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Primero, una obviedad un poco tonta: Gustavo Cerati es irremplazable.

No es que el concierto de este 29 de febrero en el Estadio El Campín, el primero de la gira ‘Gracias Totales’, pretendiera presentar un reemplazo de Cerati: era un concierto tributo. Uno en el que cada artista invitado planteó su reinterpretación de las canciones de Soda Stereo y, por ende, su éxito no debería ser medido por ‘qué tanto suenan a Gustavo Cerati’, sino por cómo Latinoamérica fue influenciada activamente por su genialidad. Pero definitivamente, no hay energía similar a la que proyectaba él con sus propias canciones.

Por ello, el concierto deja un vacío melancólico que al final resulta insatisfactorio. No vimos a Soda Stereo. Es un síntoma complejo de las audiencias cada vez más exigentes que esperan algo imposible, como tener a Cerati vivo otra vez.

Sin embargo, Charly Alberti y Zeta Bosio hicieron lo que pudieron con lo que tenían (tal vez podían hacer más). Presentaron un formato de quinteto al sumar al guitarrista Roly Ureta en todos los solos, al rítmico y voz líder Richard Coleman y al tecladista Zorrito Von Quintiero -que estuvo con ellos entre 1985 y 1986, y luego en el último concierto-. Es decir, una mezcla genética de Soda Stereo con Fricción (Ureta y Coleman) y algo de Ratones Paranóicos (Quintiero).

Junto a ellos vino el desfile de invitados. Pero antes de hablar de eso, quisiera decir que uno de los grandes momentos del concierto es cuando Coleman asume la figura líder (guitarra y voz), en ‘Hombre al agua’. Si bien, suena tan a Fricción, es realmente el único momento en que se siente la posibilidad de un Soda Stereo existente en un mundo paralelo, en el que es posible visualizar a Coleman de ‘frontman’. Hay que recordar que en 1983 se les había unido por un tiempo como guitarra rítmica pero luego su figura parecía innecesaria frente al power trío.

Además, si un espectáculo como el visto ayer planeara cómo responder al grito de «otra, otra, otra, otra», habría sido una banda con Coleman que cantara las faltantes ‘Ella usó mi cabeza como un revolver’, ‘Nada personal’, ‘Un misil en mi placard’, ‘Entre caníbales’ (aunque ahí estaba Andrea Echeverri, que la cantó en el ‘Unplugged’), ‘Picnic en el 4° B’… pero recuerdo que en ese momento previo a que se prendan las luces, alguien a mi lado justificó: «Es que no tienen más videos preparados».

¿Qué fue lo de anoche? Un tributo pero también un videoconcierto. Uno en el que por momentos aparecía Gustavo Cerati en sus grabaciones (en ‘Primavera 0’, ‘Fue’, ‘En la ciudad de la furia’, ‘Sobredosis de TV’, con la que abrieron), con su voz y su guitarra, acompañado en un en vivo real por Alberti y Bosio, mezclados en las pantallas. Al ver al escenario, estaban ellos dos ahí, haciendo lo que se veía de ellos en las pantallas, junto a un Cerati gigante que ‘se volteaba a mirar’ a sus compañeros, como lo hacía siempre. Una imaginería visual proyectada en los páneles inmensos con un sinfín en perspectiva que resultaba aún más real cuando pasa lo que pasa en los conciertos reales: algún traspié de Bosio y ambos se miraban, entre avergonzados y auténticos.

Entonces vinieron los invitados especiales.

Hablemos de los presenciales: Mon Laferte en ‘A un millón de años luz’ (con Simón Bosio, hijo de Zeta, en la guitarra); Adrian Dargelos, en un edulcorado ‘Trátame suavemente’; Andrea Echeverri, con ‘Pasos’; Ruven Albarrán se fue con ‘La cúpula’; Draco Rosa, con ‘En remolinos’; León Larregui, con ‘Disco eterno’.

