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La insistencia enfermiza en cometer una y otra vez los mismos errores, no es femenina, es humana.

Tibisay Estupiñán blog bPor Tibisay Estupiñán Chaverra, bacterióloga y escritora de vocación. @tibisayes – facebook.com/tibisayes

Millones de personas abordan un taxi con el sencillo propósito de que este los transporte, sin que algo extraordinario suceda. Sin embargo, y dependiendo de los kilómetros a recorrer, en el camino puede surgir una tertulia taxista-pasajero que va desde una interacción psicólogo–paciente, hasta algo parecido a una plenaria del Senado en época de elecciones.

En una ocasión en la que tuve el placer de ser partícipe de este inusitado encuentro, nació un debate tan emocionante que ya ni me preocupaba por dar las orientaciones que mi amigo me había dictado para que no me dieran vueltas y hasta perdí el interés por el taxímetro.

El taxista empezó a hablar sobre su concepto de “Estupidez Femenina”. Con una cara de desconcierto y tratando de que mis senos le recordaran que hablaba con una mujer, me dispuse a escuchar lo que pensé sería una ofensa disparada desde un cerebro patriarcalmente diseñado.

El señor conductor me explicaba que él llamaba “Estupidez Femenina” a ese comportamiento de algunas mujeres que se caracteriza por una insistencia enfermiza a cometer una y otra vez los mismos errores:

La esposa engañada y violentada que no se separa, la puta a la que el chulo la extorsiona todas las noches, la joven que se embarazó a propósito para “atrapar” al novio y se convirtió en una manipuladora madre soltera y hasta la pre-adolescente furtiva que dejó un papelito con la palabra Cytotec en su taxi.

Acaloradamente me decía que había mucha mujer loca quejándose de los hombres por situaciones que ellas consentían. Yo, con toda la feminidad desbordada y alimentada desde los tiempos de Eva, sintiendo que volvían a echarnos la culpa por una manzana que se comieron dos personas libres, adultas y conscientes, discutía cada uno de sus argumentos.

Por momentos, la querella se tornaba tan trepidante que llegué a temer que el taxista tuviera una cruceta.

Mientras discutíamos me puse a pensar que si bien el término que él utilizaba para describir aquellas situaciones no era el adecuado por ser descaradamente misógino, no estaba diciendo mentiras con respecto a lo mucho que nos equivocamos al momento de tomar decisiones, equivocaciones que no son exclusivas de las mujeres.

Generalizando un poco la cosa, podíamos ver que los erráticos patrones de conducta no están circunscritos a género, sino que cada uno (mujer u hombre) vive a su manera en un eterno estado de inconsistencia emocional, de debilidad de carácter y sufrimiento consentido, derivados de sus miedos, traumas del pasado e incapacidad de autorrealización, que podría llamarse “Estupidez Humana”.

Con mi nuevo amigo coincidía en que hoy hay personas tan bipolares que necesitan hacer terapia de pareja para tratar consigo mismos, y esto obedece a que siempre nos hemos definido desde las opiniones, sentimientos y decisiones de otros. Situación que caricaturiza nuestra verdadera personalidad.

Incluso, el feminismo, tal y como se ha interpretado, pareciera un movimiento en el que las mujeres quieren tener los mismos derechos que los HOMBRES, y todo termina entendiéndose como que ahora el motel debe pagarse mitad por mitad por aquello de la liberación femenina.

Cada nuevo argumento me permitía ver lo mucho que necesitábamos un proceso de auto-reconocimiento, aceptación y libertad que rescate a mujeres y hombres de tanto estereotipo, de tanta demencia, de tanto apego y flagelación innecesarios.

Entre charla y charla pasamos por el puente, recorrimos yo no sé cuántos kilómetros, vimos el letrero verde, doblamos a la izquierda, a la derecha y luego otra vez a la izquierda y el taxímetro marcó los 13.600 pesos, tal y como me lo había indicado mi amigo. El taxista se quedó con sus razones y yo con las mías. El debate terminó en tregua, no por común acuerdo, sino por falta de tiempo.

Al final, concluí que estamos tan llenos de paradigmas mentales que no perdemos oportunidad para satanizar a los demás, que lo que no entendemos preferimos criticarlo y que mujeres y hombres necesitamos empezar a trabajar en nuestro SER, para renunciar a tanta estupidez y dejar vivir vidas miserables.

Admití que aunque teníamos evidentes discrepancias ideológicas, el encuentro había sido reflexivamente sustancioso.

Así que, la próxima vez que aborde un taxi, póngale conversa al señor conductor, no vaya ser que se esté perdiendo la oportunidad de charlar con la mismísima reencarnación de Freud.

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