La masa no piensa. Quienes mueven multitudes son ideólogos, y los hay de izquierda y de derecha. El problema de la ideología es que está emparentada con la utopía. Ambas omiten deliberadamente algún aspecto de la realidad. Impiden comprender el mundo. Deforman el entendimiento humano y perturban la instauración de las ciencias. Actúan como obstáculo para la comprensión objetiva y científica.
Detrás del intelectual o del escritor que hace público su apoyo a uno o a otro candidato o postura hay, en realidad, un anhelo de engrandecimiento personal. El ego prevalece sobre el deseo de apoyar una idea o de encontrar la verdad. No en vano grandes filósofos del realismo político, como Baruch Spinoza, decretaron que los menos apropiados para gobernar son los teóricos o intelectuales. (Tratado político, cap. I). Aun así, una legión de «escritores» y teóricos siempre ha corrido detrás del Poder. La única virtud del Estado, para Spinoza, es la Seguridad como condición de la Libertad – más allá de la igualdad o la fraternidad.
Una sociedad está ideologizada cuando en momentos de elecciones presidenciales se exacerba la desconfianza y el recelo con aquellos que no votarán por nuestro candidato o por nuestra postura (así sea la del voto en blanco).
Marx, un hombre que nunca aceptó un empleo formal ni aun en su situación de miseria mientras vivía en Londres a despecho de matar de hambre a sus hijos, calificó de inocentes o infantiles a los jóvenes que buscaban liberar al hombre de sus creencias e ideas porque, mientras no cambie la realidad económica, éstas tampoco cambiarán. Pero, ¿por qué los pobres son quienes más defienden a los ricos «culpables de su pobreza»? Quizás porque los pobres advierten que el odio al rico y la persecución al empresario deja al pobre más pobre: sin empleo. Marx y Engels entendieron por «ideología» un tipo especial de «conciencia falsa» determinada por las relaciones sociales. No la aplicaron nunca al conocimiento verdadero, sino sólo a una forma de error socialmente condicionada (según Luis Villoro, El concepto de ideología, FCE, 2016, p. 15).
Si la ideología es un instrumentado de dominación condicionado por las relaciones de producción, por un lado, las ideologías de izquierda dan al intelectual burgués el agradable sentimiento de sentirse un rebelde en su amor al pobre y en su desprecio por el comercio y la riqueza. Por otro lado, las ideologías de derecha dan al «anti-intelectual» burgués un horizonte de la política cada vez más desdibujado, más abstracto y más envuelto en el mito de la voluntad de poder. La competitividad y la codicia hicieron creer a Nietzsche que la codicia era la prosperidad de todos. Entre todas las cualidades del hombre, para él, las mejor desarrolladas son la astucia y el egoísmo. La cuestión de los obreros o de los pobres, para él, no obedece a razones económicas, sino ideológicas. El guerrillero es producto de una ideología, no de una realidad social represiva (según G. Lukács, La destrucción de la razón, trad. de Manuel Sacristán, Grijalbo, 1976).
Utopía viene de u-topos, no lugar. Los ideólogos y utopistas actuales de derecha e izquierda encarnan lo que en otros tiempos primitivos fueron los magos y los brahmanes y la clerecía. Monopolizan la formación y la concepción del mundo, proponiendo las más ingenuas y utópicas. Lo peor es esa capa intelectual organizada como casta se halla, por su alta condición económica, relativamente alejado de los conflictos de la vida cotidiana (véase el clásico estudio Ideología y utopía. Una introducción a la sociología del conocimiento, de Karl Mannheim).
Para aterrizar las cosas en Colombia veo que unos y otros coinciden en admitir el gran hallazgo de los tiempos modernos —un Estado como «titular único de la violencia legítima»— pero sin aceptar todavía que éste sea impersonal. La masa busca un Mesías. Confía en los mecanismos de la política para su salvación. Pero la única virtud de un Estado, insiste Spinoza, es la Seguridad como garantía de la Libertad.
He afirmado en otro ensayo que la narrativa de García Márquez (el escritor más leído por los colombianos, si es que aun no ha sido superado por el de Sin tetas no hay paraíso) alimentó una ideología fundada en la pedagogía del “realismo mágico”, del que nació “nuevo periodismo” regodeado en lo carnavalesco de la miseria «macondiana». No hay que ignorar que cierto candidato presidencial tuvo como alias, siendo guerrillero, el de un personaje de Cien años de soledad que perdió no sé cuántas guerras civiles.
La dialéctica del ideologizado consiste en negar la realidad de las cosas y reafirmarse en su error, como un borracho de su borrachera. Gane quien gane, lo único deseable es que el comercio siga su curso sin necesidad de defenderse (véase lo tres volúmenes de Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio). Y ese deseo parece más del lado de la derecha que de la izquierda.
Nadie sabe el pasado que le espera si, pasadas las elecciones, se ponga a hurgar en su muro de Feisbuk o Tuiter el constante cambiar de ideas y pensamientos. Pero es justamente en ese cambio de ideas en el que poco a poco se desarrolla el pensamiento individualmente diferenciado. Este siempre ha tenido que luchar contra la ideología grupal o gregaria unas veces de la Iglesia, otras del Estado y ahora de los amigotes o seguidores de las redes sociales, la nueva tribu (¿virtual?).
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