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Duele, y mucho, ver las imágenes que llegan todos los días de los cruces fronterizos en Norte de Santander. Más allá de que algunos equiparen, con justa razón, los desplazamientos internos en Colombia con la deportación que Nicolás Maduro hace de los colombianos, estamos ante una crisis que puede tener consecuencias impredecibles, sobre todo teniendo en cuenta que el Ceaușescu caraqueño, conducător del pueblo, fiel seguidor del pederasta Sai Baba, es un líder violento, carente de cualquier tipo de pragmatismo (a diferencia, incluso, del pintoresco pero un poco más educado y sensato Chávez) y dispuesto a hacer lo que sea, sin ningún tipo de consideración, para mantenerse en el poder.

Primero, UNASUR y CELAC son herramientas inútiles para el contexto latinoamericano. Mientras el petróleo caro vendido por PDVSA fluía para Petrocaribe, ALBA, Telesur y demás elementos políticos del régimen socialista del siglo XXI, UNASUR tenía algún tipo de peso en la comunidad internacional. Ahora, con las arcas caraqueñas diezmadas por el petróleo empeñado a China y la corrupción boliburguesa, la organización es como la casa de paja de los Tres cerditos: cae rápido. Además, sus distintos secretarios han sido perros falderos de chavismo: primero el finado y corrupto pingüino Néstor Kirchner, luego la dupla Alí Rodríguez-María Emma Mejía y, hoy, el narcoelefante Ernesto Samper Pizano. Si estos organismos multilaterales tuvieran algún tipo de independencia, tanto UNASUR como CELAC estarían protestando por estas deportaciones masivas. Pero, mientras CELAC calla y la OEA brilla por su ausencia, UNASUR toma el partido esperado: a favor de Maduro. Tácitamente, el Elefante aprueba lo que hace Maduro cuando le dice al mundo “Hace un año denunciamos el peligro d la intromisión d paramilitares colombianos en Venezuela. Hoy se confirma q es una realidad”, demostrando de nuevo que, lejos de ser el imparcial líder multilateral que no debe pronunciarse con apoyo a X o Y líder, declara públicamente su apoyo a los líderes de los proyectos que financian su oficina quiteña, llámese KirchnerTelesur o su dueño, Nicolás Maduro, a quien ya se ofreció como único veedor para las elecciones legislativas: ¿a alguien le suena legitimación de fraude? Quiero reiterar la pregunta que, hace dos años, se hizo el periodista Jorge Espinosa:

¿Cuál es el instante en que un Samper, por nombrar a uno entre miles, pasa de ser un sujeto dudoso a ser un faro moral y ético al que damos micrófono en las emisoras y párrafos en la prensa para que dé consejos de estadista?

Es hora de salir de UNASUR y CELAC. Es un organismo que no sólo es inútil para Colombia como país, sino para América como continente. Si bien siempre he creído que buena parte de los organismos multilaterales son saludos a la bandera, la podredumbre a la que han llegado la OEA, debilitada por los hijos del chavismo (UNASUR y CELAC), no tiene parangón en la historia del continente. Gracias a que PDVSA financió con Petrocaribe a gran parte de los países antillanos, siempre manipulables por su precaria situación económica y su dependencia de commodities variados, y determinantes a la hora de elegir Secretarios Generales de la OEA, y al Eje que alió a los Kirchner, al Frente Amplio uruguayo, al corrupto PT de Lula y Dilma, a Correa y al chavismo, se perdió toda posibilidad de deliberación en los organismos multilaterales latinoamericanos, simples árbitros de paja, como lo retratara hace ya varios años la divertida y lamentablemente extinta Isla Presidencial.

Segundo, no sé si María Ángela Holguín, con su voz suave y sus declaraciones evasivas, esté adoptando el estilo de su jefe: un póker donde engañan al interlocutor para lanzarle, de sorpresa, una carta imposible de ser vencida (¿una denuncia a algún organismo de derechos humanos en las Naciones Unidas o la OEA, como sugieren algunos en las redes?). Pero los mecanismos diplomáticos comunes no son usados. Sólo hasta hace unos minutos, el gobierno colombiano llamó al embajador en Caracas, Ricardo Lozano, a consultas. Sin embargo, me pregunto por qué, si los lineamientos del gobierno colombiano en sus relaciones con Miraflores y La Casona plantean que estas reposan “sobre la base del respeto mutuo, la utilización de las vías diplomáticas y la aplicación de principios básicos del Derecho Internacional como la no injerencia en los asuntos internos”, el gobierno calla ante las graves acusaciones de “manipulación mediática” (frecuentes en los regímenes populistas y en sus medios «alternativos») por parte de las emisoras, periódicos y canales de televisión colombianos, y hace mutis ante las aún más frecuentes acusaciones de Maduro y sus medios aliados de que Álvaro Uribe Vélez y Óscar Iván Zuluaga son los cabecillas de “la parapolítica de la derecha venezolana” y manipulan a toda organización o líder político que tenga la desgracia de oponerse al revolucionario y bolivariano gobierno de Maduro; acusación ya rechazada por el congreso casi en pleno, con la deshonrosa y servil oposición del Polo Democrático, siempre listo para apoyar a su contraparte venezolana.

