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El rumor de tanques hizo que venciera mi apatía para escribir y que volviera a colgar una reflexión propia en el ciberespacio. Por estos días la amenaza de una guerra no se descarta y veo con preocupación que, en la calle, muchos se entusiasman con la idea de que nuestras tropas se crucen a balazos con las fuerzas venezolanas y, eventualmente, con las ecuatorianas; claro, todo esto con el apoyo del Gran Hermano del norte: Estados Unidos.
Tan alegres compatriotas ven sin asco esta posibilidad y hacen cuentas alegres, alentados por los medios de comunicación que –en su amarillismo de titular- calientan el ambiente como si el asunto fuera un simple partido de fútbol: que nosotros tenemos más helicópteros que los ‘venecos’, pero ellos tienen más aviones caza; que ellos tienen más tanques y nosotros más pie de fuerza; que los paramilitares volverían a la carga a favor nuestro, pero la guerrilla estaría del lado de allá… ah, que superamos en hombres, tecnología y fusiles a los vecinos de Rumichaca, pero ellos cuentan con el apoyo de Argentina, Paraguay, Bolivia y Chile; no obstante el Imperio está con Colombia… que ellos, que nosotros… que esto, que lo otro y un largo etcétera de estupideces que hacen que alguna gente insulte a los artesanos ecuatorianos por un lío que ni ellos ni nosotros pedimos ni encendimos.
La verdad monda y lironda es que Álvaro Uribe jugó una carta arriesgada que le hizo ganar la mano, temporalmente, pero que amenaza con dejarlo fuera de juego. En otras palabras: la victoria se torna pírrica en la medida “en que se ganó algo a un altísimo costo”: el aislamiento internacional (ser apoyado por EE.UU. no cuenta ya que esa alianza se acaballa en un interés de ellos por tener presencia en la zona), al menos el de la sub-región, que le hizo decir al locuaz Chávez –no sin algo de razón- que somos la Israel de Suramérica (al igual que el estado judío tenemos rotas las relaciones con todos los vecinos y estamos atravesados por una espiral de violencia interna de marca mayor). De contera, tradicionales amigos como Perú (por la gratitud de Alan García en su etapa de exilio en Colombia) y Paraguay (por el apoyo nuestro en “la Guerra del Chaco”) han mostrado su reserva al agresivo modus operandi del gobierno Uribe Vélez que obtuvo un indudable triunfo militar (y de política electoral interna) a costa del descrédito en el exterior.
Después de esa nocturna operación que acabó con la vida de Raúl Reyes, difícilmente nuestro popular mandatario podrá aspirar a una segunda reelección ¿La razón? La diplomacia colombiana –que violó su mesurado proceder de antaño y que todos los días zozobra en un mar de dudas e indecisiones- y la economía nuestra no resistirán cuatro años más (fuera de lo que resta de éste periodo) de inestabilidad política con dos gobiernos como los de Ecuador y Venezuela cuyos presidentes –de verdad- verdad- se quedarán una buena cantidad de tiempo en el poder. Esa es la paradoja maturaniana del asunto: se perdió al ganar, al menos, para Uribe.
Lo otro es el espectáculo de quinta conque fue mostrada la baja del “Canciller de las Farc”; es cierto que, como guerrero que era, el jefe de los bloques farianos del sur podía morir en cualquier momento y de un sinfín de maneras atroces, pero la insensible y dantesca manera como lo exhibieron –cual botín de guerra en épocas del imperio romano ó de la conquista del lejano Oeste en USA- con un amarillismo inmarcesible, atentan contra el mínimo de humanidad y de respeto a la dignidad individual que a todos nos asiste. La guerrilla se pudiera exceder (y miles de veces se ha desmandado, pero al fin y al cabo ellas están por fuera de la ley, con lo cual no las justifico), pero nunca el Estado (en cabeza del presidente y cimentado en sus fuerzas armadas) que debe observar y obedecer los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario. La familia de ese cabecilla y buena parte de la sociedad colombiana nos merecíamos un parte respetuoso y no presenciar ese espectáculo de cow boy.
Una cosa es informar de un positivo militar, sin sonrisas sardónicas – poco elegantes en un dirigente con responsabilidad social- y otra muy distinta es exteriorizar una morbosa alegría aupada en el correr de la sangre en la que no se distingue que un bando representa la legalidad y la constitucionalidad y el otro (en palabras de los militares y el presidente) la barbarie y el terrorismo. Debe haber una coherencia entre lo que se dice y se hace y yo reclamo aquí esa armonía entre el pensar y actuar de nuestros dirigentes, para que en 200 años, nuestros tataranietos distingan entre unos (que son colombianos) y otros (que también lo son).
Ojalá el anti- colombianismo, que se ha incrementado en la región con el actual gobierno (¡Para colmo de males de nuestra dolida patria flagelada por otras maldiciones como el narcotráfico y el paramilitarismo!) no llegue a extremos xenofóbicos y chauvinistas; así como también ruego al Dios de los colombianos (que lleva mucho de vacaciones), para que no atropellemos al extranjero que reside en nuestro suelo. Los menos culpables aquí somos Usted, Yo y los otros que accidentalmente –como nosotros- nacieron más allá de un límite arbitrario que “supuestamente nos separa”.
Que el sueño del Libertador se cumpla por las buenas: que seamos una sola nación sin fronteras y no la colcha de retazos que con tanta tensión está a punto de romperse en mil pedazos.
  
 
 
 
 
 
 
  

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