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Dedicado a todos los docentes…

Ya antes había oído la historia de Babar Ali, pero no podía dar fe de esta hasta el día que me la confirmó mi amigo indio Sahas, en su más reciente correo:

–Es cierto – dice Sahas–, el joven Babar Ali existe y es el actual rector del colegio En esta casa aprendo contento, recinto del saber que el joven creó cuando tenía solo nueve años. En sus inicios, el colegio no tenía ese nombre, y era solo la inquietud de un niño que jugaba a ser maestro. Se resistía a ver como a otros niños de su misma edad les pasaba por delante una improductiva vida, sin tener la oportunidad de aprender y educarse; y todo por física pobreza.

Esta historia comenzó en el sopor de una tarde, debajo de un árbol de guayaba, en una aldea en el distrito de Murshidabad, al oeste de Bengala, en la India. En su localidad, el niño maestro reunía a quienes fueron sus primeros alumnos, a los cuales enseñaba lo que él había aprendido en sus clases matinales, en el colegio Beldanga. Las clases las presentaba como un juego, el juego de aprender.

La campana de inicio de clase se oía a las 3:30 p. m. Con todo el orden del caso, tal como las había recibido en el colegio, el joven maestro dictaba clase por clase a los curiosos estudiantes. Las jornadas de aprendizaje se extendían hasta bien entrada las 6 de la tarde. Solo las sombras de la noche, por la falta de electricidad, detenían la pasión por enseñar del apasionado maestro.

La escuela la inició Babar Ali con muchas dificultades para retener a un grupo de jóvenes desacostumbrados a un horario y a la exigencia de atención que una clase requería. Al final, se las arregló para cautivar a 8 niños, entre los cuales se encontraba su hermana menor, Amina Khatun, quien hoy tiene 19 años y muestra, con orgullo, un luchado diploma de bachiller.

La práctica pedagógica del joven Babar Ali estaba plagada de necesidades, como la carencia de materiales y equipos. Allí, casi todo era improvisado, y se dependía del ingenio que la pobreza siempre activa. En realidad, la escasez persiste, no así el deseo de los niños por estudiar y espantar el analfabetismo y la privación de todo tipo de oportunidades. En esta región la mayoría de la población nace y muere pobre e iletrada.

Ya en el salón de clase, a cielo abierto, cuando el clima era favorable, el joven se enfrentaba a los retos del quehacer pedagógico, como la apatía estudiantil, la disparidad de competencias y, a uno de pura logística de aula: conseguir barras de tiza, las que, al final, lograba -solo en pedacitos-, después de rogarle a sus profesores que no los botaran.

Cuando los profesores se enteraron del propósito de los desechos de tiza, Babar Ali comenzó a recibir cajas, para acompañar a un emparapetado tablero. Las voces que hablaban de la labor del joven se oían cada vez más fuertes, y los materiales de estudio y el apoyo logístico comenzaron a aparecer. Ante el reto de los niños con diferentes niveles de competencia, y para que ninguno quedara rezagado, Babar Ali arrancó el juego de “cero”; y de cero arrancaba también su quijotesco sueño de educar a la inmensa población infantil de su comarca.

El empeño de Babar Ali para que ningún niño se quedara sin ir al colegio sirvió para aumentar entre los jóvenes del pueblo un entusiasmo por aprender que desbordaba todas las expectativas. Ya no tenía que ir él a las casas a animarlos a que vinieran a su colegio. Llegó ese grandioso día en el cual los niños iban por su propia voluntad y estaban allí, puntuales bajo el árbol de guayaba y prestos a recibir las clases del joven maestro.

Con el paso del tiempo, de los iniciales ocho alumnos, Babar Ali pasó a tener cerca de 600. Ellos conformaban la planta de estudiantes, que ganó espacio físico y académico al darle la posibilidad a los niños de cursar hasta el octavo grado. Los ocho niños pioneros, que crecieron como colegiales a la sombra del árbol de guayaba respirando su agradable olor, se contagiaron del juego de Babar Ali a ser maestro. Hoy en día son pedagogos, que se unieron a la noble causa educadora, junto a otros dos docentes que también le apostaron a la misión de edificar cimientos de saber. Ellos representan la única esperanza de una inmensa población infantil y hacen su labor por amor al arte, de enseñar.

Al juego de ser maestro, Babar Ali pudo haberle agregado otro: el del, a que te enseño, ratón. En ambas apuestas el joven maestro salió airoso, dándonos una clase magistral de amor y desprendimiento. Con el patio del colegio ampliado, el árbol de guayaba se ve ahora pequeño, pero el delicioso aroma que emana permanece hoy tan fresco y penetrante como hace 13 años. El aroma envolvía la atmósfera de un salón de clase al aire libre, donde nació el sueño de un forjador de oportunidades, el sueño de un maestro con un inmenso corazón. Larga vida para Babar Ali, un docente con sobresalientes calificaciones.

Marcelino Torrecilla N (matorrec@yahoo.com)

Abu Dhabi, Emiratos Árabes

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