Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

Si hoy día se les pregunta a los niños de primaria qué quieren ser en la vida, ellos dirán que desean ser médicos, futbolistas, ingenieros, astronautas o abogados; mientras que las niñas preferirán la psicología, la administración, el modelaje o el periodismo; claro que no faltará el infante que manifieste con orgullo su interés por ser actor o músico ni la nena que admita su anhelo de ser cantante, enfermera o azafata. Aun más: siempre habrá el soñador, generalmente el más aplicado, que descreste a propios y extraños con su intención de ser presidente de la república.

Pero si se repite el mismo interrogante a chicos que estén terminando la secundaria, ellos serán más prácticos y específicos a la hora de responder. En las aulas de grado once escucharemos sobre proyectos de vida que girarán en torno a profesiones como la nutrición, la ingeniería mecatrónica, la ciencia política, la veterinaria, el cine y la televisión; la administración ambiental, el diseño gráfico, el mercadeo y la publicidad e incluso la historia y la antropología.

No oiremos de boca de los niños y de los jóvenes, expectativas de existencia en torno a oficios respetables y milenarios como la panadería, la sastrería, la zapatería o la peluquería. Ningún hombre manifestará su afición por ser mayordomo o asistente y no habrá mujer alguna que exprese su ardor por fungir como cocinera o secretaria. Para justificar la elección de su futuro dirán al unísono: “estudiaremos y nos quemaremos las pestañas para vivir bien”; frase sensata pero injusta ya que los oficios discriminados son artes necesarias para la vida social diaria (¿cuál sociedad puede vivir sin los campesinos y los cocineros?) cuya ejecución demanda talento, esmero y maestría de parte de sus oficiantes que pueden vivir dignamente e incluso con prosperidad económica.

Pero bueno, vamos al tema de este blog: ya no hay niños ni jóvenes que expresen su vocación por el ancestral arte de la docencia; no aparece relevo generacional que confiese su convicción por desempeñar el honroso rol de la educación encarnado por los profesores. Sócrates se debe estar revolcando en su tumba al conocer la situación profesional de su querido oficio: ya éste no obtiene las mayorías que antes gozaba en los niños de la escuela y los adolescentes del bachillerato desprecian la docencia cuando observan con detenimiento el estilo de vida de sus propios maestros. Y es que no nos digamos mentiras: un profesor promedio es aquel ubicado en el estrato 3 de la escala socioeconómica y por ello se le designa como “de clase media”, que en Colombia significa el que se rompe las costillas para sobrevivir con ciertos lujos restringidos, algo así como el “pequeñoburgués” al que se refería Marx en el Capital.

Claro que ese desconocimiento de los pibes del nivel elemental y ese desdén de los muchachos de la secundaria reposa en los ideales actuales de nuestra sociedad que privilegia el confort económico, el prestigio bursátil, la reputación profesional y el rápido éxito en el mundo de los negocios (el ‘traquetismo’ que refieren los sociólogos) que el respeto y la fama obtenida a través de la abnegación, el sacrificio y el esfuerzo; por ello nadie quiere ser escritor, pianista, matemático, bailarín de ballet o jardinero. Mucho menos profesor de preescolar o de geografía de Colombia.

La figura del maestro está devaluada; está venida a menos: ya no significa lo de antes y los chicos cambiaron el cariñoso “profe” por el odioso “cucho” que le hace el juego a la discriminación a todo lo viejo que hoy tiene connotaciones de obsoleto cuando antes, no hace mucho, denotaba conocimiento y sabiduría. Es el imperio de lo nuevo sobre lo antiguo, como si lo novedoso fuera un valor cuando filosóficamente no es más que un accidente susceptible de desaparecer o de convertirse en lo que ataca; es decir, volverse “viejo”.

Casi la totalidad de los profesores dignos de Colombia no tienen mucho dinero; la educación como oficio no da plata. Otra cosa es la educación como negocio: ella si es generosa ya que siempre habrá clientes y siempre existirán cuotas extraordinarias y arreglos contables para satisfacción del dueño del establecimiento, pero esa es una generalización que no aplica para todos los casos. No obstante en el estamento profesoral los pagos, así se trabaje con el estado, son precarios y apenas dan para vivir. Muchos se irán lanza en ristre con esta exposición al argumentar que los docentes son los que menos horas trabajan al día y los que más vacaciones tienen, a lo que habría que responderles que el oficio intelectual es absolutamente agotador, lo cual se potencia con la dificultad de lidiar con la juventud actual que casi no respeta a los mayores (de hecho, a un buen porcentaje de adolescentes ¡ni en sus casas se los aguantan!) y que en muchos casos no muestran el mínimo interés por aprender: es que en casa no ayudan y quienes están formando a nuestros hijos son la calle y la bendita televisión.

Además, todo profe comprometido debe actualizarse e informarse continuamente y eso demanda tiempo, dinero y esfuerzo; cosa que muchas veces no se puede hacer ya que un gran número de colegas (yo soy profesor) deambulan de una institución a otra trabajando como catedráticos en lo que perversamente suele llamarse “síndrome de los mercenarios del conocimiento”. Así mismo, por salud física y mental se debe destinar tiempo al descanso y la reposición de fuerzas para tener lucidez en las clases y para no ir a parar al manicomio de Sibaté, tal como le ha ocurrido a varios compañeros. Quizá los únicos profesores que no son tocados por la escasez monetaria y el agobio psíquico que acabo de relacionar son los vinculados a prestigiosas universidades públicas y privadas tales como la Nacional, Andes, de Antioquia, Javeriana, Univalle, etcétera, etcétera (más no los de garajes hechos universidades), cuyo problema es de otro orden: persecución política.

Termino con una reflexión autocrítica: muchos de los nuestros se dejan arrastrar por la mediocridad y acaban repitiendo en todos sus cursos la misma carreta: ponen el piloto automático; no leen ni se actualizan y por ello sus a- lumnos (los que requieren luz) no se entusiasman por investigar en las temáticas ofrecidas en clase. Así mismo, muchos exorcizan sus cuitas profesionales y de vida con el licor y por ello el gremio arrastra una fama de bebedores compulsivos; finalmente está el asunto de los enamoradores y enamoradizos; sea con sus compañeras de oficio y/o con estudiantes, asunto natural pero delicado ya que en buena medida atenta contra la ética de la profesión.

Así que es muy comprensible que hoy los bachilleres de las normales no ejerzan sus dotes docentes y que los licenciados sean pocos (siempre faltan vacantes por cubrir en los colegios) y que muchos profesionales de otras ramas del saber lleguen a la enseñanza como un escampadero del desempleo generalizado del país y no con la convicción de maestros como Platón (fundador de la Academia), Aristóteles (creador del Liceo), Simón Rodríguez y María Montessori.

La docencia es una bendición de la vida: ella otorga satisfacciones diarias y de largo plazo; cada estudiante graduado es motivo de alegría, pero cada hombre y mujer correctos son causa de proverbial orgullo. Por ello no puedo terminar esta tira sin enviar un saludo a mis compañeros de oficio y un abrazo de agradecimiento a mis profesores (desde kinder hasta los actuales del posgrado) y a todos mis alumnos de las ciencias sociales.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Compartir post