La crisis del coronavirus me refuerza la idea de que salvar vidas es tan importante y necesario como llenarlas de algún sentido.
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El último partido de fútbol que vi en vivo fue el 11 de marzo. La Sub 20 femenina de Colombia goleó 4-0 a Ecuador con tres tantos de Gisela Robledo, talento naciente del América de Cali, y otro de Ingrid Guerra, delantera del Deportivo Cali. Horas antes vi al Atlético de Madrid encontrar la suerte en Anfield y eliminar al Liverpool de la Champions. Desde entonces, toda historia futbolera que he leído o visto ya tiene un final escrito.
Mi mundo sin fútbol es más lento, menos emocionante y tiene una narrativa que parece no venir de la misma pluma que antes. Eso sí, no me quita el sueño, como sí lo hace la pandemia del coronavirus, que me ha tenido en vilo más de una noche después de leer noticias. El número de muertos diarios, la prepotencia de algunos líderes mundiales y la debilidad del sistema sobrecoge y tortura la cabeza a cualquiera que sea capaz de sentir empatía.
Más que nunca, el fútbol parece un invento banal, como muchos espectáculos y entretenimientos de esta sociedad. ¿De qué sirve hablar de deporte cuando el mundo se cae a pedazos? Es una pregunta que debe enfrentar cualquier periodista deportivo. Un profesor alguna vez me recomendó dedicar mi pluma a temas “más importantes” como la política. Lo tomé como un cumplido, pues algún potencial me habrá visto como para encargarme una tarea que, desde su punto de vista, es tan relevante para la sociedad.
Pero lo cierto que es que la pandemia me ha recordado que cada uno debe ayudar desde donde se sienta útil. Admiro a aquellos que con mucho esfuerzo trabajan en hospitales, supermercados, bancos, entidades estatales y demás labores que no pueden hacerse desde casa. También a los epidemiólogos, economistas y expertos que buscan soluciones a la crisis.
Y aquí estoy yo, hablando de deporte. Como la literatura, el cine, los videojuegos, la música y muchas otras artes, pasiones y espectáculos, creo que el deporte sirve para darle sentido a la vida. Eso y compartirlo con los seres queridos. Sin estos pequeños intereses, de poco sirve luchar contra un virus. Por eso escribo y hablo de deporte, pues quiero ayudar a que la gente disfrute algo que encuentra divertido y pueda sobrellevar los pormenores que, hoy más que nunca, afligen y rompen.
Ojalá la crisis acabe pronto y que las personas enfermas puedan recuperarse para gritar un gol con sus familias, ir a un concierto con amigos o disfrutar una película abrazados a quienes hoy tienen lejos.
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Mientras el tiempo pasa, recomiendo la serie de The English Game (Juego de Caballeros en español), el libro La jugada de mi vida (las memorias de Andrés Iniesta) y los documentales de la FIFA de los Mundiales de Rusia 2018 y Francia 2019. Son buenas alternativas para mantenerse sintonizado con el mundo del balón pecoso.
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