La seducción-conquista está en decadencia.
Por Tibisay Estupiñán Chaverra, bacterióloga y escritora de vocación. @tibisayes – facebook.com/tibisayes
Era uno de esos multitudinarios encuentros sociales donde todo el mundo está presto a coquetear y ser objeto de coquetería; donde pocas cosas se dejan a la imaginación.
Donde cupido anda con una botella de ron en la mano disparándole con una puntería absurda a todo lo que se mueve.
Allí tuve la percepción de que hemos perdido la noción de lo que es la seducción natural y actuamos como borregos castrados en finca sin cerca.
Eso me golpeó en la jeta como reclamándome el por qué de mi participación en semejante espectáculo tan deprimente.
Me encontré con la realidad de que hemos desviado totalmente el concepto de lo que es la seducción y de lo que implica poner en práctica la verborragia escuchada o leída sobre el arte de “atraer” a alguien, ya sea para una relación proyectada a 50 años con selección de hijos incorporada o para un encuentro causal y espontáneo.
Entiéndase por seducción como el acto de cautivar a otro espécimen humano sin caer en la vulgaridad al mejor estilo de Miley Cyrus y quitándole al acto la necesidad de cualquier pedazo de “plástico” que se pueda imaginar.
Nuestras reuniones sociales son tan lúgubres que repetida y sistemáticamente suelen terminar en intentos de conquistas amorosas y utopías románticas atrapadas en látex y no en una interacción que de manera no rebuscada adopte un erotismo que desencadene una fuerza liberadora representada en la forma de comulgar con el universo más antigua, natural y poderosa de todas.
Es triste ver que estamos encadenados a una matriz de comportamiento que no le aprovecha a ninguna de las partes implicadas (hombres, mujeres); por el contrario, termina causando un guayabo moral, que nos pone de manera consciente a tomar turno para la levantadita del autoestima que sobreviene después de tanto consumismo emocional.
Esto se debe a que no hemos podido desligarnos ni de los paradigmas con respecto al amor ni del capitalismo en las relaciones de pareja, que nos arrojan a vivir bajo una doble moral que se pliega en lo que queremos, lo que suponemos que los demás quieren y lo que la sociedad nos inculcó (impuso) que era correcto querer. -Pensándolo bien, eso sería una triple moral.
Es miserable ver a un hombre asumir que el final de la noche debe culminarse en un motel (casa, garaje, potrero) como PREMIO a las atenciones que «desinteresadamente» brindó. Claro está, omitiendo a los que están viviendo su era romántica, que son harina de otro costal. El problema ni siquiera radica en su presunción, el problema es que está programado para asumirlo.
Su consciencia patriarcal se lo exige; los estereotipos y la integridad de su virilidad así se lo recomiendan. En ese momento su pene y el peso de sus antepasados «machotes» todos, son los que gobiernan sus decisiones.
Igualmente, la actitud de princesa demente de la mujer deja mucho que desear. Una mujer que constantemente realiza peticiones sin sentido solo para sentirse complacida tiende a convertirse en OBJETO.
La idea de ser “la mejor de la vitrina» es una desdeñable y estúpida imposición de lo que suponemos como feminidad, que si no nos mata -literalmente-, seguro terminará «matando» de la envidia a la gorda del lado.
Si no paramos de comercializarnos desde ambos «lados de la cuadra», nunca podremos darle al proceso de Seducción-Conquista el sentido emancipador que posee.
Si no paramos de manejar nuestros entornos sociales como estantería de mercancía en oferta, seguiremos eternamente batallando con los demonios de la inseguridad, el facilismo y el clientelismo emocional, que no nos permiten avanzar, ni crecer como seres independientes que pueden interactuar con los otros de manera genuina, a fin de que la retroalimentación nos lleve a generar relaciones sanadoras y enrriquecedoras principalmente con sigo mismos.
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