿Valdrá la pena tomarlo en cuenta? Hasta tanto esté derrotado, es necesario analizar algunas de sus propuestas, por más polémicas o inviables que puedan resultar. El magnate se acerca en las encuestas y aunque su posibilidad es remota, dos factores deben analizarse. Se especula que algunos votantes que optan por Trump, no tienden a revelarlo en los sondeos. Por tanto, podría tener un apoyo más robusto del que se piensa. Y a esto se suma la afectación de la imagen de Clinton por la investigación del uso personal de su correo electrónico por parte del FBI. Así, vale la pena indagar sobre el posible curso de la diplomacia estadounidense de darse el triunfo de Trump.

¿Cuál es exactamente la apuesta en materia de política exterior? Primero, recuperar el horizonte que según el empresario se ha perdido, pero no sólo desde Barack Obama, sino a partir del fin de la Guerra Fría. Trump ha insistido en el desastre que representan las intervenciones en Irak y en Libia, y considera que, a raíz de las mismas EE.UU., arriesga su condición de primera potencia mundial. Paradójicamente, y aunque no lo ha explotado, este punto constituiría un rasgo en el que tendría apoyos, pues se sabe del enorme desconcierto a propósito del intervencionismo. Este aislamiento del que hace prueba Trump, sería inédito en la política exterior estadounidense en la Posguerra Fría. Desde el fin de la Unión Soviética, Washington ha podido intervenir en varias regiones del mundo, sin mayores contenciones. Debutó esta tendencia en Haití cuando fue derrocado Jean Bertrand Aristide, para luego amenazar a varias naciones a las que se acusaba de atentar contra el orden mundial. El intervencionismo no ha sido cosecha exclusiva de los republicanos, pues se debe recordar que, durante el gobierno de Bill Clinton, Washington intervino en los Balcanes. Republicanos y demócratas han mantenido ese carácter.  Se cree que en buena medida eso ha alimentado la simpatía por el extremismo religioso anti occidental en algunos países de Europa y en el propio Estados Unidos.

Segundo, la revisión de los esquemas de intercambio comercial, es el otro punto fuerte de su discurso en política exterior. Las críticas a la firma del Área de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN) abundan, con lo que se presupone un nacionalismo económico, aspecto, además, que le ha sido redituable en la contienda. Trump, ha hecho como la izquierda latinoamericana que tanto avanzó en la primera década del milenio: llamar la atención sobre las consecuencias en la economía nacional, de la liberalización económica en la década de los noventa. Obviamente, aunque se trate de una coincidencia, no refleja ninguna similitud de fondo con el progresismo en América Latina. Algunos especulan sobre la supuesta similitud entre Trump y los populismos de izquierda en el continente. Nada más apartado de la realidad.

Pero es importante asimismo, tomar en cuenta el peso del Congreso en materia de política exterior, pues un Presidente no está facultado para imponer su visión por encima del legislativo. Un fuerte disenso solo tiene dos resultados posibles. O un bloqueo de iniciativas al ejecutivo que deberá recurrir a decretos con inusitada frecuencia, o lo más probable, que se ablanden posiciones de lado y lado para permitir la gobernabilidad. La presionara ceder recaería en el Presidente. 

A Trump, se le debe tomar en serio, lo cual no implica condescendencia con sus manifestaciones abiertamente sexistas y xenófobas. Pero su surgimiento como fenómeno político es llamativo, e invita a reflexionar acerca de los grandes pasivos de la política exterior de Estados Unidos, en la era de la globalización. Triunfador o derrotado el 8 de noviembre, seguramente habrá campo para que algunas de sus reivindicaciones se incluyen en la agenda exterior.

@mauricio181212

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