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Escribo desde la UERJ, una de las 10 universidades públicas que están en la zona de influencia de la capital carioca. Martillo las teclas de este vetusto computador, desde la sala de computo del quinto piso, dónde un ‘rapaz’ (joven en portugués), gentilmente permitió que utilizara este equipo sin ser estudiante de esta U ¿Podría ser eso posible en Colombia? Quizás sí, pero -admitámoslo- con mucha suerte: los colombianos somos tan amables como los brasileros, pero mucho más desconfiados. 

Escribo viendo el Maracaná. La imagen me aturde: crecí oyendo de este mítico estadio que llegó albergar a 200.000 almas y que fue sede de la tragedia de Uruguay campeón en 1950 con el Negro Obdúlio a la cabeza. El tener a este ícono cultural como parte del paisaje cotidiano (vivo a tres calles) es algo que todavía no digiero. Verlo además en el quirófano es una experiencia sobrecogedora: una veintena de buldóceres le abren las entrañas para tenerlo listo para la Copa Confederaciones del año entrante, para el Mundial del 2014 y para los Olímpicos del 2016.   
Sin embargo el marco es similar: hay indigentes en las calles, la policía es acusada de corrupción; existe descrédito de los políticos (incluso ahora, que están en elecciones de alcaldes y concejales se nota más ese escepticismo); el narcotráfico tiene un lugar en la cotidianidad noticiosa; las favelas son un recordatorio permanente de una sociedad desigual y los imaginarios latinoamericanos saltan a la vista: la fiesta como elemento de integración (y su máxima expresión, el carnaval, es referente poderoso), el fútbol como pasión nacional y las telenovelas como escenario que recrea con estereotipos el sentir popular. Fiesta, Fútbol y Farándula televisiva. Las tres efes del cliché nacional. Aquí y allá.  
Escribo desde una urbe que tiene metro, tren, bus y barco (para pasar de Rio a Niterói y viceversa) y esos servicios de transporte público están integrados (la tarjeta es intermodal y con ella se pasa de un sistema a otro y en el segundo viaje se rebaja o es gratis si se aborda antes de una hora de tiempo) y funcionan sin el caos que los apocalípticos vaticinan para ese sistema integrado en Bogotá. Aquí también hay trancones. El primer día estuve atrapado en uno de casi dos horas y todos protestaban. Esto no es Suiza. Otra cosa es que los mayores de 65 y niños uniformados viajan siempre gratis. No es Suiza, pero hacen cosas que nosotros sólo pensábamos de los suizos. 
Jamás he visto un raponazo, ni un atraco; pero los noticieros registran hechos a diario y los brasileros conocidos me hablan de una inseguridad rampante. He caminado a altas horas de la noche y transitado sectores despoblados sin sentir un ápice de zozobra como la vivida todo el tiempo en mi querida Bogotá (todavía recuerdo el regreso nocturno por la Décima: todos veíamos en el siguiente pasajero al asaltante). Definitivamente son umbrales de percepción distintos. Hay inseguridad, sí, pero de otro nivel ¿Y las favelas? La otra vez subí a una fiesta de samba… concluir que los moradores de esos morros de Rio son hampones es tan superficial como decir que todos los colombianos somos narcos.
Remato con lo que vine hacer aquí: un doctorado en antropología. Charlando con amigos docentes me cuentan que ellos tienen derecho cada periodo de tiempo a cuatro años de vacancia sabática en la que «tienen la obligación» de producir. De investigar. De innovar. De hacer ciencia. De presentar avances en tecnología (¡y fuera de eso les dan beca y viáticos si tienen que viajar!). Miro hacia el lado y todos mis compañeros del posgrado estudian sin pagar un peso y la mitad de ellos tiene beca. Yo mismo estoy a punto de recibir una. La cosa es sorprendente: el Estado brasileño me dará una cifra igual a mi sueldo en Colombia ¡Y me obliga a que sólo estudie! Allá, en la capital, estudiar el doctorado me costaría $36.000.000 si estudiara en la Nacional (una de las más económicas y en la que no se sacrifica precio por calidad) y aquí recibiré caso tres veces ¡sólo por estudiar!
Esa es la principal diferencia entre nosotros y los «brazucas» (que significa persona festiva, alegre): la marca distintiva es la educación. Eso es un proyecto nacional. Bueno, aquí todo es descomunal: la República Federativa de Brasil tiene casi la extensión de Europa (6 veces la nuestra) y su población casi quintuplica la colombiana. Ellos son la sexta economía del mundo y la primera latinoamericana: el real es 2 a 1 con el dólar. Hacen parte del G-20, el G-8; lideran el Mercosur y su antiguo presidente salió con la popularidad más alta (igual que en Colombia), pero no ha habido escándalos de corrupción ni entuertos como los que dejó Uribe. De igual manera Lula procede de la izquierda y su legado en mejora de lo social son incontrovertibles: todos -hasta la oposición- coinciden con eso. Eso -el acuerdo- parece ser un imposible en la querida patria. 
Este blog pretende mudar sus contenidos: se llama blogotá pero estoy charlando con eltiempo.com para cambiarle el nombre y empezar a pasarle el termómetro a este país en el que viviré cuatro años y que será sede de varios megaventos deportivos y que hoy por hoy es la nación referente de la región. Ellos ya nos tienen en su radar ¿cuándo los consideraremos vecinos? Nos seguimos encontrando.
  

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