La culpa es más enemiga que la vejez, y si no que se lo pregunten a una mamá moderna. ¿Cuántas de nosotras no ha derramado lágrimas de sincero remordimiento por no hacerle honor a la omnipresencia cuando de los hijos se trata? Así es, muy pocas. Casi todas sucumbimos a la culpa, a la vejez ya le encontramos la vuelta.
¿Por qué? Luego de martirizarme en un episodio resiente en el que se me olvidó la despedida de fútbol de mi hijo y mandé a mi hija a la foto del colegio con el uniforme equivocado, propongo la siguiente hipótesis que separo en dos partes:
La primera, nos enredamos. Es difícil que exista un punto óptimo sin aceptar que cada decisión acarrea consecuencias. ¡El tiempo con mis hijos no tiene precio! No, pero el colegio bilingüe, las clases de fútbol, de guitarra, de ski, la terapia sensorial, las clases de música, el arte-terapia, sí que lo tienen. Y en medio de todo lo que hoy implica darles herramientas a nuestros hijos, optamos por dárselas todas, sin caer en cuenta de que ocuparlos a ellos es inevitablemente ocuparnos nosotros. Hay que ceder en algo, crear un balance que se ajuste a mi realidad, a la de mi familia.
La segunda es que asumimos responsabilidades que a todas luces le corresponden a nuestros niños. Este es mi caso particular, porque mis hijos ya tienen edad de saber, por ejemplo, cómo deben ir vestidos al colegio. Y aquí me permito también llamarle la atención a los colegios: nos bombardean a los padres con mensajes casi diarios con un resumen detallado de los compromisos de los niños. ¿Qué pasó con la agenda? ¿Se acuerdan del control? ¿Y ese discurso de empoderar a los niños? Ah… ya nos vamos sintiendo menos culpables.
A mis hijos -como muy probablemente a los suyos- no les hace falta amor, pero a mí sí que me hace falta tiempo. Y muy a pesar de que no creo en sobre estimular a mis hijos, hago un esfuerzo por multiplicarme y estar presente en todo… no siempre lo logro. Y está bien. Si de algo tengo la certeza es de que mi imposibilidad de multiplicarme nunca tomará el lugar del amor por mis hijos ni ante sus ojos, ni -aquí declaro- ante los míos.
Con esta última frase aprovecho para liberar a las mamás que se juzgan por ideales. Necesitamos con urgencia reivindicar a las mamás reales, esas que movidas por el amor y el anhelo de darles lo mejor a nuestros hijos les acolitamos muchas experiencias, pero que no somos físicamente capaces de acompañarlos a todas. El parámetro más que estar en todo debe ser estar presentes. ¿No es más sensato descuidar el instagram mientras estamos juntos en casa, que llegar al recitar de guitarra a leer el email? Hum…
Mi abuelo decía que se deben llenar necesidades con realidades, y la realidad es que no siempre podremos ajustarnos al tiempo de nuestros hijos, como también es verdad que siempre nos sobrará el tiempo para amarlos. No nos enredemos.
Eh ave maría… cómo se complican los hogares o madres solteras hoy día. Lo más importante, considero es la calidad de tiempo dentro del hogar. La sobrestimulación conlleva o es propensa a desórdenes conductuales que se reflejarán en la adolescencia.
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Mi padre nunca estuvo pendiente de mí por estar pendiente de su trabajo para poder vivir mejor.Y me crié muy bien y el no tuvo mayores preocupaciones.Pero resulta que hoy es diferente la vida Nuestros hijos están rodeados de una gran cantidad de depredadores que los acechan constantemente; esto hay que reconocerlo.Hoy nuestros hijos nos necesitan de este modo.
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