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Por: Juan David Rojas

El sector del emprendimiento, en cualquiera de sus aristas, ha sido uno de los mercados que más ha crecido en las últimas décadas a nivel mundial pero específicamente en América Latina. Países como Chile, Perú, México, Brasil y Colombia han tenido avances muy significativos en término de número de fondos de inversión en operación, número de gestores de fondos, cantidad de capital invertido y en los resultados obtenidos a través de estas inversiones. No es gratis que en Colombia hayamos pasado de tener 101 Fondos en 2017 y actualmente tengamos más de 160 operando. (Anuario 2017 y 2020 de Colcapital). Todos ellos vienen al país en busca de emprendimientos con altas expectativas de crecimiento y altos grados de innovación.

Por otra parte, algunos emprendedores ya han entendido que recibir financiación es un método para ahorrar tiempo y potencializa su crecimiento. Esto debido a que muchas veces las empresas necesitan alcanzar ciertos niveles de actividad para ser rentables y eficientes, dichos niveles de actividad pueden requerir en ocasiones una infraestructura costosa, o salarios de equipos de trabajo sofisticados.

Frente a esta situación cada emprendedor tiene dos alternativas iniciales, financiar estas inversiones en activos fijos y capital de trabajo a partir de las utilidades anuales de la empresa (crecimiento orgánico), o salir a buscar financiación con el objetivo de evitar pasar años “ahorrando” utilidades y, en cambio, aumentar su capacidad operativa, su capacidad de generar dividendos y en general, mejorar su posición en el mercado junto con sus expectativas de crecimiento.

Los emprendimientos tradicionalmente pasan por diferentes etapas según su nivel de ventas, gastos e inversión. Se empieza con una fase de investigación y viabilidad donde normalmente se intenta estudiar y entender el mercado, con el objetivo de establecer un mínimo producto viable (MVP por sus siglas en inglés). De ahí pasan a validar ese producto en una prueba de mercado, donde basados en resultados hacen las proyecciones aterrizadas de ventas y terminan de estructurar todo el modelo de negocio.

Durante todo este camino los emprendedores pueden apoyarse con incubadoras y aceleradoras, donde los expertos de diferentes áreas los ayudarán a complementar los diferentes aspectos de sus proyectos. También pueden acercarse a ángeles inversionistas o fondos de inversión en busca del capital necesario para arrancar o potencializar sus modelos de negocio. Hay entidades públicas como Bancoldex, Innpulsa, Ruta N, donde también pueden buscar algún tipo de orientación.

Sin embargo, es muy común que los emprendedores no estén interesados en recibir capital inversionista. La explicación más frecuente es que no quieren “perder” el control de su empresa y este es uno de los mitos más grandes del sector. Cuando un ángel inversionista o un fondo deciden invertir en un proyecto, es muy raro que estén buscando una participación mayor al 35 % de la empresa. Casi siempre es mucho menor, ya que la visión de ellos es que deben diversificar el riesgo, por lo que deben ser capaces de hacer varias inversiones “moderadas” en diferentes proyectos, y si compran una participación muy elevada en alguno, pueden quedar en una posición de sobre exposición. Además, para evitar la pérdida de control lo mejor que pueden hacer los emprendedores es tener unos estatutos bien estructurados con reglas claras y mecanismos de participación incluyentes.

Detrás de este mito está también la falta de entendimiento por parte de los emprendedores sobre la naturaleza de los fondos. Cualquier fondo de inversión tiene un tiempo de vida definido, generalmente son 10 años y tienen la opción de extender ese plazo en 2 años más. Eso quiere decir que el fondo no podrá ser un socio vitalicio de la empresa, sino que en algún momento deberá buscar la forma de vender las acciones y la misma empresa puede recomprarlas según las negociaciones pactadas, permitiendo a los fundadores recuperar el control total de las acciones circulantes.

Lo más grave de todo esto es que los emprendedores se están privando no sólo del capital necesario para lograr potencializar sus proyectos, sino que además están perdiendo el mayor valor agregado que puede ofrecer un inversionista: su experiencia y conocimiento. Cuando nos atrevemos a hacer equipo, por más difícil que sea, las probabilidades de éxito aumentan radicalmente. Los ahorros en aprendizajes, negociaciones o tiempo, pueden llegar a ser tan significativos como el capital aportado. Por esta y otras razones al capital proveniente de fondos o inversionistas sofisticados se le llama “capital inteligente”.

En conclusión, el capital inversionista le cree a Colombia, y lo vemos simplemente en el aumento de fondos en operación. Ahora los proyectos deben devolver esa confianza y abrirse a la posibilidad de trabajar en equipo y apalancarse en el conocimiento y recursos de otros actores del ecosistema. Si los emprendedores de verdad creen en sus ideas y en el impacto positivo que sus proyectos tendrán en la sociedad, casi que están en la obligación moral de sacarlas adelante y garantizar que crezcan lo más rápido posible. Sus posibilidades aumentan exponencialmente cuando se cuenta con capital inteligente.

Instagram: @juan.d.rojas

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