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En un país como estos, los de abajo y el medio son unos huérfanos desde su nacimiento. Unos desamparados que agarrados a las raíces del tiempo intentan ascender y alcanzar sus sueños, pero que para conseguir algún tipo de logro, primero tienen que ver sus manos sangrar y sus pies hinchados de tanto caminar senderos pedregosos. En este sentido, entre esos huérfanos, solo los mejores, aquellos con un alto nivel de fuerza de trabajo, talento y perseverancia ganarán un lugar al lado de aquellos a los que siempre los ha acompañado su estrella.

Una de las tantas dificultades que genera el elitismo en Colombia es que hace difícil que la clase social baja o media consiga resultados a corto tiempo o que logre en algún momento de su vida transformar su existencia. Solo aquellos que hacen parte de la oligarquía o las familias adineradas obtienen resultados rápidos y seguros, aunque sus cualidades en cualquier profesión no sean superiores a las de la clase baja o media.

En este sentido, a los de clase alta cualquier puerta se les abre por el simple hecho de un apellido, dinero o clase social. Esto se da porque el imaginario colectivo en este país, tanto de los ricos como de los pobres, es que los que pertenecen a la clase alta son mejores, así que los hacemos merecedores de todo. Es como si tener dinero significara poseer títulos de nobleza, como si así se lavaran las imposibilidades en todos los campos y, entonces, se adquirieran cualidades, aptitudes y capacidades al tener una cuenta bancaria y un apellido.

Estados Unidos, con su idea de permitir que sin importar las condiciones económicas las personas por sus talentos tienen derecho a triunfar, nos ha hecho pensar a América entera que existe la posibilidad de que ese sueño americano pueda ser para todos. Sin embargo, la realidad es que como indígenas, negros y mestizos nos asumimos menos bellos, inteligentes y valiosos, así que solo le tendemos la alfombra roja a esos que cumplen con el estereotipo de belleza anglosajón o a los que dicen tener alguna nacionalidad europea o la estadounidense.

Aunque como cultura no seamos conscientes de esto, que nuestros imaginarios han sido colonizados; y hasta que no nos descolonicemos, hasta que no comprendamos que nuestras raíces y culturas ancestrales son igual de valiosas que las de aquellos que llegaron a estos territorios hace quinientos años, no podremos nombrarnos como iguales, ni mirarlos a los ojos y decirles a las culturas  imperialistas que valoramos lo que fuimos y lo que aún queda de nosotros.

Para esto debemos descreer de la historia escrita por la mirada Europea en la que niegan que en estos territorios hubo unas grandes civilizaciones y que, sobre todo, ha desvalorizado la cosmovisión de estos pueblos, ya que como no eran “racionales” y no tenían una construcción lineal y “evolutiva” de cada aspecto de la cultura, los consideraron como pueblos exóticos, con raras costumbres y en los que sus habitantes no poseían alma y se acercaban más a los animales.

En este sentido, hasta que no comprendamos como humanidad que en la diferencia está el valor de lo que somos, y que esa posibilidad nos hace infinitamente valiosos como seres pensantes y emocionales, no podremos sentirnos orgullosos en aquello en que nos convertimos en ese mestizaje y lo que fuimos como pueblos originarios de estas tierras ricas en costumbres, creencias, ciencia y arte.

Así las cosas, no se trata simplemente de culpar a la clase alta sino de reflexionar como sociedad sobre cuáles son nuestras creencias. Es decir, ¿tratamos igual a una persona pobre que a una con dinero? ¿tratamos igual a una persona indígena o afro que a una persona anglosajona? ¿cuál es el imaginario que tenemos frente a lo bueno y lo bello? ¿es más valioso el que tiene dinero que el que se ha cultivado como ser humano y tiene diversos conocimientos, pero no posee riquezas? ¿realmente el dinero nos hace más valiosos?  ¿existen culturas superiores?

Es hora de que empecemos a descolonizarnos como pueblo y descreamos que todo aquello que nos han vendido como bueno y bello es la única posibilidad de nombrar el mundo.

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