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Sorprende que en medio del discurso mediático del posacuerdo, plagado de incertidumbre y desconfianza, florezca una noticia positiva: el caso de la vereda Orejón del municipio de Briceño en Antioquia; un alentador ejemplo de esperanza, una pieza fundamental en el rompecabezas del nuevo país que vamos a construir.

Orejón era uno de los lugares más minados de Colombia. Hoy, como resultado del programa de desminado humanitario entre el Gobierno y las Farc, y por primera vez en muchos años, sus habitantes pueden decir que viven en paz. Los niños de esta vereda pueden salir a jugar sin poner en riesgo sus vidas. Pero tristemente, es una noticia que no hace eco en la agenda informativa ni en las redes sociales con la misma intensidad que alcanza un robo registrado en cámaras de seguridad, o un escándalo político que se vuelve viral en segundos. Casos como el de Orejón debería tener el poder de alimentar una narrativa mediática que hable de la posibilidad tangible de una Colombia en paz.

Estamos haciendo esfuerzos enormes por transitar hacia un nuevo país, hacia una realidad diferente, de la que no hay muchas certezas y de la que aún no tenemos conciencia de todo lo que implica y de cómo se va a construir. Pero sí sabemos que por lo menos, colombianos como los de Orejón van a vivir en paz, y que tiene que ser posible que este ejemplo se extienda por todo el país y se convierta en tema de interés colectivo, en referente valioso y en conversación y exaltación cotidiana, para que la paz se empiece a concretar.

Desafortunadamente muchos medios de comunicación no han asumido con plena responsabilidad esa urgencia por hacer visible este empeño. Se les ha vuelto costumbre presentar como noticias positivas, por ejemplo, la reducción porcentual de muertos en festividades especiales. Como si una sola vida perdida no fuera suficiente para la tristeza y como si un niño de Orejón, salvado de una mina, no fuera motivo para celebrar la vida.

Su discurso se ha encargado de hacer un estruendoso eco del escepticismo, de la “amenaza del castrochavismo”, de las riñas por twitter y del miedo y de la muerte. Se ha levantado un imaginario que nos dice a diario que el fracaso es inminente; se normaliza la tragedia y se niega el espacio para la esperanza. Necesitamos interrumpir ese matrimonio entre los medios y la muerte, ese círculo vicioso que envilece la idea de país que estamos construyendo. Necesitamos conocer y comprender a esas madres de las Farc, a quienes han dejado las armas, a quienes están dispuestos a perdonar, a esas comunidades afectadas que hasta ahora ha sido “otros” y no un “nosotros” y quienes son los actores de ejercicios vitales de reconstrucción del tejido social.

Sorprende que, hace unos días, en esos discursos noticiosos guiados por la tragedia, una de las emisoras más prestigiosas del país se haya dado el lujo de auto reprenderse, al aire, por no haber puesto el caso de Orejón en primera plana. ¡Sí! mucho de autocrítica está haciendo falta para que sean visibles estas historias de paz y sus protagonistas, y para que por fin un día, “viralizar” la esperanza sea un propósito común.

@FDavilaL

Fernando Dávila Ladrón De Guevara

Rector Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano

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