Luego, los que estuvieron presentes a través del video pregrabado: Benito Cerati, el hijo de Gustavo, en ‘Zoom’; Walas, en ‘Juegos de seducción’; ‘El rito’ vino con el chileno Alvaro Henriquez; Julieta Venegas en una versión despotenciada de ‘Signos’; la genialidad de Gustavo Santaolalla con su ronroco en ‘Cuando pase el temblor’; Fernando Ruiz Díaz, de Catupechu Machu, al que le sonaba natural ‘Persiana americana’; Juanes, con ‘Prófugos’, y Chris Martin, de Coldplay, en ‘De Música ligera’ en muy decente español.

Interesante la provocación de Benito Cerati al público, a través de las imágenes proyectadas de un beso gay en ‘Zoom’, contrastando con las del video original cuyos besos recuerda toda una generación.

En este punto, hoy en redes sociales muchos asistentes alegan que no hubo claridad en que estos participantes iban a estar solo a través del video y no presentes. No es cierto: era claro que en cada ciudad de la gira iban a alternar entre unos y otros en escenario o solo presentes. Que en cada ciudad sería sorpresa quiénes. El conflicto radica en que, precisamente, esa fórmula le da más potencia a la sensación de insatisfacción.

Sobresalen las participaciones de Santaolalla, Albarrán, Draco Rosa (aunque el sonido no le ayudó) y Mon Laferte. Se destaca por su variación la de Echeverri. Pasan sin mayor atención las de Juanes, Walas, Larregui y, muy notoriamente, Venegas.

Y no es culpa de ellos: da la sensación de que el proyecto les pedía aferrarse a sonar lo más fiel a los tempos de Cerati -y así lo anunciaron Alberti y Bosio en entrevistas previas al show-, ajustándose desde sus estilos propios, un esfuerzo a medias tintas que probablemente no funciona tan bien cuando, por ejemplo, un Juanes podría hacer muchas más cosas desde la guitarra o desde su propuesta sonora por ‘reinventar’ la música de Soda Stereo (idea que probablemente suene a sacrilegio para mucha gente). Pero es que los tributos deberían tener esa característica: revisionismos desde los otros universos de los invitados, no simplemente cantar la canción frente a una cámara para parecerse a Cerati. Por eso, lo de Andrea Echeverri es diferente y refrescante.

Lo de Chris Martin es capítulo aparte. Suena a intentar demostrar que Soda Stereo tiene un impacto global y, por eso, pongamos al británico en el clímax. Un «miren que conseguimos al de Coldplay» y no necesariamente una participación armónica. No suena mal, es decir, logra su cometido, pero parece poco justificado desde lo musical y más desde lo comercial.

Entrando a ese debate, lo comercial, pues bien, es que así es la industria del entretenimiento. No hay ningún misterio en hacer un tributo que sea también una empresa. Tampoco es nuevo: ‘Me verás volver’ y el montaje de ‘Sep7imo día’ son muestras de que esa empresa entre la familia Cerati, los Bosio y Alberti existe y no hay conflicto personal en ello. Y no debería haberlo: es ingenuo pensar que el respeto a un gran artista radica en no tocarlo, porque así es como precisamente se promueve su olvido, al dejarlo como una pieza de museo intocable. Dicho eso, también es ingenuo pensar que con Cerati vivo, todo se trataba de amor al arte. Porque sí, era arte lo que hacían, pero montar una gira o grabar discos no es solo por amor al arte.

Un sinsabor: ¿era Gustavo Cerati más bien el llamado a una reconstrucción en hologramas 3D? Sería mucho más espectacular que ver a Whitney Houston…

Particularmente, encuentro un poco aburridora la referencia eterna a ‘Gracias totales’. Lo que en un momento se volvió un mantra y a veces hasta una forma de agradecerle mucho a alguien que te hace un gran favor, que le dices «gracias… totales» (haciendo esa pausa), ya pasa al extremo del agotamiento, a que se quemó la frase. Dejemos descansar el «gracias totales», por favor.


No publicaba hace tiempos en mi blog, he estado muy ocupado con la dirección del podcast ‘El primer café’. Sin embargo, consideré que en otros países deben estar preguntándose cómo le fue a este concierto y creo que podía aportar una opinión.

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