Siempre quise tener un perro, me fascino con estos seres. Amo su lealtad y fidelidad, sonrío cuando baten su cola mostrando amor a los suyos y, cuando se quedan mirando a su dueño sin que nada más les importe. Tener en un perro es sin duda asegurar la mejor compañía para un ser humano.
Otus llegó a mi vida un 19 de marzo de 2010, lo adopté en un parqueadero de buses al sur de Bogotá. Es el mayor de una camada de 8 y, según el señor que me lo entregó, era el más comelón de los hermanos. El señor tenía razón.
Tenía aproximadamente dos meses cuando llegó a mis brazos y al día siguiente se fue conmigo a Icononzo, su hogar. Él no vive en Bogotá y la razón es poderosa. Lo adopté para que cuidara de mi abuela y creo que siempre entendió su misión. En los últimos días de ella nunca la dejó sola, estaba ahí para ladrarle, para robarle un pedazo de pan o algún bocado de su almuerzo y aunque siempre ha sido brusco en su actuar, con ella la ternura le fluía sin problema.
El negro no se sabe ningún truco, nunca trae la pelota de regreso ni se sienta por obediencia, es más, come acostado y cuando el quiere. Pero sus habilidades son mejores que eso: protege a mi familia mejor que nadie. Acompañó también a mi tío en su enfermedad, escoltándolo de quienes no comprendían que solo bastaba con quererlo para que él no sufra, juega con los niños cuando vamos a entregar bibliotecas al campo con la Fundación Jornal y cuando estamos todos reunidos en casa, mueve su colita diciéndonos, quizá, que él está ahí vigilándonos para que nada nos pase.
Los vecinos dicen que ladra mucho pero ya hemos aprendido que cada ladrido tiene su razón de ser: hay un gato intruso, los pájaros sobrevuelan la casa sin su permiso, está agradeciendo el trozo de comida que le damos, quiere salir a caminar acompañado, algo pasa con los otros animales de la casa, o cuando salió a pasear solo llegó mojado y eso lo detesta.
No sé si Otus se acuerde de todo en sus siete años de vida, pero si sé que tiene presente que fui yo quien decidió darle mucho amor y me reconoce como su dueña sin que me vea todos los días. Hay quienes se atreven a dudar de la inteligencia de los perros o de cualquier animal, pero para mi es claro: él es sagaz y muy inteligente. Presentimos que sabe cuando hablamos de él y en algún momento ladra, es como si quisiera respondernos o defenderse de lo que hace en sus travesuras.
Mi mejor amigo tiene cuatro patas, unas orejas muy chiquiticas, una barriga muy grande y unos ojos que nunca se me despegan cuando nos vemos. Soy de las que cree que todos deberíamos tener un perro en nuestras vidas porque así somos mejores seres humanos. De algo estoy muy segura y es que desde que lo adopté todo cambió y que es él quien nunca me juzga y siempre me bate la colita.
@Lore_Castaneda
Comentarios