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Ana se despierta muy temprano, la preocupación e incertidumbre no le permiten dormir. Siente que le falta el aire. Siente que todos los días son iguales, y aunque se esfuerza por aprovecharlos de manera útil, por aprender cosas nuevas, por tener la mente activa y en modo positivo, no siempre sus esfuerzos dan resultado. O en ocasiones los resultados no son duraderos.

Ana, siguiendo su rutina, agradece el nuevo amanecer, agradece la vida, trata de pensar que todo va a estar bien. Pero vienen cada tanto tiempo esos ataques traicioneros de la mente, que detrás de bambalinas le dice: como eres de bobita, sigue metiéndote cuentos y creando historias de hadas…  ¿No te das cuenta de que nada cambia? ¿No percibes que todo sigue igual o peor?  Y entonces, se confunde, entonces no cree más en sus pensamientos positivos y empieza a dejarse envolver por los ataques de su mente… esto le ocurre con frecuencia y lo mejor que puede hacer en estos casos, es dejar todo y salir a dar un paseo, a tomar el aire fresco de la mañana y a encontrar en la naturaleza un motivo para alejar las preocupaciones sin sentido.

Se coloca un abrigo para protegerse del frío de la madrugada y sale a dar una caminata. Todo el pueblo aún duerme. Es increíble la sensación de sentir esa paz en el ambiente, ese silencio de los ruidos artificiales y solo escuchar la sinfonía de los pájaros que cantan, el agua del río se oye correr a lo lejos, hoy no hace viento y los árboles se mantienen como figuras inmóviles, el cielo aún se ve oscuro, pero en la lejanía los primeros rayos del día demarcan la silueta de las montañas que semejan grandes figuras entrecruzadas. Y entonces percibe la riqueza de ese momento, percibe que el encierro de su casa la agobia y que el aire fresco de la mañana le infunde la vida y la energía que tanto buscaba. Ahora, luego de respirar profundamente varias veces, es consciente de que la situación no es tan difícil como pensaba.

Discurre lentamente sus pasos por el sendero que la lleva a encontrarse con el amanecer. Si sigue caminando en era dirección se encontrará en algunos minutos con la llegada del día. Muchas veces sale a caminar y se dice a sí misma: voy a buscar el día y a traerlo al pueblo. Ha decidido dejar de pensar, pues los pensamientos la agobian. Ahora solo quiere respirar y sentirse como un ser de la naturaleza sin preocupaciones por lo que pasó en el ayer, y sin ansiedades acerca de qué pasará en el futuro. A la orilla del camino ve unas vacas junto a sus crías. Las vacas rumean el pasto y en sus caras se nota una expresión de paz y relajación, ellas están tranquilas, seguras de su vida, disfrutando del momento. Y entonces se dice: Yo rumeo pensamientos, pero no logro esa relajación y esa paz. Seguramente algo estoy haciendo mal. Seguramente no soy dueña de la situación. A pesar de que ha decido dejar de pensar, no siempre lo logra. En sus cavilaciones nota que es ella la prisionera de unas ideas que solo se repiten en su mente, horas, días, semanas y que de alguna manera la colocan contra la pared, sin resolverle nada.

Sigue mirando el paisaje, respirando profundo, sintiendo el nudo en la garganta y el grito de auxilio que amenaza con salir de sus labios. Tantos sentimientos encontrados… tantas ganas de reír, llorar, gritar, de encontrarle un sentido verdadero y duradero a la vida. Se pregunta a si misma: ¿En qué momento me perdí? ¿En qué momento el miedo se apoderó de mí y la alegría y la esperanza se volvieron compañeras menos frecuentes en mi vida?  ¿Qué fue lo que cambió en mí?

Entonces recuerda un consejo que una vez recibió de alguien: no niegues lo que sientas, permite sentir tus buenos y malos estados, pero no te quedes en ellos. Siéntelos para conocerlos, para saber porqué están allí y como superarlos. Si quieres llorar, llora. Si quieres reír, ríe, si quieres cantar, canta. Pero hazlo conscientemente. Trata de sentir y vivir realmente lo que haces.

Sigue su camino y poco a poco, entre un pensamiento y otro, entre una angustia y un rayo de esperanza, va llegando la calma. Aunque el día promete ser despejado y soleado, en su alma ha vivido una tormenta de emociones. Pero la ha sabido sobrellevar. Está aprendiendo a enfrentar lo que siente, a tratar de encontrar el motivo y a comprender que cada estado tiene sus cosas buenas. Esa es parte de nuestra condición humana.

Ana respira el amanecer y siente el olor de las flores de tilo en plena temporada. Esto es un regalo maravilloso de la naturaleza, por este olor en el ambiente vale la pena este momento. Entonces empieza a observar las cosas sencillas que adquieren un matiz de privilegio único: la salida del sol detrás de las montañas, el ambiente a flores silvestres, el canto de los pájaros, el perfume relajante de la flor de tilo, el olor del estiércol, la mirada curiosa e insistente de las ovejas a la orilla del camino. Tantas veces ha pensado Ana: “Estas ovejas no se pierden la corrida de un catre, parecen indiferentes, pero andan en la jugada”. También se percata del sonido del rió, de sus aguas cristalinas, de las ranas croando en la mañana. Entonces encuentra mil motivos para seguir, encuentra razones para reír y por hoy, al menos por hoy, ha encontrado la fuerza para seguir… mañana será otro día y esperará a que llegue y traiga su magia y su singularidad.

Poco a poco decide regresar a casa, y a prepararse para ir a trabajar… otro privilegio en estos tiempos.

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