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La primera advertencia que recibí al llegar a Bogotá fue “¡Pilas con la Décima!”  -“¿Qué pasa allí”?- Indagué entre temeroso y curioso, a lo que mi anfitrión, mi primo Josman, respondió con un contundente “¡De todo!”. Y tenía razón: en ninguna otra de las vías que corren paralelas a los cerros orientales del Distrito Capital puede haber tantos contrastes como en la cinta de asfalto que une al populoso barrio de Las Lomas (el de las mil escaleras) con el aristocrático Hotel Tequendama.

 

La Décima es la Décima y punto. Claro que la única “Décima” posible es la que va de la Calle 34 sur (antigua carretera al Llano) hasta esa encrucijada vehicular–frente al Museo Nacional- en el que nuestra vía protagonista desaparece para darle paso a la comercial Carrera 13 y a la consentida Carrera 7ma. Las otras décimas parecen no existir y si aparecen es apenas como punto de referencia postal –para forasteros y carteros neófitos- a los que sus guías, para orientarlos, les han recitado de memoria la fórmula: “Si vas de sur a norte, ten en cuenta que hasta ‘Los Héroes’ la Décima queda a mitad de camino entre la Séptima y la Caracas”…

 

Claro que intentar orientar a alguien en Bogotá es casi imposible. Con el paso del tiempo uno acaba por comprender que lo que hace que uno no se pierda en esta bendita ciudad es un sentido instintivo –y casi defensivo- de ubicación. Mejor dicho: a fuerza de tanto extraviarse; a razón de tantas veces repetir el episodio ese en que el chofer entra su buseta al parqueadero de final de ruta y mirando por el espejo retrovisor nos pregunta ¿Qué, es que se va ir conmigo hasta la casa? es que aprendimos a identificar la difusa semejanza entre calles y diagonales, entre transversales y carreras; entre calles “madre” (las principales) y calles “hijas” (las secundarias, accesorias o factoriales que pueden ir de la “A” a la “Z”; ejemplo: la “63 F”); sin embargo, esas embarazosas situaciones nunca nos permitieron entender lo que significa la expresión “Bis” (a propósito: ¿dónde rayos queda la Transversal 84 K Bis?), ni la lógica, si es que la hay, que rige a las Avenidas cuyo mejor ejemplo es la Avenida 68 que siendo una carrera (paralela a la “Boyacá”) acaba convertida en una “calle”: la número 100 ¿ah? ¡Quién nos explica eso!

 

Afortunadamente nuestra Décima está ajena a esa barahúnda de calles ciegas y de nomenclaturas incomprensibles. La 10ma es simple y llana; quizá por eso sea tan propicia para que un ejercito de raponeros y carteristas la tengan como oficina de trabajo y para que la modalidad peruana de “las pirañitas” (niños que atracan en masa) se haya implantado en esta calle con relativo éxito. No obstante, no en toda la Décima atracan: hay de puntos a puntos, siendo los comerciales los más neurálgicos. Un rápido escaneo de sur a norte de los sectores por los que atraviesa la Décima nos ilustra de la diversidad sociocultural de nuestra metrópoli andina: arranquemos por el ya aludido barrio Las Lomas; un apretujado conjunto de casuchas enclavado en las montañas que le hacen honor a su nombre; luego pasemos –unas cuadras más abajo- al sector de la Serafina en donde la globalización se ha patentizado con la construcción de un Carrefour que tiene a los tenderos circunvecinos a punto a quebrar. En esa misma zona residencial- comercial (sobre la calle 27), queda la concurrida iglesia del 20 de Julio y 5 esquinas más al norte –en el límite del barrio “el Sosiego”- el transitado cruce de la Calle 22 que algunos insisten en llamar de la Primera de Mayo. Ahora; si abordamos un bus en cuya tabla rece: CENTRO, pronto pasaremos por la 11 sur de la familiar Ciudad Berna y más lueguito por la textilera Policarpa Salavarrieta que además de vender telas por cantidades es la patria chiquita del futbolista Fabián Vargas y es la ciudadela de sindicalistas y militantes de izquierda (allí queda la organización de vivienda popular Provivienda); amén de ser un sitio 100% terapéutico al contar en sus lindes con el Instituto Cancerológico, la Clínica Materno Infantil (que hasta hace poco era la de mayor número de partos por día del país) y ser sede del mayor monumento de la desidia estatal: el hospital San Juan de Dios al que cada 24 horas se le cae un ladrillo sin que las autoridades se conduelan de ello.

 

Dejando atrás la Hortúa y con ella todos los almacenes de muebles habidos y por haber; llegamos, por fin, a unas calles habitadas por fufurufas que anteceden a la Avenida de Los Comuneros que, paradójicamente, une dos extremos que tienen mucho en común: el desaparecido Cartucho con la Casa de Nariño. A partir de esa calle sexta el tráfico se hace lento y vemos numerosas casas de cambio (de “reducidores” como dice la policía) y después el magnifico mercado persa que los colombianos conocemos como San Victorino en el que la descripción falla por la tumultuosa y variopinta oferta comercial del sector que va desde los artesanales Pasajes Rivas y Colonial; pasando por el novedoso “Madrugón” (bazar textil que opera de 4 a 10 AM), siguiendo con los gigantescos almacenes de animador con micrófono y niñas con delantales azules a cuadros que atienden en todas las plantas; hasta llegar a las casetas azules de 1,50 metros de fachada en el que se venden libros nuevos y usados. Todo ello sin contar la veintena de centros comerciales como “La Pajarera”, “Cosmos”, “Puerto Colombia” (Antiguo TIA), etc., etc., en el que gente de todo el país viene a aprovisionarse para surtir sus negocios.

 

Pasando El Cafam y la Panamericana llegamos a la adoquinada Avenida del fundador Jiménez de Quesada y sin escuchar el rumor del Río de San Francisco y sin voltear a ver el musgoso Eje Ambiental e ignorando los articulados buses de Transmilenio, continuamos raudos hacia el fin del trayecto observando infinidad de almacenes de calzado, infinidad de cafeterías con vitrinas térmicas exhibiendo almojábanas y pandebonos e infinidad de edificios de oficinas (entre ellos la Contraloría del bonito complejo de Colseguros) que van pasando por el ahumado vidrio de la buseta y que nos llevan a la orilla oriental del antiguo Teatro Olimpia (hoy Office Depot) y de la emblemática Torre Colpatria… ¡Ya hemos llegado al añejo Centro Internacional! (todo esto sin reparar en el túnel que liga al Tequendama con la Iglesia de San Diego) y desde ahí avistamos los privatizados Correos Nacionales y el desaparecido cinema triple equis (XXX) cuya propiedad actual está en manos de un cantante puertorriqueño de salsa… solo nos queda el Museo Nacional y frente a él la estatua de José de San Martín que nos dice: “Hasta aquí llegaste vía bandida”…

 

En fin, uno puede presumir de un “septimazo”, o de darse un “paseo por la quince”; más uno nunca chicanea con darse un decimazo… ¿Usted sí?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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