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@NataliaGnecco
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“Yo dije que no iba pa’ la marcha campesina de las Farc y por enfrentar la guerrilla, me tocó salir como volador sin palo hasta llegar a la Cruz Roja en Florencia, con mis cuatro hijos, cinco nietos y una bisnieta”. Con estas palabras Fidelina una mujer desplazada comienza su narración en la Hacienda Daiva en Guaymaral, durante la presentación del programa Promotores de Paz que lideran Inés Elvira Marchand y el sargento ® Frank Trejos, presidentes de la organización colombo canadiense, Ágape.

Fidelina hace parte de las víctimas que protagonizan socio-dramas de Ágape, los cuales representan los procesos de recuperación, en distintos espacios educativos, empresariales y ante la sociedad civil. Acompañada de su hija Esther, esta valerosa mujer nos relata cómo llegó a la Casa Migrante en Bogotá, enfrentando el frío, el miedo, la indiferencia de la gente y el hambre, con su enérgica voz describe: “comimos sobras de restaurantes, pasamos muchas necesidades, pero no era nada comparado con el rechazo que sentíamos al buscar trabajo, porque para la gente los desplazados cargamos con la muerte en la espalda”.

En un monólogo compartido, a veces interrumpido por un humor crudo, madre e hija confiesan que tuvieron que dormir en las calles con los niños, que las pulgas se los comían en Ciudad Bolívar y solo el agua de panela calmaba sus famélicos estómagos. En 15 meses, ya habían vivido en 9 casas diferentes, cuando de repente un día les dijeron que iban a recibir ayuda del exterior, recordando ese momento Fidelina cierra los ojos exclamando: “qué nos va ayudar esa cucha en Canadá, no nos vendan ilusiones”.

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Sin embargo, el tiempo se encargaría de demostrarle lo contrario a Fidelina y a su familia, quienes por cosas del destino no obtuvieron la visa para ingresar como refugiados a Canadá, pero fueron acomodadas en Facatativa en una casa grande con estufa, nevera, cobijas nuevas y mercado. Sin embargo, las amenazas de muerte la obligaron a irse a Venezuela, con tan mala suerte que al instalarse en La Playa fueron afectados por grandes deslizamientos de tierra que se suscitaron en el Valle del río Mocotíes.

Ahora esas imágenes de la tragedia del Mocotíes nublan la memoria de Esther, quien con amargura confiesa: “estábamos destinadas a sufrir, por ser pobres, por ser afro y con todo lo que nos ocurría, en nuestro corazón solo había odio, rabia, rencor, nos enfermamos en Venezuela, pasamos hambre, hasta que un día recibimos una llamada de Ágape para ir a Armenia. Con la muda puesta nos fuimos para allá, sin saber a qué y nos recibieron con sábanas limpias, camas, comida, agua, fue como llegar al paraíso”.

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Lo que nunca imaginaron Esther y su madre era que ese taller de reconciliación las enfrentaría a jóvenes desmovilizados de la guerrilla. Fidelina toma la palabra para describir su experiencia: “En mi corazón solo había espacio para odiar, mi hija quería tirarles una granada para matarlos a todos cuando nos dijeron que habían combatido en las filas de las Farc, pero ellos estaban allí, para pedirnos perdón y nosotras les gritábamos de todo. Inés y los demás nos dejaron un buen rato, a ver qué pasaba porque yo quería pegarles, llorar, matarlos, fui ahí cuando comprendí que éramos víctimas. Entonces les dije si están arrepentidos de corazón los perdono, nos abrazamos, lloramos y sentí una paz que nunca había sentido”.

Contrario a su mamá, Esther asegura que ella no pudo perdonarlos enseguida en Armenia, sino después de reflexionar por largo tiempo que a ella lo que más le habían quitado era algo material, por eso accedió a perdonarlos, así pasó de ser víctima a promotora de paz y de regreso a Bogotá, la vida por fin les dio una nueva oportunidad. Durante todo este socio-drama bautizado “El desplazamiento” las dos mujeres lavan ropa y la extienden en un tendedero y en medio de la representación, entregan prendas al público, al final cuando ellas han lavado todo, le proponen a los espectadores que laven su propia ropa, la extiendan como ellas, dejando a un lado odios, rencores o sed de venganza.

Mis cadenas eran de verdad

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A través de los socio-dramas de Ágape llamados “Alpinista”, “Reconciliación”, “Los arbolitos”, “El secuestro”, “Desaparición forzada”, la sociedad civil experimenta lo que es ser víctima del conflicto, sobreviviente y como ellos dicen ser “supervivientes”, pues se convirtieron en expertos en superar su condición de víctimas. Más de treinta personas víctimas del conflicto armado (desplazamiento forzado, secuestro, abuso sexual y desaparición forzada) se identifican ahora como Promotores de Paz, gracias a este programa.

