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Me opongo radicalmente a la melancólica y pusilánime expresión que últimamente se ha vuelto «vox populi»  de muchas mujeres: «no soy suficiente».

Tibisay Estupiñán Ch.
Por Tibisay Estupiñan Chaverra, bacterióloga y escritora de vocación. @tibisayes
Vamos por la vida adaptándonos a las situaciones que esta nos presenta, moldeándonos como arcilla de acuerdo con el fin para el que hemos sido creados. Por esto, y conscientes de las voluntades del «cosmos», precisamos no tener pensamientos radicales frente a ningún evento por fortuito o premeditado que sea.
Sin embargo, he de ser discordante y debo decir que me opongo radicalmente a la melancólica y pusilánime expresión que últimamente se ha vuelto «vox populi» de muchas mujeres: «no soy suficiente».
Realmente, ¿cuánto es suficiente? En las relaciones de pareja siempre habrá alguien que dé más, que se encuentre comprometido con los sueños y propósitos «mutuos»  -valiente gracia-, que descolle en actos de amor tan puros, que para el más sensible de los poetas sería el verso triunfal de su composición y sin embargo, tal vez, esto no sea «suficiente».
Desde nuestra promiscuidad mental, donde nuestros pensamientos fornican entre sí y fecundan ideas que parimos en las insulsas conversaciones que concebimos a diario, me pregunto vanamente: ¿Quién determina cuánto es suficiente? Lo suficiente siempre estará ligado a la necesidad de cada quien.
Habrá a quienes una simple oración les baste para ser salvos. Otros necesitarán ser exorcizados. Por esto es triste y lastimero ver personas que se han calcinado las entrañas preguntándose ¿qué me falta? ¿Por qué no soy suficiente? 
Cuando muchas veces lo que han entregado ha caído en las manos de un minusválido incapaz de lidiar con tanto o simplemente en alguien con una necesidad diferente.
Nos es difícil entender que somos perfectamente inexactos y exactamente perfectos, que lo que para unos es gracia, para otros es dolor, que lo que para unos es belleza, para otros es inmundicia, que lo que para unos es música, para otros es ruido, que lo que para unos es amor, para otros es simple y mundano placer.
He escuchado tantas historias de corazones rotos, de sueños detenidos, de ilusiones quebrantadas, que han despertado en mí una sensibilidad que raya en lo ridículo. Cuánto nos esforzamos por amar, agradar a otros, por sentir, por creer cuando todo esto debería ser espontáneo y real.
Cuán fuerte es nuestro ego cuando la desesperanza agobia, cuán poca es nuestra fe en nosotros mismos cuando nos olvidamos de quiénes somos, cuánta angustia y desolación podemos llegar a sentir cuando nos «estereotipamos»  y nos volvemos almas extranjeras en nuestros propios cuerpos.
Es increíble ver lo poco que gozamos con lo mucho que tenemos y lo mucho que sufrimos por lo poco que anhelamos.
Hombres y mujeres hemos centrado nuestro esfuerzo en conseguir a alguien que nos haga felices, como si la felicidad fuera una de esas baratijas que venden en las plazas públicas, y coqueteamos con la muerte en esa ausencia de seguridad que permutamos por estúpidos espejismos.
Preguntarnos si somos suficientes no va a resolvernos la vida. Algunos nos escupirán en la cara nuestras falencias. Otros nos dirán que somos más de lo que esperaban. Otros irán por la vida «retaceando» sueños, ilusiones y amores que usarán para confeccionar lo que creen necesitar y eventualmente seremos simplemente uno de esos retazos.
Después de haber recibido tanto de nada, rendirse ante las vicisitudes de la vida no puede ser una opción. Un buen amigo al que la vida le ha dado el privilegio de retacear amores, suele decir que «son más numerosos los que renuncian que los que fracasan». Vaya verdad. 
Así que ya es hora de dejar de sentir auto-compasión y de aventurarnos a cazar dragones y exorcizar demonios sin importar si hemos de dejar la piel en el asfalto o mudar como serpientes, pero sin olvidar que somos únicos y suficientes y sobre todo entendiendo que aunque la carne sea exquisita, siempre habrá algún vegetariano. 

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