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Sobre el síndrome del cazador decembrino de pareja.

Tibisay Estupiñán blog bPor Tibisay Estupiñán Chaverra, bacterióloga y escritora de vocación. @tibisayes – facebook.com/tibisayes

De un tiempo para acá me he preguntando por qué hay tanta gente que en esta época del año invierte una cantidad perturbadora de “recursos” en conseguir una pareja, un amante, un machuque o como lo quieran llamar, por el solo hecho de no pasar diciembre solos.

Gente que parece cotero de central de abastos en pleno paro agrario, que ofrecen todo lo que tienen para quedarse así sea con una papa guata embarrada o con un tomate podrido.
No importa si en el proceso les toca hacer de psiquiatra, de tutor de bienestar familiar (por la cantidad de hombres y mujeres con demencia infantil) e incluso se pueden tomar a pecho el papel de rehabilitadores de gamines de ser necesario. Pero pasar un Diciembre solos: JAMÁS.

Asombra la cantidad de personas que a comienzos del mes pasado estaban cantando “Noviembre sin ti” con el corazón en una mano y una botella de aguardiente en la otra. A mediados del mes, vaticinaban una soltería irrevocable y permanente y por los últimos días, se sentenciaban a la soledad con un ahogado y lastimero “esta navidad no es mía”.

No obstante, con la llegada de las lucecitas titilantes, los villancicos y los melomerengues, la pena se les fue disipando y corrieron a cometer el mismo desatino de todos los años: buscar desesperadamente con quien tener una “Noche de Paz” para luego “adorar al niño”.

Por estas fechas en las que nadie soporta el estar solo, en las que todo el mundo busca con quien “mover la maraca” para cantar Tutaína Tuturuma a una sola voz, cada quien empieza a hacer su propio boceto de lo que será su “amor eterno” basándose en lo agradable que podría ser esa anhelada compañía a la hora de prender las velitas, enredar las luces en el árbol, destapar regalos e incluso, atragantarse con las doce uvas.

Este es el primer gran error del cazador decembrino y de todos los seres humanos cuando pretendemos empezar una relación a partir del desespero y la frustración de estar solos: fundamentar los sentimientos en las carencias, porque todos los esfuerzos realizados en la nueva conquista, terminan siendo un collage de excusas resultantes de los desaciertos amorosos del pasado y de comportamientos prediseñados para salir ilesos de un travesía tan “segura” como ser un recién nacido en los tiempos de Herodes.

Una clara evidencia de que esa amañada y exasperada manera de buscar el amor no funciona, es que esos que hacen cursos de pintura de cerámica navideña y de preparación de natilla para “asegurarse” la compañía, porque no tienen la suficiente madurez emocional para permitirse esos espacios de reflexión que a veces llegan con la soledad , son los mismos que uno ve meses después parados en las esquinas; demacrados, flacos, feos y ojerosos porque una vez más están padeciendo del síndrome de Tusa Post Decembrina.

Terminan tan decepcionados y dolidos de su presurosa aventura navideña, que a manera de expiación, sueñan con mandarle a su antiguo-reciente examor un grupo de Reyes Magos motorizados que no lleven precisamente Incienso, mirra y mucho menos oro.

Si no comprendemos que estar acompañados no es una obligación y que estar solos tampoco es una maldición, si no dejamos de repetir frases taladrantes y perturbadoras como “te dejo el tren” o “te quedaste solterón”, nunca nos sentiremos en la libertad de tomarnos el tiempo para elegir situaciones y personas que se conviertan por lo menos en buenos recuerdos o en experiencias de auténtico crecimiento y trasformación.

El verdadero amor y la verdadera amistad no se fuerzan, no se premeditan, no se piden, no se compran ni se venden. En realidad vienen por sí solos. (No los trae Papa Noel, ni se manifiestan por el uso de la tanga amarilla de los deseos)

Si en este diciembre nos ocupamos de disfrutar de nuestra compañía sin necesidad de desbocarnos a “construir” relaciones que resultan siendo peores que nuestra repudiada soledad, seguro el año viejo nos dejará algo más que una chiva, una burra vieja o una pena eterna.

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