“Ningún niño de mi escuela quiere ir a pelear porque prefieren jugar, los soldados los buscan, los quieren reclutar pero a mi y a mis amigos, nunca nos van a encontrar” Voces Inocentes, película sobre la guerra civil de El Salvador, 1980.
En los más de cincuenta años que lleva este conflicto armado instalado en nuestro país, a todos nos ha tocado vivir una parte. Soy de una generación que ha sido testigo de los peores horrores de la guerra.
Al igual que muchos, sé lo que es morir de susto mientras la guerrilla se toma un pueblo, sé lo que es terminar un juego de niños por un toque de queda, sé lo que es quedar fría después de levantar la bocina del teléfono de mi casa y escuchar a mi tía decir que la guerrilla de nuevo estaba hostigando el pueblo y que mi prima, que tiene mi edad, está en la escuela y no sabe nada de ella; sé lo que es rezar con mucha fe para que los nuestros se salven de la guerra. Sé lo que es enterrar a uno de los nuestros por culpa de este conflicto interno.
Pero también quiero, al igual que usted, no vivir más este miedo y lo que más anhelo es que mis hijos y mis nietos sean libres de padecer lo que nosotros soportamos. La lucha es larga y difícil pero lo podemos lograr.
Sin embargo, mientras la paz no sea una realidad, no me cansaré de usar estas columnas para que en este conflicto los niños sean excluidos, para que los actores de esta guerra entiendan que ellos no tienen nada que ver en sus revoluciones infundadas.
En Colombia más de 18.000 niños le han sido arrebatados de los brazos a sus padres y han sido incorporados a las filas de los grupos guerrilleros, los menores conforman la tercera parte de las FARC y ELN y grupos paramilitares, y cerca de cien mil han sido reclutados por bandas criminales.
También los niños indígenas son víctimas de este crimen, según el informe presentado por Natalia Springer en el 2012, “Los indígenas son 674 veces más vulnerables al reclutamiento que el resto de niños colombianos, pues se asientan habitualmente en zonas rurales y remotas donde operan los grupos armados ilegales y además son los que mejor resisten las condiciones y los que menos desertan y abandonan las filas».
La guerra a estos niños les cobra su infancia de una manera terrible. Son sometidos a prácticas inhumanas, son obligados a vivir un mundo de adultos cruel y despiadado. Del informe que les habló, se hicieron entrevistas a cerca de 400 niños desmovilizados, ellos narraron sobre el sometimiento al que se ven expuestos, los actos sexuales abusivos cometidos contra las niñas y los entrenamientos sanguinarios que deben hacer recién son reclutados.
El común denominador, todos ellos dejaron sus juegos, su escuela y su familia por ir a defender una idea que ellos no entienden, tuvieron que dejarlo todo para ir a cargar un fusil que es más grande y pesado que sus propios cuerpos.
Aunque el gobierno y las Farc, en medio de los diálogos que se adelantan en La Habana, anunciaron el fin del desminado y del reclutamiento de menores, a la fecha los resultados son pocos. No se conocen cifras de cuántos niños han dejado en libertad desde entonces, menos se conocen los datos sobre cuántas vidas de niños y adultos se han salvado por desminar los caminos campesinos. Y mientras ellos siguen negociando la paz, aquí los niños campesinos e indígenas son víctimas de las más horribles violaciones a sus derechos.
Creo, al igual que ustedes, que se debe exigir de inmediato la exclusión de los menores del conflicto armado, no hay excusa que valga para hacer efectivos los derechos de los niños y hacer de este país un lugar amable con el futuro de quienes nos sucederán.
#nomásniñosenlaguerra
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