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El mundo se enfrenta a una crisis de salud y supervivencia global. La pandemia del coronavirus ha llegado a todos los continentes y a casi todas las naciones del mundo. Las consecuencias para la economía, la salud y el bienestar de nuestras sociedades son profundas y aun impredecibles.

Es por ello que hay que reconocer el elemento transformador que este evento puede tener en nuestra especie. El virus nos está mostrando a todos los ciudadanos de este planeta, sin discriminación de raza, nivel económico, nivel educativo, orientación sexual, religión o creencias políticas, qué es lo que realmente importa en nuestras vidas: nuestra salud, nuestras familias y la gente importante para nosotros, esas necesidades básicas que en muchas naciones del mundo no valoramos o damos por descontadas: acceso a una vivienda, a agua y alimentos, medicinas y servicios médicos.

En una situación como la actual, no importa si tenemos que usar transporte público o si tenemos un carro de lujo en el garaje, no importan las ultimas fotos en Instagram o los ‘likes’ en las redes sociales, no importa el último modelo de teléfono celular o el bolso de marca. Todo lo que tenemos pasa a un segundo plano, y ahora solamente importa lo que necesitamos.

Como pocas veces en la historia ricos y pobres, desarrollados y en desarrollo, democracias y dictaduras, en fin, el mundo entero, estamos expuestos al mismo riesgo y tenemos en nuestras manos las mismas herramientas para enfrentar la crisis.

Ahora, para que estas medidas funcionen, tenemos una responsabilidad compartida. Una cadena solo es tan fuerte como su eslabón mas débil. Comunidades, regiones y naciones que no tomen acciones decisivas para frenar el avance de esta epidemia nos ponen en riesgo a todos, al mundo entero. Es precisamente en momentos como estos donde la responsabilidad social que todos tenemos debe aflorar y ser la única norma que rija nuestro comportamiento. No solo se trata de nuestra propia salud y bienestar, se trata de la salud y el bienestar de nuestros vecinos, familiares, amigos y comunidades.

El coronavirus es una pandemia que puede cambiar nuestra manera de interactuar como seres humanos y nuestras sociedades, quizás para siempre. Esos cambios serán necesarios para evitar que nuestras estructuras sociales y económicas sean tan vulnerables frente a una epidemia, y así estar preparados para la próxima, porque casi con certeza absoluta, habrá una próxima. A medida que las restricciones se generalizan, aprendemos a reconocer por fin qué es lo que realmente importa para nuestra supervivencia y más aún, descubrimos lo interdependientes que somos y nuestras verdaderas necesidades de interacción, de simple humanidad, acciones y elementos que generalmente damos por descontados en nuestras vidas: el apretón de manos de un amigo, la comida en un restaurante, ir a un partido de fútbol, a una obra de teatro o a nuestro sitio de oración. El abrazo a nuestros padres, hermanos y amigos, el poder entablar una conversación con un extraño en el metro, el bus o el avión. La posibilidad de viajar, de ir a la esquina a tomarnos un trago o a la playa con nuestros amigos de vacaciones. La posibilidad de ir todas las mañanas al colegio o al trabajo.

Ojalá todos aprovechemos estos momentos de cuarentena, de distanciamiento social, para acercarnos a nosotros mismos, a nuestra esencia y que, cuando superemos esta crisis, aprendamos a valorar todo aquello que un día el coronavirus pareció arrancarnos. De igual manera quizás todo esto sirva para reevaluar nuestras visiones y las de nuestros líderes sobre el cambio climático, acerca de la salud como un derecho, acerca de la importancia de una visión global de los retos que enfrentamos como planeta. La visión nacionalista y la actitud de “les pasa a los demás, pero no a mi” de algunos países, se queda cada vez más sin sustento a medida que la pandemia avanza. Hoy el mundo es uno solo y nosotros como especie tenemos en nuestras manos la decisión de marchar unidos a la solución de los retos que nos esperan en este nuevo escenario global.

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