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Ante Paranaense, Junior mostró su mejor versión en el juego y su peor versión frente al arco. Se quedó sin trofeo por no anotar el gol que merecía.

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El Junior demostró ante el Atlético Paranaense por qué llegó a la final de la Copa Sudamericana. Superó al equipo brasileño en el juego en casi todos los tramos de la serie y conectó jugadas que solo una plantilla bien armada puede hacer. Sin embargo, cuando a los tiburones les llegó la hora de la verdad, la cita con la historia, no encontraron la llave que les abriera la puerta. A pesar de su juego, el Junior nunca pudo ponerse por delante en los 310 minutos que duró la final.

El problema no fue de Julio Comesaña, que por fin aprendió de sus ciclos pasados con el Junior y no improvisó. Jugó la final como él sabe hacerlo: con un equipo compacto, que maneja el balón al pie y hace daño con él. No dejó por fuera a Jarlan, como en otras épocas, y confió en Teófilo los 120 minutos que el delantero pudo jugar. Logró lo que un técnico debe conseguir con su estrategia: poner a sus jugadores frente al arco. El Junior remató 21 veces en la serie y 9 de esos disparos fueron a puerta. A Julio no es posible reprocharle mucho.

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El problema fue que, durante toda la serie, solo 2 de esas 21 oportunidades terminaron dentro del arco. El fútbol poco premia la superioridad en el juego y el 54.5% de posesión si la efectividad de gol es apenas del 9%. Por lo contrario, este deporte castiga esa conducta, sobre todo si entre las 21 oportunidades hay dos penales errados. Al Junior no le faltó mucho más que definir, que tomar la decisión correcta en el área rival. El único pecado tiburón, a la hora del té, fue abrir demasiado la pierna o hacer un regate de más.

Al Paranense le pasó algo parecido, con la diferencia de que dominó pequeños pedazos del partido y que su derrota hubiera sido más coherente que la del Junior. No solo sufrió la falta de gol, sino que su defensa fue un desastre en los últimos tramos de ambos partidos. En esa apuesta suya por el “te aguanto y te liquido” casi no llega con piernas a la prórroga. Sin embargo, con el perdón del Junior, Paranaense cobró los penales, anotó 4 de 5 y se consagró campeón.

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El Junior tiene la suerte de que, aunque debe que enfrentar otra final con este bajón, cuenta con una ventaja de tres goles frente a Independiente Medellín. Con la experiencia de Comesaña, seguro el equipo mantendrá la compostura y no hará un desastre en el Atanasio. Al fin y al cabo, los de Barranquilla formaron un gran equipo y sería muy amargo que acabaran el año sin un solo título. Depende de ellos, claro está. Como dijo hace poco el comentarista Juan Pablo Varsky: “las finales hay que saber jugarlas”. Junior el miércoles no logró eso.

Foto: Reuters

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