Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

Por: Carolina Cárdenas Jiménez

No se trata de derecha o izquierda, se trata de números, las estadísticas nos plantean más de 900 líderes asesinados desde el 2016. Y solo en lo que lleva de este año hay 57 líderes sociales asesinados, escabrosa e indignante esta cifra. La polarización del país no nos salvará de la muerte e injusticia. Es hora de pensar en aquello que le hace bien a la inmensa mayoría y en unas leyes que sean justas y equitativas para todos.

El actual paro nacional, que inició el 28 de abril y el cual ha sido continuo, nos narra unas cifras igual de escalofriantes. 47 muertes y 548 desapariciones, según datos de 26 organizaciones sociales, hasta el momento, más de 30 personas heridas (solo las registradas), quienes han perdido uno de sus ojos, más de 20 personas víctimas de violencia sexual; sin contar las personas que han sido torturadas o violadas frente al silencio de otros y otras u a lo lejos de la vista de la comunidad.

Ante semejantes cifras urge que las Naciones Unidas no solo escriba comunicados frente al cuidado de la vida de los manifestantes, sino que actúe en función de proteger y salvaguardar la integridad física de quienes marchan pacíficamente para que no sean asesinados, ya que la vida no puede seguir siendo vista con desprecio. No, la vida es sagrada y un milagro y, por tanto, se tiene que respetar.

Recordemos que entre el año 1985 y 1993 asesinaron a 1.163 integrantes y desaparecieron a otros 123 del partido Unión Patriótica, cifra investigada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Esto nos muestra una historia de un eterno retorno, es decir, nos describe una sociedad en la que permanecen una y otra vez iguales situaciones: las mismas familias y gobernantes dirigiendo al país, la falta de oportunidades para todos, corrupción entre quienes gobiernan y la violencia permanente que desaparece y asesina a quienes piensan de manera diferente.

A Colombia la rodea una historia sangrienta y violenta, ya que aquellos que desde siempre han pertenecido a la oligarquía no muestran la intención de democratizar algo que debería ser democrático: el poder para que otros con otros apellidos y nuevas ideas tengan la posibilidad de gobernar el país.

Son las nuevas generaciones las que están construyendo un nuevo país desde la dignidad, la consciencia social y pensando en el bien del pueblo. Son las nuevas generaciones las que piden un país más justo, libre y equitativo. Piden a gritos que las mismas familias y clases dirigentes que han gobernado este país y han permanecido en el poder por los siglos de los siglos permitan la emergencia de nuevos liderazgos para que el país por fin sea una democracia en la que todos tengan voz y voto, pues ya es hora de que esas familias comprendan que el país no es su propiedad y que nadie, por tener dinero o un apellido determinado, debe tener privilegios por encima de los demás, ya que todos tenemos los mismos derechos al ser ciudadanos de estas tierras.

Compartir post