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Todos los que se meten con Maradona son unos igualados. Se ensañan con su desgracia porque pocas veces han tenido el chance de criticar a un dios. Gozan no con la victoria de Alemania sino con la vapuleada de Argentina. Se solazan viendo como el ídolo de pies de barro vuelve a él, como tantas veces, para sumergirse en las pailas del quinto infierno que quedan de Sudáfrica para abajo. No saben los que disfrutan de ese regocijo estúpido que burlarse de El Diego es mofarse de sí mismos porque ¿quién es Maradona? Es un plebeyito que nació en una Villa Miseria de un país tercermundista como lo es Argentina. Un «don nadie» que a fuerza de un talento único y de puros huevos se encumbró como el primer producto exitoso de la globalización. El ‘Pelusa’ es tan hijo de sus padres como de la televisión. Antes de él hubo otros genios como Garrincha, Di Stéfano y el mismo Pelé que no alcanzaron a usufructuar los réditos del satélite en vivo y en directo. Ellos simplemente nacieron no antes de Cristo, ni antes de Maradona, sino A.TV (antes de la TV).

De ahí que El Diez sea un hijo de todos nosotros. De todos los que celebramos sus goles en el equipo más popular de argentina (El Boca), del más sórdido de Italia (El Napoli de la camorra) y que haya sido para buena parte del pueblo argentino -y por extensión de América Latina- el héroe que lideró la derrota de los súbditos de Su Majestad en «México 86» después del baño de sangre que hubo en las Malvinas por cuenta de la tiranía de Videla y la arrogancia imperial británica.

Por eso estoy con Maradona. Porque no sólo está más cerca de mi que el más latino de los alemanes (Müller por ejemplo, que por su trato a la pelota parece parido en estos lares), sino porque ha peleado varias batallas por mi y por todos los que hoy se llenan la boca ridiculizándolo: se agarró con Havelange, con Blatter, con la Fifa, con Estados Unidos, con los farisaicos controles antidoping, con la derecha argentina, con Bush y fue tan hombrecito que se tragó la goleada de 6 x 1 ante Bolivia sin criticar la altura de La Paz que el tanto había defendido a favor de los bolivianos.

Que es un arrogante, que se va de lengua, que se cree Dios… claro, eso es cierto. Pero la culpa es también de todos nosotros, como en el caso de nuestro maradona colombiano: Pambelé a quien endiosamos hasta alturas del Olimpo, celebrándole sus excesos, y después abandonamos en la miseria cuándo se cansó de ganar. Que Maradona es droga, sexo y religión pagana. Pues si,es un ser que lo probó todo y esa también es parte de su grandeza: no medirse, andar al filo de navaja como lo hizo en la cancha cuando, la misma tarde, marcó el gol más de potrero -más sudamericano- de todos los tiempos (el de la mano) y unos minutos después limpió su falta anotando el más estético que jamás volverá a verse una Copa Mundo.

Que lo quiere ganar todo a cualquier costo. Que se cree superior a los demás. También es cierto, pero esa es la gasolina que hace posible el milagro argentino en los deportes y en su maravillosa cultura; esa es la versión sureña de la verraquera que nos atribuimos los colombianos. Criticarlos por querer ser más raya en la mala leche más sibilina.

Es fácil reírse hoy del astro argentino. Sólo mentes elementales no sopesan el harakiri de volverse contra el paria más paria de todos nosotros. Sólo seguidores mediáticos sin criterio no entienden que hundimos la daga en nosotros mismos cada vez que mancillamos al DT albiceleste. Seguid riendo estúpidos, seguid revolcándote en el lodo de vuestra miseria espiritual. Seguid celebrando la hipócrita fiesta de los castos de Zúrich.

 

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