De hecho, resulta meritoria la unidad que se ha creado alrededor del problema de la frontera. Más allá de algunos gestos oportunistas (los mercados de Uribe en Cúcuta), es refrescante ver a casi todos los partidos políticos apoyando a los deportados y rechazando los gestos xenófobos de Maduro: desde las casas marcadas y demolidas (horroroso contrapunto de la Kristallnacht hitleriana) hasta la búsqueda de acentos colombianos en la frontera (que rememoran la masacre del Perejil ordenada por otro déspota, Rafael Leonidas Trujillo, contra los numerosos haitianos residentes en la República Dominicana). Pero no todos los partidos apoyan a nuestros colombianos. Adivinen qué partido no rechaza las ofensas de Maduro contra los colombianos… el Polo Democrático que, siguiendo la línea que desde Quito traza el elefante (quien apoya a su candidata a la Alcaldía de Bogotá), lanza declaraciones más tibias que las de la canciller Holguín, mientras que uno de sus principales voceros, el senador Iván Cepeda, atiza el fuego y apoya los argumentos de Maduro cuando dice que nos convertimos en exportadores de paramilitarismo hacia Venezuela y Honduras (¿será que para Cepeda las maras no existen? ¿Cepeda ignorará que, así como hay paramilitares en Venezuela -que los hay-, también hay -y muchos- guerrilleros?) y elogia el papel del gobierno de Maduro en los diálogos de La Habana. Otros grupos aliados al Polo Democrático, el débil pero siempre gritón Partido Comunista y la revivida Unión Patriótica, alegan una conspiración de todos los elementos del «mal» colombovenezolano («poderosos grupos de mafias capitalistas, de uno y otro lado») que buscan «derrocar el gobierno de Venezuela y de demeritar su papel solidario en el proceso de solución política para la paz en Colombia», como escribe Jaime Caycedo Turriago, o la «guarimba» mafiosa entre Miami, Madrid, Washington y Bogotá que ha llevado a «paramilitares que trabajan en complicidad con sectores de la ultraderecha venezolana», en palabras de Aída Avella.

Por último, como tercera consecuencia, me preocupa sobremanera la xenofobia que está surgiendo en las ciudades colombianas contra los ciudadanos venezolanos que, huyendo del régimen, se han establecido en nuestro país. He tenido la oportunidad de trabajar y dictar clase a muchos de ellos: personas maravillosas, que han trabajado duro por sus familias, por el país que los acogió y que no se sienten extranjeros en un país que los quiere como hermanos. Porque lo son, más que ningún otro país en el mundo. El escritor Andrés Ospina escribió en Publimetro, después del partido Colombia-Venezuela de hace unos meses, cómo nuestros países tienen más similitudes que diferencias. Cuando le envié ese artículo a una amiga venezolana que llegó a Colombia hace más de diez años, ella me respondió de una forma que -con su autorización- reproduzco aquí.

Tal cual, somos iguales en tantas cosas… No en vano nos vinimos para acá cuando Colombia ni siquiera era una cuarta parte de lo que es hoy. Porque sabíamos que somos un mismo país dividido por una rayita.

Cuando un colombiano pasa por una de las tantas y excelentes areperías venezolanas en nuestras ciudades y, en vez de pedir una reina pepeada o una empanada de cazón, amenaza a los dueños con “pagarles con la misma moneda”, le da la razón a Maduro, a Cabello y a demás miembros de la camarilla socialista que, definitivamente, no representa a todo el bravo pueblo venezolano, encerrado por los caprichos de un delirante populista que está menos interesado en su pueblo que en los réditos que puede obtener por su pésima gestión. Este problema fronterizo no es un problema entre colombianos y venezolanos, sino la bravata peligrosa de un dictador que, como cualquier déspota que se respete, busca culpar en los otros todos los males que él (y su antecesor) han desencadenado en su país -que es también el nuestro-. Lo hizo Idi Amín con la comunidad india de Uganda, lo hace Donald Trump con los mexicanos, Robert Mugabe con los blancos, Kim Jong-Un con el gobierno surcoreano y los skinheads europeos con los inmigrantes. El turno hoy le corresponde a los colombianos, sujetos a las veleidades de un dictador susceptible de caer por el propio peso de su mediocridad.

Voyeur: ¿Quieren aprender de oportunismo político? Busquen al inquilino del Palacio Liévano:a partir del 1 de enero dará clases magistrales en su Twitter y, si todo sale bien, esperamos que de cátedras de populismo en el único lugar donde debería estar: una celda de cárcel. Seguramente allí su esposa, pariente de los Nule, podrá visitarlos junto a las esposas de los contratistas para salir de ahí a tomar una taza de té.

En los oídos: Buenas taldes (Capitán Melao)

@tropicalia115

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