Me allano a aquél que alguna vez afirmó: “quién por lo menos, no ha vivido el infierno que es tener un familiar narcotizado, no debería hablar ni de legalización ni oponerse a la incautación”. Alguna vez respaldé la opción de la legalización, entendiendo que podría resultar una eficiente medida para desestabilizar a las leprosas cúpulas del repulsivo y productivo negocio del narcotráfico. Y, debilitadas las estructuras dirigentes, la pirámide de infamia debería empezar a desmoronarse; en teoría.
Hoy, luego de ver cómo la droga tiene derruidos y carcomidos a varios amigos, que a diario se retuercen en ese infierno, la alternativa de la incautación de la mano con una represión ponderada, no me parece en manera alguna censurable. Podría resultar eficiente como campanazo de alerta para quienes empiezan a migrar hasta ahora en ese oscuro y abominable mundo del vicio. Y también para los burlados padres que viven convencidos de que sus hijitos son solamente consumidores ocasionales. Y es que el padecimiento no es solo para quienes tienen un vínculo cercano con el adicto, sino para aquellos que han sido víctimas de aquél que forrado en droga intimida, amenaza o atraca. También para quienes hemos tenido que soportar en la cuadra o barrio o, justo al frente de la casa, la pestífera concentración que emana de los “cachos” de marihuana.
Seis meses casi han transcurrido desde la promulgación del osado y polémico decreto gubernamental que trajo de vuelta la penalización de la dosis mínima, y desde entonces, advierto que el vicioso agazapado entre los matorrales ha ido esfumándose copiosamente. Por ese solo hecho, empiezo a aplaudir la medida adoptada y el decreto firmado por el presidente. Poco me trasnochan las encendidas demandas hoy más vigentes que nunca, en contra del precepto firmado por Duque, los respetables temores académicos, las ONG´s y las reservas expuestas por una sociedad civil muchas veces en extremo hipócrita.
Ahora bien, no sé si la medida va a derrotar al micro tráfico, probablemente no, pero considero que sí puede llegar a cohibirlo y desgastarlo, y en cuanto a los menores, sustrayéndome de lo plasmado por algunas fuentes editorialistas, estoy seguro que va a aumentar la posibilidad de controlarlos un poco más.
El prohibicionismo sujeto al compromiso y la severidad de una mano que con disciplina y ecuanimidad aplique la ley, puede llegar a demostrar que la ineficacia podría empezar a menguar sustancialmente. Obviamente necesitamos que la autoridad en pleno se salga del negocio y la complicidad, y demuestre no propiamente una represión desbordada sino una contundencia ponderada. Estoy seguro que a la Policía Nacional (en su más sesuda ala por lo menos) no le va a quedar grande esta nueva potestad conquistada. Y, finalmente, menester sea rematar este blog confesando que, me inquieta que más de un fumador de hierba, su proveedor, distribuidor, productor y demás, se sigan arropando con la postura habitualmente liberal, garantista y generosa de ciertos medios, para justificar o mejor, blindar, su acaudalado y depravado negocio.
Completamente de acuerdo… lo que sucede es que se hoy los padres no quieren asumir responsabilidades, quieren que los valores los inculque el colegio o los transmitan por´{- televisión, pero ellos no asumen su rol. Por eso no creen en la disciplina. Pero para la drogadicción, solo funcionan la disciplina y la represión, porque el drogadicto no tiene voluntad de superarlo a no ser que se le obligue.
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Diego Fernando, gracias por leer; su opinión es muy valiosa.
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