Embromo, contigo, diciéndote que ya ‘me curé’ de ti. Creo que es una de esas maneras infantiles mías de buscar tu atención, de que tal vez, solo tal vez, sientas algún temor, o tristeza, o algo así, de pensar en que ya no contarás con mi atención y me tensión, por ti.
Cuánto te extraño. Cuánto deseo escucharte, saber de ti, que se establezca un ratito ese clima en el que de repente inicias a contarme tus cosas, tu vida, tu sentimiento, tus deseos. Escasos momentos, gozados momentos, inolvidables momentos.
Imborrable, tú.
Todo se ha ido, todo ya pasó, todo es historia. Una que me gusta, que juego a recordar, a pensarla, a repetirla, para lograr tranquilidad o algo parecido en el centro del pecho.
Pensar.
Quisiera pensar, a veces, un poquito menos en usted, ingeniero inolvidable.
Creo que no es pensar en usted lo que me entretiene, sino dejar de pensar en mí.
Eso es triste. Me senté en este ordenador para decir algo lindo, que se quedaría aquí siempre. Pero sale esto. Pensar en usted es dejar de pensar en mí. Es como si no fuera lo especial usted, sino lo terrible yo. Lo segundo es; lo primero no. Usted es especial. Y la relación que tuvimos fue muy especial.
Su clandestinidad la hizo especial. Ese papel de solidaridad permanente la hizo especial. Claro que era muy desigual. Yo era una persona incondicional, usted era una excusa para no pensar en mí. Con esto, me retracto de decir que era desigual. Usted ganaba lo que necesitaba, yo ganaba lo que necesitaba. Por eso fue importante, por eso, a pesar de mi posición ética frente a la infidelidad permitía que fuera, por eso a pesar de su amor profundo por su esposa, por su familia, permitía que fuera. Ganabas y ganaba… y al final nadie que amáramos perdía.
A veces pienso en Clemencia, y quisiera darle tranquilidad… decirle que nada que fuera de ella yo lo tuve, decirle que no toqué su dinero, ni su tiempo, ni su afecto ni sus espacios. Que el dinero que invertía en una hora conmigo no superaba el que se gastaría tomándose un par de cervezas con un amigo. Que en un año largo de cercanía nunca recibí un regalo, ni un hotel costoso. Motelitos de tercera o mi casa, cuatro almuerzos, y una cajita de halls, lo digo no para ser mezquina, sino para explicar que no tomé, ni me dieron, nada que tuviera otra propietaria.
Yo sí le di una camisa que nunca usó, no sé si es porque no le gustó, porque la talla resultó un poquito estrecha (aunque con todo lo que adelgazó en los últimos meses…), o por respeto a su familia, porque de alguna manera sí resultaba una traza mía en el marco de los suyos. Entendí con eso que me excedí en ello. Nunca lo hice de nuevo. Sí se me escapaban a veces pequeños regalos, expresiones de esto mismo de ahora, una dificultad enorme de no pensarle, que se convertían en pequeños objetos, notas, mensajes, dulces, fotos, juegos…
Nos ayudamos, desde nuestros saberes específicos, como hacen los buenos amigos. Somos buenos amigos. Yo sé de usted, ingeniero, temores y dolores. Usted sabe de mí demonios y soledades. Sin juicios, sin poder alguno diferente a querer hacer más llevadero el tiempo. Nos acompañamos en nuestras gratas soledades permitidas.
Al final el sexo era eso: un paréntesis en la vida de dos seres humanos solitarios.
Uno porque lo es por esencia, la otra porque lo es por temor o inconsciencia… y nos encontramos en el cuerpo, en el placer, en el no-juicio de la desnudez y el deseo de ofrecer al otro placer. Creo que allí se daba el encuentro entre usted y yo, ingeniero; en el deseo de salir de esas almas solitarias y encontrarse un momento con alguna otra, generosa y abierta, deseosa de compartir. Incluso en este momento pienso en ello, y de nuevo me estremece recordar la sensación. Lo que me hace en los hombros, en todo el cuerpo, pero que esa sensación previa sea tan poderosa y estimulante…
Quisiera un cuerpo delgado para disfrutar más el sexo. Creo que lo que me está ahora impidiendo el trabajo para lograrlo es la falta de estímulo, la certeza de que ello ya no será.
He perdido lo que me quedaba, y el placer es cosa de juventud. Ya no tendré quien se interese en mi cuerpo ajado (marchito), al final del camino.
Usted, ingeniero, descubrió lo que tenía ya a punto de cerrar su camino. No moriré sin haber tenido ese disfrute. Me estremece recordarlo, me produce nostalgia, esta cosa humana de querer más de lo que ha gustado, es como avaricia… no sé.
Hoy que no tengo el poquito que podía de usted, tengo su recuerdo, y se hace vivo, un poquito, cada día.
Unos días logré sacarlo un poco de aquí con la imagen imaginada del periodista, que como le conté, resultó ser una estafa, un pobre pusilánime, (Que muestra poco ánimo y falta de valor para emprender acciones). Incapaz de tomar las riendas de su vida, sin coraje, pegado a las faldas de su madre…
Es necesaria una imagen muy fuerte para hacer sombra a la suya. A su fortaleza, a su sentido de la realidad, que lo hace un poco cruel, pero por natural: la naturaleza de la vida y su fluir.
La naturaleza de su crianza, que a los ojos de la mía resulta despiadada, pero que le preparó para la vida, que le construyó su espíritu solitario, resignado, desprovisto de maldad, positivo, con esperanza y con claridad del presente.
Usted es algo del pasado y mucho del presente. El futuro es solo una ilusión que no permite que lo enturbie.
**Gracias al Blog: www.quienfueraelbatiscafo.blogspot.com
* Condolezza quiere ser tu amiga, escribe a este blog literario y cuenta tu historia a: condolezzacuenta@hotmail.com Twitter: @condolezzasol. Todas las historias serán revisadas y corregidas para ser publicadas. Se reservarán los nombres, si lo deseas.
Que buena narrativa, gracias Señora Condollezza por permitirnos la oportunidad de buenos escritos, de historias reales o ficticias pero con mucha sensibilidad.
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