El comportamiento de la tasa de cambio en Colombia durante las últimas semanas tiene encendidas las alarmas y ha generado paranoia en diferentes sectores productivos que se han visto perjudicados, lo cual resulta entendible, dado a la repentina subida del dólar. Pero mientras el dólar sube, Santos baja en los niveles de popularidad y aceptación, pues sus prematuras concesiones a las FARC antes de la firma de un acuerdo y su lerdo proceder frente a las arbitrariedades del Régimen de Nicolás Maduro en la frontera, le están pasando cuenta de cobro.
Que el dólar haya superado los tres mil pesos y la economía del país no se halle por buen camino, para unos cuantos es considerado un “cisne negro”, es decir, un evento sorpresivo y de gran impacto. Mientras que para otro sector, es el resultado de la “enfermedad holandesa”, propia de la exagerada dependencia del capital proveniente de la extracción de recursos minero-energéticos, donde más de la mitad de nuestras exportaciones son de barriles de petróleo (55%), sumado a la desindustrialización que atraviesa el país, que a decir verdad es una consecuencia de la última década. Por tanto, con el precio del crudo a la baja y una economía dependiente de dicho hidrocarburo, la devaluación del peso era previsible.
Hay que ser muy miope para escandalizarse frente a este fenómeno, debido a que las apuestas de los gobiernos en Colombia se han concentrado en el sector minero, las concesiones a las multinacionales petroleras con presencia en Colombia han disparado el ingreso de divisas y la falta de competitividad y garantías para la industria nacional, son el resultado al largo plazo de lo que hoy está experimentando la economía del país. De tal manera, que los efectos del dólar han afectado la financiación vía presupuesto del gasto social, lo que conlleva al recorte del presupuesto y los efectos perversos que esto generaría en un posible postconflicto.
Sin bien el petróleo durante los últimos años tuvo un buen comportamiento, generando crecimiento económico, dichos réditos fueron en detrimento de sectores como el turismo o el agro en Colombia, ya que permitimos que por un par de barriles de crudo se contaminaran y envenenaran nuestros ríos y mares, hemos inundado nuestra tierras más prosperas y productivas para la creación de represas que en el largo plazo serán devastadoras para la economía y, los interés extranjeros han tenido prelación sobre el campesinado. Entonces, no es extraño que el banco JP Morgan nos catalogue como una de las economías emergentes más frágiles, si ellos evidenciaron nuestra vulnerabilidad económica, nosotros la padecemos con la elevada suma de importaciones de alimentos que ostenta un 28% en las importaciones.
Para el Presidente Santos el reto es grande, gracias a que debe replantear sus banderas de campaña, debido a que la locomotora minero-energética se le está varando, los colombianos se le están cansando. La reindustrialización es urgente y la infraestructura un condicionante tanto para impulsar las exportaciones como para fortalecer nuestro mercado interno. En efecto, los diálogos de Paz, su otro bastión, también se han visto afectados, no propiamente por factores externos, sino por los mismos actores en negociación. Cabe mencionar las tensas relaciones diplomáticas que ha propiciado Nicolás Maduro su homologo en Venezuela y garante del proceso, junto a la desaprobación generalizada de los colombianos frente a la gestión del Presidente por su laxitud con las FARC.
En definitiva, mientras Santos pierde peso como negociador, Colombia pierde pesos ($) para la inversión, porque el discurso de la Paz no aguanta más. Intentar soslayar el hueco fiscal del país o la vertiginosa devaluación del peso, con la esperanza de tener un país pacífico, es una contradicción, dado que el mayor acto de gallardía y abono para la paz, sería una apuesta por la inversión en el campo, una efectiva reforma a la justicia y a la salud, junto a un proceso de paz con reglas claras, de cara a la sociedad colombiana.
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