Manacho bebió un sorbo de agua, nos miró, y dijo:
— Bueno, para no hacerles más largo el cuento de los zapatos, aunque tengo muchas anécdotas más, les comento esta última: cómo les parece que tengo un hermano que vive en Miami, el año pasado él me llamó.
— Hola Manolito, vi unos zapatos súper buenos como pa’ vos. Debes saber que aquí hay buenas promociones y mucha variedad — le dijo el hermano.
— Mira bien tu talla en un zapato corriente, recuerda que cuando es un zapato deportivo, por comodidad, se debe pedir un número de talla más grande que el número normal — continuó.
— Ve a un almacén donde vendan zapatos con tallas gringas, te mides un par que te queden bien y me envías el dato.
Presto, al otro día se fue a un centro comercial, buscó el almacén y se midió los zapatos: los de talla 8.0 le calzaban bien. No contento con esto, visitó otros dos almacenes, la medida fue la misma: 8.0. Más tarde, se comunicó con su hermano y le dijo la talla.
Manacho presentaba curiosidad por el tipo de zapatos que le llegarían, estaba ansioso por conocerlos, parecía un niño chiquito esperando un juguete prometido. Así fue, a los pocos días le llegó una caja desde USA, se apresuró y la abrió.
— Muchachos, ustedes no se alcanzan a imaginar la belleza de zapatos que me mandaron, qué elegantes — nos manifestó Manacho.
— De color negro, de puro cuero, con un corte muy contemporáneo, estilo juvenil, con una suela sintética súper, son puntiagudos, estupendos. Unos zapatos perfectos para llevar con saco y corbata.
Pocos días después de recibir su paquete, Manacho tendría una reunión con un cliente y pensó que ese era el momento oportuno para estrenar sus zapatos. Efectivamente, abrió la caja, en ese momento se escapó el particular olor a nuevo, los tomó, los ojeó detenidamente. Luego, los calzó. ¡Qué suavidad, qué comodidad! sin embargo, los notó algo flojos, se puso unas medias que eran un poco más gruesas, lo que le permitió sentir más ajustado el par de zapatos, salió para su reunión. Se sentía todo un gentleman. Fue al encuentro con su cliente, posteriormente regresó a la oficina, y terminó el día satisfecho.
— Muchachos ¿a qué no se imaginan? — nos preguntó Manacho.
Lo miramos con algo de desconcierto.
— Es que para la bobada si no hay nada — argumentó.
— Aquí es donde necesito a mi tío Arcadio. Sí, a mi tío Arcadio con sus famosas plantillas. Verán: otra vez, sí otra vez ¡me parecía a Chalupin!
— ¿Qué? No friegues ¿Te quedaron grandes? ¿No buscaste pues la talla apropiada en los almacenes? — preguntó Robespierre.
— Sí, así es — respondió.
— Ustedes no me lo van a creer, qué torpeza, cómo es que le mando a mi hermano la talla que no es.
— No. Cómo así ¿tu talla no es 8.0? — le decimos con asombro.
— Sí, soy 8.0. Es que le dije que mi talla era 9.0, porque pensé que me iba a mandar unos tenis, unos zapatos deportivos.
Nosotros estábamos sorprendidos, los tres nos miramos un par de segundos y estallamos en otra estruendosa carcajada.
— Sí ven, para la bobada no hay nada. Menos mal que es solo una talla — se consoló Manacho.
Suspiró, movió la cabeza de lado a lado, y luego preguntó:
— Viejo Pinsky ¿y por qué llegamos al tema de los zapatos?
— Ah, ya me acuerdo, les conté eso por lo de mi sobrenombre, verdad — se respondió.
— Saben: en mi casa muchos me decían Manolito, porque mi primer nombre es Manuel — continuó, mirándonos altivamente.
— En cambio mi mamá me dice Nachito, y cuando se disgusta Nacho, ¡Manuel Ignacio!
— Sí, mi nombre completo es Manuel Ignacio como lo oyen, así que una tía hizo un injerto con los apodos y me quedé Ma — Nacho.
— Si ven, Manacho, ¡Maanaachoo! — enfatizó.
— Que no tiene nada qué ver con la canción, y menos con los benditos zapatos — nos dijo riéndose.
FIN.
Episodio 3/3
Relato anterior: Manacho y dos eventos fortuitos.
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