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Abducidos

 

Vivimos un secuestro constante.

Nuestras mentes están siendo interceptadas a diario.

A través del celular, la sim card, el portátil, en fin.  Los consumidores de Internet, estamos siendo devorados por la red, hoy con más voracidad que nunca. No importa el operador o el dispositivo, pareciera que no es infundado el temor aquél de que los “nuevos” equipos lleven incrustados en su interior un “chip” de lectura del pensamiento que tendría como receptor el iris, la huella digital o qué se yo.

Como si el despiadado ataque del “merchandising” proveniente del mercado financiero y la oferta exasperante de tarjetas de crédito fuera poco para el oído, y la asfixiante publicidad que se desata en la red cuando se compra cualquier carajada “on line” no perturbara la vista como lo hace; de un tiempo para acá, un gran segmento de la población -más allá de la especulación y el antecedente cinematográfico-, cree, creemos, que de alguna manera, nuestros pensamientos están siendo leídos a distancia por algo o alguien, interesado en “teledirigir” (si es que podría caber el término) nuestros caprichos hacia determinadas fuentes de consumo. Presos del consumismo  feroz y la estrangulación del bolsillo, el bombardeo publicitario inmediato que no parece coincidencial sino deliberadamente aterrador, aunado a la predeterminación de nuestros gustos y preferencias sea por el medio que sea, apartaría cada vez más al hombre del tan preciado libre albedrío, alienándolo desde todas sus aristas, y anulándolo en cada vértice de sus cinco sentidos.  Dramático.

Personalmente me aterra el pensar que, más allá de la escalofriante ráfaga publicitaria que a diario roe nuestra dermis y apalea nuestras cienes, induciendo hábitos no solo de consumo en todos sus ámbitos, sino a preferencias de todo orden (empezando por la urticante y emética política, pasando por la frenética gula y los insultantes gustos musicales modernos), nuestros destinos puedan estar siendo influenciados y definidos por alguna proterva fuerza que busque saciar los intereses de unos pocos. No en vano se escucha decir que en los tiempos actuales quien reina en la Tierra es el mismo Satanás y no otro. Pero al margen de cualquier mística lectura, me sobrecoge y mucho, creer estar cada vez más convencido de lo capturado que está el Hombre contemporáneo;  y no propiamente por la ciencia a profundidad, el verdadero arte, la investigación cabal, los buenos modales, el afianzamiento de la virtud, la solidaridad firme y demás hegemonías al interior de esa majestad de ser humanos. El hombre está siendo sometido a la banalidad del consumismo y a la imposición de favoritismos y nepotismos baratos y superfluos. Inclinaciones aberrantes y estrepitosos gustos no solo musicales, sino del más amplio espectro.

¿Cuántas veces le ha sucedido que está pensando en «x» cosa y en fracción de segundos al frente de su ordenador o inmediatamente empieza a navegar desde su celular antes de digitar cualquier palabra, ya la publicidad virtual empieza a encenderse invadiendo cual hidra virulenta su pantalla? ¿Cuántas veces se ha preguntado si su insólito gusto por vestir de tal modo, seguir a tal o cual bellaco candidato, o escuchar las estridencias de “x” controversial cantante de moda, pueden estar influenciados no solamente por la aplastante publicidad o la dramática influencia de ciertos “amigos”, sino por una organización soberana por llamarla de algún modo, que altera y predetermina a través de los dispositivos electrónicos o cualquier otra plataforma invisible su psiquis para encaminarlo en una u otra dirección lejos del libre albedrío?

Es importante cuestionarse profundamente de cuando en vez, hacia dónde y porqué elegimos el rumbo que elegimos, porqué las preferencias, porqué los fanatismos, porqué las inclinaciones, las desviaciones y tantas vacilaciones.

La abducción de todos ya empezó.

Ahora la tarea, bien podría ser resistirse.

Descubrirse.

Afianzarse en la verdad.

Cuestionar a fondo.

Todo.

Y a todos.

 

 

 

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