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antigua.Aquí comienza todo, cuando hace algo más de cinco años, un inquilino desatinado del llamado Palacio de Liévano, quiso tomar como bandera de su desmedida ignorancia una batalla contra muchos colombianos pertenecientes a lo que algunos llaman una minoría.

El insulso burgomaestre expulsó de su seno a muchos que nunca atentaron contra su dignidad u honra, sin embargo, este nefasto personaje acudió a todas las argucias y leguleyadas que le pasaron por su enferma cabeza. Violó leyes, normas, preceptos, sentencias y quien sabe que más lineamientos legales, a parte de los orales, que nunca estuvieron ajenos al maltrato esgrimido por este señor.

Son más de cinco años en los que la monumental construcción de la carrera 6 con 26, de la capital colombiana fue vulnerada, cerrada e irrespetada. Durante este tiempo muchos partieron al circo celestial, otros llegaron a la vida en medio de la “democracia” del “rey de la demagogia de balcón”. Nos pisoteó de todas las formas, nos insultó tanto a nosotros como a nuestros antepasados.

En este tiempo adicionalmente el bufón, le timó a los más desfavorecidos de la capital, más de 10 mil millones de pesos, que esa hermosa mole de ladrillos que se erige en pleno centro de la capital del país debía haber entregado en dividendos.

Los damnificados, desde muchas aristas del arte vulnerado, emprendieron la defensa, no solo del edificio, sino de la dignidad de sus habitantes habituales. Incluso vinieron hermanos de otras latitudes para poyar la huelga de hambre que unos pocos emprendieron en el atrio del altar de la Santamaría.

Luego de muchos altibajos las Altas Cortes determinaron en reiterados pronunciamientos que los que somos minoría, tenemos los mismos derechos que tienen los que se creen una mayoría absoluta. En el entretanto muchas cosas malas pasaron para la ciudad capital, muchos males dejó el que se quería aferrar a la casa de la octava. Llegó el proceso que daba la posibilidad de “elegir” a uno que fuera verdaderamente representante del pueblo, de todo el pueblo y llegó uno que pertenece a una minoría, la minoría de los que tienen de todo y quieren más, la minoría de los que oprimen y manipulan las masas con conjuras electorales. Ese también llegó con el deseo de castrar la dignidaplaza de toros de la ciudad de Bogotád de los amantes de la fiesta, incluso manifiesta que emprenderá camino en contra de la minoría que no comparte sus gustos burgueses primitivos.

Y mientras todo esto ha pasado en algo más de cinco años la mole, el edificio, el altar de la tauromaquia colombiana sigue altiva, mayestática, imponente, y enamoradora. El nuevo inquilino del Liévano tuvo que cumplir con un mandato de los altos juristas de la patria para abrir los portones de madera del sagrario taurino, incluso en contra de su propia voluntad. Un ministerio que debería haber abanderado la defensa de la cultura taurina, gestionó un proyecto para generar “arreglos” al templo taurino y nosotros los devotos hemos estado a la espera de poder acudir al culto.

Aquí comienza todo, en el culto, en el templo, en el arte que allí se profesa, y todos los que profesamos libre y apasionadamente nuestro amor por la fiesta estamos expectantes de lo que sucederá el domingo, cuando a las 3:30 de la tarde, en aquel palco alto suene el pasodoble torero y se habrá el portón del patio de cuadrillas para ver el desfile de los hombre de oro, junto a los de plata, todos en una procesión en honor a la libertad del culto.

Estoy seguro que habrá infinidad de emociones dentro de los asistentes, incluso algunos detractores de la fe, se infiltraran en los tendidos para ver la belleza de la fiesta. Ese día nuestras gargantas gritaran con emoción, desde lo más profundo de nuestras entrañas ese ¡Olé!, en español, portugués o italiano, ese ¡Ole¡ usado como aprobación ante un acto de valor. Ese día, todos seremos notarios de que la libertad de conciencia existe, aunque algunos sigan empeñados en creerse más que las minorías. Minorías que somos respetuosas incluso de las mayorías, pero que sin lugar a dudas nos paramos erguidos y orgullosos de defender la dignidad de la fiesta de los toros. Ese día como decían los antiguos carteles que se fijaban en las paredes de Bogotá, “Todos a los Toros”

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