Hoy amanecí sin saber qué hacer, ni a dónde ir. Había planeado salir a encontrarme con una amiga; pero cuando estuve a punto de salir, decidí mandarle un mensaje: “Voy para allá” . Ella me contestó que no podía atenderme. Decidí salir a caminar como siempre lo hago… sin rumbo fijo. Si hay algo que me gusta es caminar. Miré la ventana. El sol calentaba bastante, me puse los tenis, luego un saco amarrado a la cintura por si cambiaba el clima y me colgué la cartera pequeña al cuello. Ahí solo caben las llaves del apartamento y algo de plata.
Cerré la puerta y me dirigí a la calle, iba pensando en muchas cosas, el sol calentaba más y más, me puse las gafas de sol y a caminar me dije…
Creo que caminé una cuadra y vi una señora de más o menos 70 años y un muchacho al lado de unos 30 años; la señora caminaba lento y con dificultad, pensé, «es la abuelita de un amigo…». Aceleré el paso y los alcancé. La señora se detuvo, porque le daba miedo bajar un escalón del andén. Fue entonces cuando me di cuenta de que no eran las personas que yo conocía.
Sin pensar le di mi mano y le ofrecí ayudarla, ella, sin pensar, me dio su brazo. El muchacho me miraba extrañado… Su brazo en el mío se juntaron. Dos brazos, uno débil y otro menos débil. Dos brazos juntando fuerzas. El muchacho ofreció su brazo al otro lado y entre los dos pudimos darle seguridad a la señora que era su mamá. Ella tenía miedo de caerse nuevamente como le ocurrió unos días atrás y tal vez no volver a levantarse. El miedo es el que no nos deja avanzar; es el miedo, el que nos detiene en la vida, es el miedo el que nos amarra.
Seguimos caminando a paso lento, ella mirando el piso, el muchacho mirando al frente; yo mirando a los dos. Caminamos un rato sin decir palabra, hasta que la señora me pregunta:
─¿A dónde se dirige usted?
─No señora, salí a caminar sin rumbo fijo─, le respondí.
─Usted es un ángel─, me dijo.
Le sonreí. Seguimos a paso lento. Un paso que se parecía al de un bebé que está aprendiendo a caminar. “Me caí, hace unos días, me caí y quedé así”, me dijo. El muchacho al fin habló. «Mi mamá va a un grupo para la tercera edad, donde hacen trabajos manuales, pero desde que se cayó, no la volvieron a recibir porque no puede caminar bien, estuvo enferma y hasta hoy decidimos salir un rato».
─“Voy a comprarle un bastón. ¿Nos acompaña?”─, me preguntó.
─¡Claro!─, le dije.
Seguimos caminando y fue algo maravilloso; la señora estaba muy agradecida conmigo y no me soltó todo el tiempo hasta que llegamos al lugar donde el hijo le iba a comprar el bastón. Realmente no es lejos, yo sola duro 10 minutos caminando, pero con ellos fue una hora. El bastón costó $ 56.490 pesos colombianos.
─Es lo único que tengo, hasta que me paguen en la quincena. Lo hago porque ella lo necesita─, dijo él.
Sus ojos se humedecían al ver a la mamá feliz con su bastón, tratando de conocer a su nuevo amigo. Es un amigo porque de ahora en adelante será su mano derecha, esa mano que la va a llevar y la va acompañar a todas partes. Ella movía el bastón de un lugar a otro. Le expliqué cómo lo debía llevar y en un minuto se detuvo de su encanto, miró a su hijo y le dijo:
─¿Y tú qué vas a hacer? No te queda nada más…
─“No se preocupe, tome su bastón y vámonos”─, le contestó el muchacho.
Yo quise cambiar el tema ofreciéndoles un jugo. Nos sentamos a tomar el refresco. Luego decidimos regresar; fueron dos horas de regreso, en esas dos horas hablamos un poco de todo y a la vez le explicaba cómo debía llevar el bastón.
“Es difícil”, me decía y trataba de llevarlo lo mejor que podía, estaba feliz con su nuevo amigo, se soltó de mi brazo y trató de sostenerse sola con su amigo.
