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No vamos a ponerle quejas o a pedirle soluciones. Bienvenido a Colombia, un país que lleva casi 200 años tratando de acercarse a sus ideales de libertad e igualdad, con éxito más bien mediocre. 
Por Daniel Mera Villamizar*
No vamos a ponerle quejas o a pedirle soluciones. Bienvenido a Colombia, un país que lleva casi 200 años tratando de acercarse a sus ideales de libertad e igualdad, con éxito más bien mediocre. 
Dicen connotados historiadores que somos un «país de medianías», pero no hemos renunciado a la «grandeza».  
Como el presidente Santos decidió entregar en su presencia dos títulos de tierras colectivas de comunidades negras, puso el tema afrocolombiano en la agenda. 
Querrá usted, presidente Obama, tener una visión desde la sociedad civil,  independiente, crítica, pues sería extraño que no la hubiera. La nuestra es una que prestó «apoyo condicionado» al lobby para la aprobación del Tratado de Libre Comercio en el Congreso estadounidense, con recursos propios.
Hemos dado otras pruebas de insertar el interés de la población negra dentro del interés nacional. Mantenemos un intenso diálogo con los colombianos, a través de las redes sociales. 
Al menos en facebook, nuestra audiencia es la tercera parte de la del presidente Santos y el doble de la de su ministro más popular. No tenemos rabia en el corazón, aunque esto es más fácil en un país que no sufrió discriminación legal por color de piel después de la independencia.
También tenemos un sueño. Sentarnos a la mesa del progreso, del respeto y de la responsabilidad, como resultado de una prosperidad nacional con equidad, sin discriminación, principalmente. 
Hemos estado en la cocina, los socavones, los oficios iletrados de servicio, el río, el mar, el patio, la tarima, pero no -estructuralmente- en la mesa en igualdad de condiciones. 
No es que nos definamos por el color de la piel, sino que la sociedad sabe que una mesa de diversos colores significará un cambio social.
Pero, presidente Obama, lo que el gobierno colombiano le mostrará no es el símbolo de la búsqueda de una mesa compartida con igualdad, sino del confinamiento en un patio con escasas posibilidades de acceder a la modernidad económica.
No le exhiben una acción afirmativa subregionalizada en educación o en superación de la pobreza extrema; no un plan para enfrentar las oportunidades y los riesgos de los pequeños productores en las zonas expuestas por el Tratado de Libre Comercio; no una iniciativa que compense debilidades institucionales de muchos municipios para acceder a los fondos de regalías petroleras. 
No un símbolo de «cierre de la brecha», sino uno de «condiciones desiguales porque los queremos ver diferentes», así solo sea menos del 10% de la población afrocolombiana.
Si en Chicago no hubiese habido afroamericanos sentados a la mesa, que se valieron de los instrumentos de la modernidad, probablemente no estaríamos escribiendo esta carta. 
Los dirigentes antiguos de esta sociedad, cuyos herederos lo están atendiendo, que nunca supieron reconocer la legitimidad específica de la población negra y se inventaron el ideal de nación mestiza, están muy contentos con el símbolo que le mostrarán. Es sospechoso.
Es la continuación de la dominación por una vía parcialmente consentida. Pregúnteles qué nos deben desde la creación de esta República. No lo entienden. Así estamos. 
Por acá lo esperamos en el 2032 y un poco antes, para contarles (a Michelle también) una historia nacional más plural y sentados a la mesa. 
*Directivo de la Fundación Color de Colombia [Traducida al inglés, será entregada en Cartagena y difundida en Washington]

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