Un boggart, hablando del universo Harry Potter, es un elemento mágico capaz de tomar la forma de aquello que más teme o detesta su espectador, y es usado en las clases de Hogwarts para que los alumnos enfrenten eso que más temen y lo venzan.
En la película Animales fantásticos: los crímenes de Grindelwald, que es una de las precuelas de Harry Potter, el protagonista Newt Scamander tuvo que enfrentarse al boggart y cuando lo tuvo en frente, este se convirtió en escritorio de oficina. Ante la risa general de sus compañeros, Newt confirmó que lo que más le producía terror era tener que trabajar en una oficina.
Me identifiqué de inmediato con el señor Scamander. Me pareció que su reacción a saberse amarrado entre un computador y una silla por el resto de su vida, era realmente mía. Es más, de pequeño ni quería estudiar, preferí jugar fútbol desde que tengo uso de razón hasta más o menos los 19 años, ilusionado con que el fútbol profesional me haría vivir lejos de una aterradora oficina.
Sin embargo, la ilusión se fue desgastando, al mismo ritmo del ligamento de mi tobillo derecho hasta que la realidad, como el esguince, se hizo crónica y tuve que ir a estudiar lo primero que encontré para salir, hoja de vida en mano, directo a una empresa con la ilusión de que me eligieran para una vacante, para que fuera mío ese puesto de analista en una clásica y modesta oficina.
Tres años después, saciado de facturas, pedidos, formatos, auditorías, llamadas, reuniones, capacitaciones, cierres y demás elementos típicos de ese ecosistema por momentos enfermizo, renuncié y salí huyendo de esa empresa, jurando no volver a pisar, en la vida, una oficina de nuevo.
No me fui solo, salí con la convicción a cuestas de “dedicarme a lo que me gusta”. Trasegué casi año y medio, trabajando gratis o a precio de huevo, pero eso sí ¡en lo mío! . Vendiendo todo lo que estaba a la mano para generar recursos, tratando de convencerme de que así debía ser, al fin y al cabo, algún día daría resultado tanto esfuerzo. Mi oposición a ver la realidad y a aceptar que podía no funcionar era férrea; por momentos lo creí posible de verdad, pensaba que podía sobrellevar la situación y salir avante.
No obstante a la vida, a las cuentas, a los recibos, a las obligaciones, no les interesa en lo más mínimo cuál proceso esté uno atravesando, es indiferente ante el ímpetu o las ganas, por fuertes que sean, de vivir de la pasión, de hacer lo que a uno le gusta.
Como respuesta a esa indiferencia de la realidad hacia mis esfuerzos, con algo de frustración, con saldo en rojo en casi todo, al cabo de ese año y medio, de nuevo hoja de vida en mano, bien vestido y con muchos nervios, llegué de nuevo a una empresa de la ciudad, dispuesto a contestar de la mejor manera todas las preguntas de la entrevista para no dejar ninguna duda de que era el indicado para quedarme con esa vacante, con ese codiciado puesto clásico de oficina.
No sé cómo enfrentarme a esta impensada felicidad de tener de nuevo un puesto en una oficina. Ahora repaso uno a uno los elementos característicos sobre el escritorio y me producen, incluso, cierta ternura; los organizadores, los almanaques, las facturas, el archivo, los sellos, la calculadora, incluso se me antojaron demasiado fáciles los informes que ahora debo presentar, se me hicieron demasiado acogedoras las instalaciones, demasiado amplio el lugar, incluso me llenó de alegría saber que hay varias máquinas con tinto gratis todo el día y me sorprendió aún más que a cierta hora del día, de 8:30 a 9:00 am creo, el café con leche, el chocolate y un par de bebidas más son gratis también.
Está claro que contaré con menos tiempo, está claro también que me hundiré de nuevo día a día en el infernal tráfico de hora pico. Posiblemente extrañe algunas horas de sueño y con seguridad la llegada de los viernes me producirá un júbilo especial; pero, por otro lado, las cuentas estarán pagas, las obligaciones ya no serán una tortura, los nervios se acomodarán un poco.
No he sabido muy bien cómo manejar esta inesperada sensación. Es extraño que me haga feliz, después de todo, la posibilidad de entrar cada mañana a una oficina. Cómo reaccionar cuando el boggart se hace real y resulta que ya no produce miedo ni pavor, cuando al contrario es una fuente de alivio, de seguridad.
¿Acaso dio vuelta la vida? ¿Es todo esto más normal de lo que parece y estoy exagerando? Me viene a la mente una frase que leí no sé en dónde: “Uno suele encontrar su destino, en el camino que toma para evitarlo”
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