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El séptimo arte nos dejó en el 2019 una propuesta sensacional: The Joker (El Guasón). Simplemente fabulosa.

 

Todos llevamos un Joker por dentro. Usted es ‘guasón’ por pertenecer a esta sociedad, como ‘guasón’ es quien no alcanza a pertencer a ella.

 

Excepcional cinta producida y dirigida por Todd Silver y Scott Philips y estelarizada por un Joaquin Phoenix que impregna su piel y su sangre con un personaje dramático y sensacionalmente estremecedor: Arthur Fleck.

 

La personificación por antonomasia del miserable bondadoso e incomprendido, abandonado y vilipendiado por una sociedad que no va a descansar hasta perforarle su corazón ensangrentado por la traición de rastreras  y vacuas amistades, esputado por el destino y burlado por un pasado que lo sumió en un tormentoso engaño supurante aupado por un despiadado rechazo oligarca.

 

Arthur Fleck, encadenado a una condición que transforma sus nervios y su amargura en una súbita e intimidante carcajada, confunde al mundo que lo rodea, que sin juzgarlo ya lo condena, que sin olerlo ya regurgita sobre él.

 

Él es «la Torre de Babel» que aplasta a quien no es capaz de comunicarse debidamente, a aquel que anhela ser escuchado y entendido por quien no oye ni razona.

 

Incomprendido, aturdido y fusilado por la indiferencia, la displicencia y la arrogante y asquerosa violencia, típica del ser humano. De los que «sí saben» cómo hacerse escuchar. Aquellos que se definen como «fuertes y exitosos».

 

Frustrado por un destino asfixiante que pareciera empecinarse en hacerle cada día más ruinosa su delirante existencia, descubre que su pasado lo cubrió con una gruesa máscara bajo la cual, marchita y desabrida, se iba derritiendo y evidenciando rápidamente una historia de rechazo y mezquindad agobiantes.

 

¿Cuántas máscaras, cuántos disfraces y maquillaje necesita el hombre para ocultar su pasado, disimular su presente o inducir su futuro?

 

La historia detrás del famoso, extravagante y maligno personaje, amado por muchos y odiado por algunos —según la versión de Silver y Philips— es fabulosa a mi modo de ver. Envuelve y seduce. Fascina y estremece. E infunde respeto, pasión y compasión la interpretación magistral de Phoenix.

 

El ‘guasón’ es usted que está leyendo este blog, lo es aquél, soy yo, son ellos, somos todos. Todos aquellos a quienes se nos ha olvidado cuál de todos los caminos es el indicado. Por qué el alma se extravía… si por el espejismo que nubla el entendimiento, por cobardía o por falta de voluntad. Por angustia, por odio o por amor. No importa.

 

Porque todos llevamos maquillaje con nosotros. Para ocultar la tristeza, la vileza, la belleza o la vejez, la arrogancia o la insensatez, la perfidia o la envidia, la inclemencia, la demencia o la obsolescencia; para dispersar, para disuadir, para convencer o confundir. Para poder amar y poder herir. Para saber vivir y saber morir. Una máscara para ocultar la hipocresía o la idolatría, para paliar la fruición, exaltar la perversión o diseminar la sumisión.

 

Una máscara para poder pertenecer y poder salir. Una gran máscara para poder conquistar sin presumir, para poder ascender sin explicar, para poder opinar sin pagar, enseñar sin cobrar y ganar sin opinar.

 

Podemos llegar a ser Jokers por intereses mayores de esos que quitan muchas veces la memoria. Borrándola, reemplazándola o eliminándola. Oscureciendo la mente con respecto a los demás objetos y objetivos. Pero mientras haya quién o qué nos conduzca hacia la luz y nos reanime nuestra amortecida virtud, jamás dejaremos de hallar la salida.

 

¿Quién no ha creído tener un talento que terminó siendo explotado cuando no ultrajado?

¿Quién no ha hallado en su pasado vestigios de vejámenes ocultos que en cuestión de segundos empiezan a avinagrar un alma que alguna vez se creyó inmune a la desgracia?

¿Quién no viste de traje para disimular las llagas de un alma huérfana, melancólica y pordiosera?

¿Quién no ha querido, alguna remota o absurda vez, volverse homicida por un minuto?

¿Quién no ha querido en algún momento acabar con lo que más ama y exaltar lo que más se odia?

¿Quién no ha abrazado, durante un instante siquiera, a aquél que solo merecía ser rasgado?

¿Quién no ha despertado alguna preciosa mañana con ganas de acabar con el mundo entero?

¿Quién no ha querido apretar el gatillo alguna maldita vez?

 

El Jocker lo apretó pero resolvió no morir.

 

Asesinó, por lo visto, esa parte de sí que era noble, amorosa, dócil y servil. Esa parte que no cuajó en su sociedad, que no le arrojó los réditos esperados, que lo despedazó en los hierros hirvientes que su pasado le echó encima en una fracción de segundo.

 

Asesinó, seguramente, la mejor parte de su ser para darle vida y liberar ese increíble monstruo perverso que lo catapultaría al escabroso Olimpo de una fama hurtada y encendida. Una fama cebada por el resentimiento de quien opta por la sangre cuando la bondad solo lo atraganta con bocanadas de ceniza.

 

Es allí, en esta producción magnífica, justo en esa pieza impecablemente estructurada que con razón nos encandila y abraza (y abrasa) en el momento preciso en que el Guasón se consagra y entrega al lado oscuro definiendo su propósito y tomando la decisión en un no retorno espeluznante, que estalla la magia en The Joker.

 

Morir para nacer. Un renacer que en el caso de Fleck encanta por su histrionismo sin negar lo desbaratada que deja el alma que llora o ríe excitada, a través de una carcajada siniestra que aún mucho después de concluida la película, se escucha estrepitosa y radiante.

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