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Ya no puedo con la vergüenza. Cada vez que un funcionario de este gobierno abre su boca en un escenario internacional siento pena propia y -lo peor- pena ajena. No padezco lo mismo si braman sus verborreas en suelo patrio, al fin de cuentas ya estamos acostumbrados (anestesiados, más bien) y «todo queda en casa». Pero los amigos de afuera no tienen porqué escuchar las alucinaciones guerreristas de nuestro Mesías criollo y sus áulicos babosos y melifluos.

Oírlos es insoportable. Sobre todo cuándo enarbolan banderas moralistas de tono malhablado y maniqueo: «quien está contra Colombia está con lafar«. Toda una máxima que hace recordar al tejano que armó la de Troya en Irak y después -cuando se comprobó su felonía- ni siquiera dijo «sorry». Todo un lema ideológico que pretende culpar a los vecinos de los males de aquí. Todo un montaje sustentado en el «síndrome del sofá» en el que el esposo traicionado hace arder el mueble en el que se produjo la infidelidad de su mujer. Según esa doctrina la culpable de la existencia de las guerrillas en Colombia es Venezuela y otros países como Ecuador que «ya recibieron su merecido con el bombardeo de Sucumbíos». Quizá esa evasiva manera de ver las cosas provenga de la ancestral costumbre colombiana de echarle el muerto a otros: «la malicia de los indígenas nos jodió», «la trampa de los españoles echó a perder nuestra cultura», «Panamá se separó por culpa de los franceses y de los yanquis», «la droga la cultivamos porque al otro lado la consumen»… ¿entonces, qué es culpa de nosotros? ¿La frontera solo la deben cuidar los vecinos? por esa vía se llega derecho a echarle el pato al pobre Caín y a la serpiente del Génesis cuando «la culpa no es de la estaca sino del sapo que salta y se estaca».

El embajador Luis Alfonso Hoyos hizo una improvisada defensa más basada en la supuesta inmoralidad del chavismo que en las certezas tecnológicas. Además incurrió en el error que se le señala a Chávez: criticó la ciudad de Caracas por insegura y se metió en el fuero interno de ellos al acusarlos de malgastar sus dólares provenientes del oro negro. Craso error: se repitió la gastada estrategia que ya no surte ningún efecto en el exterior (como pudo verse en las aburridas caras de los cancilleres de la OEA) aunque si lo tenga de paredes pa’ dentro ¿Yerro táctico de Uribe? Lo más seguro es que no. El todavía presidente siempre ha despreciado la opinión internacional y todos sus discursos y acciones -incluso los ejecutados por fuera- siempre han tenido como destino los noticieros nacionales; es decir, el mercado interno, por eso habla y se disfraza de campesino; por eso siempre posa de víctima del conflicto («a mi papá lo mataron los asesinos de la democracia») y por eso regaña, con aire obispal, a periodistas extranjeros cuando le formulan preguntas que cuestionan su inmaculado actuar.

Si no es un error ni una torpeza, entonces, qué es. Respuesta: un estratagema del mejor exponente de la rabonería. El iracundo Uribe se retira -lo dijo el embajador veneco Roy Chaderton- como un pistolero: con armas a dos manos, disparando a diestra y siniestra. No pudo soportar que la flema cachaca de Santos -que a él tanto le enerva, como le fastidia todo lo bogotano, menos la alcaldía de Bogotá- busque reconciliación con los otrora enemigos de la seguridad democrática al «auxiliar a los terroristas que desangran a Colombia».

Se va Uribe. Por fin. Bien ido. Pero deja armado el tierrero. Y se va como mal perdedor: se larga supurando el veneno del NO a la reelección. Se va sin derrotar a la guerrilla y con Marulanda muerto,  pero de viejo en las montañas colombianas. Se va sin poder agarrar a Cano teniéndolo «a tiro de as» y quejándose, para excusar esa incapacidad (bases gringas incluidas), de no poder encarcelar a los que están fronteras afuera. Bye, bye Uribe, vete para el ubérrimo y líbranos del celebérrimo discurso apocalíptico que pretende farianizar al país y de la miope idea que todo es culpa del grupo de las siglas del que ya estamos cansados y que sólo se extinguirá cuando se haga una paz seria y no caguanizada. Me quedo con el gaseoso, pero erudito discurso del venezolano, que con el regañón, moralista y vulgar dialecto del embajador nuestro.  

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