En muchas ocasiones noto que me tropiezo con la misma piedra. Noto que, sin ser consciente de ello, repito las mismas historias con diferentes actores, pero sigo sin aprender cómo salir de ese círculo. Desconozco la manera de resolver, definitivamente, una situación que ya es conocida y que se torna repetitiva. Entonces, en medio de la tormenta o ya fuera de ella, me pregunto una y otra vez. ¿Qué me quiere mostrar esa situación? ¿Qué debo aprender de ella? ¿Por qué carajos la vida y el destino se empecinan conmigo de la misma manera? ¿Acaso no ven que yo no entiendo el mensaje que me quieren dar?
Y me planteo la analogía de la mosca tratando de salir por el vidrio de la ventana, ella lo intenta una y otra vez y siempre encuentra la barrera invisible de un vidrio que separa su estado actual del deseado. No obstante, lo seguirá intentando hasta morir. De la misma manera nos ocurre en muchas ocasiones a los seres humanos. Buscamos por un camino, tratamos de una manera, insistimos e insistimos esperando lograr diferentes resultados, aplicando siempre el mismo método.
Y eso es explicable desde el punto de vista de la terquedad y la inflexibilidad a la adaptación. Nos refugiamos en excusas infantiles: «Así fui criada», «así me enseñaron», «así lo dictan mis valores morales», «así es socialmente aceptado», y otros tantos pretextos. Lo cierto es que deseamos que todos nos quieran, nos entiendan, nos complazcan, nos consideren, que sean empáticos con nosotros y cuando estamos en el momento de demostrar qué somos nosotros capaces de hacer para lograr esa empatía, simpatía y compasión necesarias para una vida socialmente armoniosa, justo en ese momento, surgen las excusas, las barreras, los muros, la desconfianza y sacamos toda nuestra artillería pesada para justificar nuestra inflexibilidad.
Pero en el diario vivir estas situaciones se confunden tantas veces con las demás vivencias, que las tomamos como normales y asumimos que los demás deben soportarlas y aceptarnos, o simplemente, nos acostumbramos a vivir sufriendo y a hacer sufrir a otros.
En los últimos meses he tratado de aplicar algo que aprendí en una de mis tantas lecturas: «Mirar cada situación desde diferentes ángulos». Es difícil, y más cuando se está acostumbrado siempre a decantar todas las vivencias por un mismo tipo de filtro. Todos tenemos un filtro, pero muchas veces ni siquiera sabemos los criterios válidos y justos que lo componen.
Una sencilla historia para ilustrar la manera como aplico la técnica de mirar la situación problemática desde otro ángulo:
Me preparaba para un viaje de 10 días. Quedaban solos en la casa mi hija de 20 años y mi hijo de 15. Ese día viajaría a las 3 de la tarde, por lo que quise compartir la mañana con mis hijos. Cerca de las 10 de la mañana mi hija se alista y me dice que se va a la casa de su novio, pues él también se va de viaje ese día y regresa en una semana.
Mi reacción inmediata fue decirle: «No me parece, yo estaré solo algunas horas más en la casa y luego estaré ausente por varios días». Ella, sin darse cuenta de mis deseos y segura de su decisión me responde: «Mamá, cuando estamos juntos en casa siempre lees, estudias, organizas, escuchas conferencias y estás ocupada. Así que no te pongas dramática ahora con querer compartir unas horas más. Ya regresarás en algunos días y la vida seguirá».
Esa respuesta me dolió en el alma, en el cuerpo y en el corazón. Despertó los fantasmas más terribles que toda madre puede tener, al sentir que no ha dedicado tiempo de calidad a sus hijos.
No me quedó otra opción que decirle: «Bueno, nos vemos a mi regreso». Ella salió a vivir su vida y yo me quedé en silencio con mis angustias y mis planes estropeados. Un nudo en la garganta se empezaba a formar y, de repente, sonó una voz que me decía: «Para un momento, no es así como lo ves. Ella en ningún instante te quiso lastimar, criticar o hacer sentir mal… solo está en una etapa de la vida en la que hay prioridades que son válidas, pero eso no significan que quiera menos a su mamá».
Y yo, como cualquier ser humano que ya vivió esa etapa, tuve que comprender su posición. Así, si miro la situación desde otro ángulo, tengo más opciones de entenderla, aceptarla y generar empatía en nuestra relación madre-hija, al mismo tiempo que le cierro la puerta a mis angustias innecesarias y a las historias fantásticas que pueda empezar a crear mi mente.
Entonces, mirando desde otro ángulo cambié una situación que me estaba generando dolor y empecé a vivir el momento y las horas antes del viaje con lo que tenía a la mano, la compañía de mi hijo. Fuimos a dar un paseo y charlamos a la orilla de un río cercano, observamos la naturaleza, bromeamos, nos reímos un poco de las cosas sencillas de la vida, preparamos un delicioso almuerzo, escuchamos música y, al llegar el momento de la partida, las cuentas estaban claras y las emociones en su lugar. Sabemos que, a pesar de la distancia, siempre estamos juntos y así disfrutamos los momentos que compartimos, porque estamos aprendiendo a vivir sin recriminaciones y sin exigencias que afecten la individualidad del otro.
Debo reconocer que esta técnica de «mirar la situación desde otro ángulo» me gusta… y mucho. Y lo que más me gusta es que luego dialogar con mis hijos y explicarles cómo afronté una situación que en primera instancia parecía dolorosa y conflictiva, terminó convirtiéndose en interesante y constructiva.
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