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Josué Martínez FPor: Josué Martínez

En esta oportunidad no voy puntualmente a buscar libros, pero de paso hacia donde voy, camino por la carrera séptima en medio del bullicio de la gente, que a esa hora llena la calle en ambos sentidos. Al ser peatonal, la Séptima se presta para que los días de descanso esté atiborrada de gente y se torna incómodo transitar por allí.

No me molesta, voy caminado despacio, al ritmo de los demás, poniendo atención a la mercancía que está dispuesta a lado y lado de la calle en plásticos extendidos en el piso. Mis ojos se mueven de un lado al otro sin parar en ningún lado en particular, voy anestesiado, como en trance… me pasa siempre que visito esa parte de la ciudad.

Acaso hay algo en el aire del centro de Bogotá que tiene esa característica hechizante, adormecedora, acaso sea por eso que se ha convertido para mí en una rutina semanal encontrar cualquier excusa para deambular por sus calles, sin objetivos claros, solo estar allá, perderme entre sus librerías, entre la gente, entre los edificios, los vendedores, los artistas, los sin techo, entre todo y entre nada.

De pronto, en una de esas tiendas improvisadas algo llama mi atención, un libro que en su carátula y en letras rojas dice: Vivir para contarla, y más arriba y más grande: Gabriel García Márquez. Lo leí hace mucho tiempo y es posiblemente uno de mis libros favoritos; en realidad son mis favoritos todos los libros que publican los escritores sobre sus vidas, sobre cómo se volvieron escritores, sobre cómo ha sido su proceso de creación literaria. Este es el de Gabo, su bitácora, su metamorfosis, su hoja de ruta, La forma en que se volvió un nobel de literatura, la historia pura de su trasegar por el mundo de las letras.
El libro es exquisito, no tiene desperdicio y se me viene a la mente una de las anécdotas que cuenta y que me fascinó. Un Gabo joven y haciendo apenas sus primeros intentos literarios, escribía una columna semanal para un diario y le pagaban por ello poca cosa, un día cualquiera su madre llegó a buscarlo y le pidió que lo acompañara a su tierra de origen, Aracataca, para vender la vieja casa de la familia. El escritor lo pensó muy poco y accedió sin mucha emoción. Total, podía hacer llegar su artículo al periódico y ausentarse un tiempo no representaría gran problema.

El viaje resulta ser toda una aventura y lo hace chocar de frente contra sus raíces, sus costumbres, su historia, su familia y, sobre todo, sus nostalgias. Mientras viaja en ferry por el río o a pie por pueblos viejos y desgastados por el paso del tiempo, Gabo con su talento y su capacidad de narrador va absorbiendo cada imagen, cada persona, cada olor, cada charla y todo ese conjunto emotivo de situaciones van a desencadenar con el tiempo en enriquecer su obra y  terminan por ser el centro de las historias que va dejando regadas con una magia inigualable en
forma de libros.

Pienso que Gabo nunca debió imaginar que haber aceptado la invitación de su madre a cumplir con un deber familiar traería una cadena de situaciones tan reales como fantásticas que culminarían con una ceremonia mundialmente reconocida en Europa, siendo él el protagonista para recibir el premio más importante del mundo de la literatura.

Me imagino que de joven y sintiendo en su pecho el palpitar inequívoco de la pasión, salió de su casa para irse lo más lejos posible a buscar experiencias y a contagiarse de mundo, elementos tan importantes para la creación literaria. Cómo sería la sorpresa al encontrar en su propia madre, en sus antepasados y en la región de sus ancestros la columna vertebral de su potente obra.

Por estos días alguna persona de mi lista de contactos de WhatsApp publicó un estado que preguntaba si alguna vez uno había preguntado con mucho afán dónde habría dejado las gafas, teniéndolas puestas, bueno, eso mismo, decía la publicación, solía pasar con la felicidad…

Parece que hay unas normas sociales y de conducta pre establecidas para ir siguiendo en la vida con el objetivo de ser feliz, para alcanzar cosas como una carrera, familia, bienes materiales, éxito en su labor y nos vemos arrasados por ese huracán, haciendo esfuerzos inhumanos por ser correctos, por no defraudar, por encajar en esas normas, por dar pasos certeros y no quedarnos atrás; parece que vamos en una carrera contra el reloj, extremando los sentidos para estar atentos y no ir a perdernos la oportunidad de la vida.

¿No será que, como Gabo, sería bueno aceptar las invitaciones que nos hacen de cerca y emprender ese viaje que en principio pueda parecer rutinario y trasegarlo sin tanto peso y compromiso social encima, para encontrar en sus mismas raíces y con la gente cercana esa gran obra que queremos para el futuro?

“Ni mi madre ni yo, por supuesto, hubiéramos podido imaginar siquiera que aquel cándido paseo de solo dos días iba a ser tan determinante para mí, que la más larga y diligente de las vidas no me alcanzaría para acabar de contarlo. Ahora, con más de setenta y cinco años bien medidos, sé que fue la decisión más importante de cuantas tuve que tomar en mi carrera de escritor. Es decir: en toda mi vida”.

Vivir para contarla

Gabriel García Márquez

@10SUE10

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