En esas dos horas puedo decir que conocí a dos personas, pero una me marcó en mis recuerdos. La vida nos da oportunidades y nos da amigos, solo hay que mirar alrededor.
La señora me agradecía a cada instante diciéndome que Dios le había mandado un ángel: “¿En qué momento, nos convertimos en un ángel?”.
Solo me queda la satisfacción de haber ayudado a alguien, sin mirar a quién, si es rico o si es pobre, si es alegre o triste.
Seguimos nuestro rumbo y de pronto el sol que nos acompañó más de dos horas, se estaba despidiendo. “¿Será mi momento de despedida?”, me pregunté.
El sol al fin se fue y comenzó a nublarse el cielo, las nubes se oscurecieron y era poco el tiempo que nos quedaba, pues yo pensaba despedirme también, pero solo una cosa hizo que no lo hiciera: la lluvia llegó y esta señora comenzó a sentirse asustada, sus nervios no la dejaban dar un paso. Miedo y nervios. Dos enemigos de todos nosotros que no nos dejan avanzar.
La señora me volvió a coger del brazo y con el otro a su hijo. El bastón pasó a un segundo plano en las manos del muchacho, pues teníamos que agilizar el paso.
Volvimos a caminar a paso lento bajo la lluvia y dándole seguridad a la señora. Llegamos a un supermercado, después de pasar la calle de mi apartamento, que quedó atrás.
La señora estaba agitada, el cansancio la dominaba y no podía dar un paso más. Nos sentamos en un comedor del supermercado, los invité a comer salpicón; esa delicia de frutas revueltas con agua. Estaba perfecta la ocasión. La señora seguía agradeciendo y llamándome ángel. Yo sonreí, contenta de ver a una señora tan feliz de que yo estuviera ahí. Me contó varias cosas de su familia. La señora lloró y aún no sé el porqué.
Traté de consolarla, dándole ánimos y hablándole de Dios y de la Virgen. Le prometí ser su amiga, que la iba a estar llamando para que volviéramos a caminar. Le prometí tanto que ojalá lo pueda cumplir. Su imagen me trajo recuerdos. Sus gestos, sus dedos doblados al caminar de una manera que yo conozco muy bien de alguien que tengo en mi corazón. “Un ángel”, me dice esta señora y creo que el ángel fue el que me sacó del apartamento para llegar cerca de ella.
Al final los acompañé a su hogar; ella estaba emocionada de haberme llevado a su residencia. Le quité el saco mojado y le hice buscar uno seco. Ella con su bastón se dirigió a la cocina y me trajo una manzana de agradecimiento.
Nos abrazamos y nos despedimos, después de intercambiar números telefónicos.
De esto me quedó una enseñanza: nunca niegues tu brazo para ayudar ni tampoco mires a quién.
* Condolezza quiere ser tu amiga, escríbele y cuenta tu historia a condolezzacuenta@hotmail.com Twitter: @condolezzasol. Todas las historias serán revisadas y corregidas para ser publicadas. Se reservarán los nombres reales, si lo deseas.
Fotos 123rf.
**** FELIZ NAVIDAD Y AÑO NUEVO LLENO DE PROSPERIDAD PARA LOS LECTORES DE CONDOLEZZA.***
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Que bonita historia… cuando se piensa que el día va a ser muy simple y pasan cosas que lo alegran.
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Haz el bien y no mires a quien!!!!…parece esta frase conocida; resumir la historia que nos relata la autora.
Ya el trasfondo de la historia nos remite a pensar que algun dìa seremos viejos, y tendremos que depender de terceros para realizar las actividades bàsicas necesarias para obtener algun tipo de calidad de vida.
Otra reflexiòn; es que la sociedad se ha vuelto indolente con los ancianos. Las mismas instituciones nos limitan porque ya tenemos algunos años y tenemos que refugiarnos en lo «que hayamos construido» para enfrentar los años dorados con dignidad. De ahì el gran negocio de los fondos de pensiones……
Saludos a la autora.
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Bonito mensaje… toca sentimientos para las personas que aveces olvidamos que no toda la vida es juventud…
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