Uno de ellos es el Sargento Cesar Augusto Lasso, quien protagoniza “El secuestro”. Fijando la mirada en el público Lasso encadenado de pies a cabezas relata: “en abril de 2012 recobré mi libertad, quiero decirles que mis cadenas eran de verdad, la persona que me acompaña está ahora conmigo, el guerrillero que me cuidó durante 10 años en la selva, a quien traté de convencer muchas veces de que se escapara conmigo, porque había otra vida aparte de la insurgencia. Nos reencontramos, y somos una muestra de que el perdón nace desde cada uno de nosotros y es una manera de brindar oportunidades para un país mejor. Los desmovilizados han tenido un gran dolor, por eso los acogemos, los ayudamos a buscar trabajo, somos solidarios con ellos y no queremos que los estigmaticen. Creemos en la reconciliación, en que el perdón mas no olvido sí es posible, queremos una nueva sociedad y una Nación en paz”.

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La desaparición forzosa cobra vida a través de la historia de dos mujeres provenientes de San José del Guaviare. Aferrando contra su pecho una prenda de vestir, Odelina narra: “mi hija desapareció, era una joven de 28 años y tenía 8 meses de embarazo, cuando se la llevaron dejaron a una niña huérfana, esta violencia nos ha dolido, pero queremos la paz de Colombia. Ramona complementa la escena diciendo: “recuerdo que un 1 marzo del 2003 a las 5:00am lo sacaron de su casa, allí quedaron los sueños de mi hijo que era darle casa a sus padres…Seguimos buscando sus restos para darle una cristiana sepultura, no queremos que haya más violencia, hay tantos que lloran como nosotras… Queremos aprender a vivir como buenos hermanos”.

Fui víctima y ahora gestora de paz

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Sin saber que se avecinaba un acuerdo de paz o un plebiscito, Ágape comenzó esta labor de sensibilización dirigida a la sociedad civil para promover un reconocimiento de la realidad de las víctimas y los enormes retos que deben afrontar en su proceso de recuperación. Desde sus comienzos, esta organización colombo canadiense ha contado con Sarita, quien vive en Canadá en calidad de refugiada con su familia y un gran número de personas de la Macarena, desplazados por la violencia. Ella representa el socio-drama Alpinista.

El desgarrador testimonio de esta profesora comienza al relatar que los paramilitares le asesinaron su esposo enfrente de ella y sus cinco hijos, delatada por la tristeza en sus ojos ella narra: “sufrimos el rechazo de ser desplazados, aquí nos estigmatizaban de ser guerrilleros por vivir en la Macarena y los paras nos perseguían, debimos separarnos como familia, pero logramos salir de Colombia con la convicción que no nos podíamos dejar morir En el camino encontramos otras personas, con quienes compartimos hasta el agua, estábamos cansados del alma, al llegar a Canadá después de dos años de dar tumbos, dormimos casi 15 horas seguidas. Solo pedíamos paz, tranquilidad, la conseguimos, pero yo no olvidaba mi tierra, siempre pensaba en los niños que se quedaron en medio de esa guerra en Colombia, algo que Ágape mi hizo revivir y por eso estoy aquí”.

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Sarita hacía parte del equipo de colombianos que recibía a los desmovilizados para las pasantías en Canadá, con ellos hacían talleres de reconciliación en un territorio neutro, lamentablemente el gobierno del ex Ministro Harper, no permitió que este programa siguiera, pero con ayuda de la OIM, Ágape pudo continuar con su trabajo y ahora esos mismos jóvenes se suman a las labores de este organismo en Colombia. René,  Edgar y Flor, son el fruto del éxito de estos talleres de reconciliación. Por ejemplo René, quien recuerda con emoción la calidez de la familia Botero que lo recibió por un mes en Canadá, trabaja ahora con la ACR en programas de prevención juvenil y participa de todos los encuentros de Agape, con humildad afirma: “mi mamá piensa en regresar a la tierra, en vivir en paz, en mi trabajo encuentro personas que me odian, otros me aceptan, pero no me importa, voy a los colegios a contarles todo. Para mi es mejor una paz imperfecta, que una guerra perfecta.”

Por su parte, Flor, quien fue herida en combate y así consiguió su libertad, siente que al reintegrarse a la vida civil, luego de los vejámenes a los que fue sometida, su vida cambio y ahora trabaja en el parque Panaca en el Eje Cafetero. Al ver su juventud, su contagiosa alegría, difícilmente pensaríamos que ha sido otra víctima que superó la violencia colombiana para convertirse en promotora de paz.

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Al finalizar el encuentro, el sargento ® Frank Trejos es enfático en afirmar que Ágape no le interesa fomentar la polaridad política entre el sí o el no, pues su labor más allá de eso, es poder reconciliar a Colombia entera, lograr reconstruir nuestro tejido social. Por su parte Inés,  quien junto a un grupo de voluntarios colombianos residentes en Canadá organizó el  programa piloto de pasantías culturales y laborales para menores que pertenecieron a los grupos armados ilegales,
 invita a toda la sociedad civil que asistió a Guaymaral a desarmar su corazón, a compartir esta experiencia y contar con Ágape como aliado para derrumbar los muros de la indiferencia en la sociedad colombiana.

Agredicimientos: Inés Elvira Marchand.

Equipo Ágape por Colombia

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