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Los gobiernos de la región enfrentan una crisis de gobernabilidad que parece debilitar eventualmente la democracia en la región. Para mencionar algunas naciones, en Argentina Mauricio Macri se enfrenta al retorno del populismo, alimentado por una economía en crisis. En México, López Obrador continúa intentado transformaciones políticas y sociales que giran hacia la izquierda pero que se ven debilitadas por la creciente violencia y la presión de Estados Unidos. En Colombia, el presidente Duque se enfrenta a nuevos retos con proceso de paz, a una corrupción galopante y a una polarización de la sociedad colombiana cada vez más marcada y que parece paralizar el país. Venezuela, por su parte, continúa con su crisis de legitimidad y una democracia debilitada o inexistente. Y en Brasil, Bolsonaro enfrenta la crisis económica, la presión internacional por su política ecológica y las dificultades internas de corrupción y seguridad, que han complicado su giro hacia la derecha.

 

 
En Latinoamérica la gobernabilidad se ha visto afectada históricamente por la corrupción, así como por instituciones y principios democráticos débiles. Pero ahora hay agentes de violencia y presión internacional y económica que la hacen aún más complicada. Los gobiernos de la región parecen incapaces de enfrentar estos fenómenos con éxito. Adicionalmente, los líderes parecen carecer de legitimidad frente los pueblos que los eligieron y la polarización se apodera de la región. Las razones de esta situación son diversas: las redes sociales y los medios de comunicación han creado nichos de información, muchas veces falsa, que sirve de combustible a la polarización; los sistemas judiciales son incapaces de hacer cumplir la ley, y ante los ojos del pueblo, la clase política y los corruptos están por encima de toda legislación. Así, los escándalos de corrupción ya traspasan fronteras. Odebrecht es ejemplo de ello. Y, como si fuera poco, la presión de los Estados Unidos y sus nuevas políticas migratorias, así como la coacción europea e internacional sobre la región, incrementan esa inestabilidad institucional. Finalmente,  los focos de violencia generada por el narcotráfico y la delincuencia común y organizada, genera una sensación de zozobra e inseguridad constante.

 

 
Enfrentar la corrupción y derrotar la violencia e inseguridad son pasos fundamentales que deben darse en Latinoamérica. Esos dos elementos son la fuente de la gran mayoría de los males que aquejan a los estados de la región. Soluciones a estos problemas generarían confianza en la clase política, así como tranquilidad que fomentaría la inversión y el crecimiento económico. También se crearía una percepción internacional de estabilidad y seguridad que otorgaría legitimidad; y todo esto, eventualmente, fortalecería a la sociedad civil y a la democracia. ¿Pero cómo lograrlo? ¿Y por qué no lo hemos hecho? La respuesta está en nuestros pueblos. Es necesaria una sociedad que empuje el cambio hacia líderes que se comprometan con esos objetivos, y una comunidad internacional que apoye la transformación, respete el desarrollo legítimo de las instituciones de la región y promueva el fortalecimiento de la paz y la erradicación de la corrupción. Solo así esa crisis que vivimos hoy se puede convertir en una oportunidad para mejorar.

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