La inmutable (incambiable) y omnipresente “Ley del Cambio”
Juan, el cambio es una cosa bien rara.
¿Cierto, don Bruno? No parece tener brújula.
Pero si algo tiene brújula, Juan, es el cambio.
La única ley de la naturaleza que es absolutamente inmutable, o sea, Juan, que no se puede cambiar, es el propio cambio.
Y lo último que va a pasar en el desenvolver de la creación pasará debido a su último cambio.
Juan, hágase la luz, hubo el gran estallido, y la creación empezó, y empezó en su primera infinitésima fracción de segundo con un cambio.
El primer cambio fue de nada, al primer paso, hacia todo. De nada, al asombro infinito.
Y, Juan, no han podido refutar que todo vino de nada, por mucho que hayan tratado, sobre todo Steven Hawkins, el de los hoyos negros, siempre empeñado en demostrar que Dios no tiene que existir y sacando mucha carreta para comprobarlo, pero no pudo.
Con los cambios que sucedieron a partir de la energía, la gravedad y el hidrógeno, todo lo que hasta ahora pudo existir existe.
Así llegó a existir el cerebro humano, que inexplicablemente es mucho más (¡pero mucho más!) inteligente de lo que necesita ser para sobrevivir, aun como cerebro de la especie suprema.
Pero el mismo cerebro humano, por inteligente que sea, no es capaz de imaginarse algo mejor que la creación dentro de la cual existe.
Es más, no es capaz de imaginarse nada distinto a la creación en que existe.
Y desde el cambio de la nada al comienzo del todo, lo que vamos a llamar la “Ley del Cambio” ha sido la ley inmutable y omnipresente de la creación, que dio como resultado el emerger del máximo trofeo de la creación que es la humanidad, que lleva no más de alrededor de 250.000 años, en una creación que ha durado hasta ahora casi 14.000.000.000 años.
¿Juan, por qué se creó el cambio como fenómeno intrínseco de toda la creación?
Para que hubiera evolución, Juan.
Evolución, Juan, es la segunda ley inmutable y omnipresente de la creación. La evolución, Juan, no es más que el cambio en acción.
Mediante el cambio, Juan, todo ha estado evolucionando constantemente, sin parar por un solo segundo, desde el primer instante hace casi 14 mil millones de años.
La materia ha evolucionado desde el más simple gas hasta los metales preciosos, hasta el oro.
La materia evolucionó a través de enormes cambios, logrados por medio de las inimaginablemente poderosas fuerzas físicas involucradas en la creación y destrucción de las estrellas, hasta crear los elementos que hicieron posible que usted y yo existiéramos, Juan, y que la humanidad tomara su lugar en la creación.
Y el planeta tierra, por medio de la evolución de la materia y la creación y evolución de la vida, tomó su lugar como el paraíso de la creación.
Y la vida, Juan, apareció y evoluciona por la fuerza del querer.
Todo lo que la vida quiere, si lo quiere de la manera acertada, lo obtiene.
La vida llegó a existir por el querer de lo que fue más cercano a ella en ese entonces, probablemente las proteínas.
¿Por qué se partió en dos el organismo unicelular para llevar a la vida compleja? ¡Porque quiso!
No siempre lo que quiere la vida y lo obtiene por quererlo de la manera acertada logra establecerse, pero ello mismo crea un nuevo querer, y así la evolución de la vida llegó a querer que la humanidad existiera, y aquí estamos, y ojalé logremos responder a semejante privilegio.
Sí, Juan, porque la especie humana fue creada con una gran responsabilidad.
En los hombros nuestros, Juan, en los hombros de los humanos está la responsabilidad de llevar a la creación hasta su primo logro de la estabilización de la creación misma.
Nosotros, los humanos, no solo podemos determinar nuestra propia evolución, sino que ya estamos obligados a hacerlo por haber llegado a tener inteligencia divina.
¿Pero qué es lo que está pasando, Juan?
La humanidad no está consciente de que todos los cambios desde hace mucho tiempo, y por cierto de ahora en adelante, que afectan a los humanos y a su hogar, el planeta tierra, dependen de la humanidad misma, porque hasta los cambios más decisivos de la naturaleza dependen ya del comportamiento del hombre.
¡Por haber logrado divina inteligencia a los humanos nos corresponde la responsabilidad completa, innegable, inevitable e ineludible por el futuro de nosotros mismos y de nuestro hogar!
Es como pasar de niño a adulto, Juan.
¿Ante semejante responsabilidad, Juan, cuál es la triste realidad de la adultez del hombre?
Estamos nosotros, los humanos, Juan, actuando como niños resabiados, sí, pero más como niños perdidos y con miedo, sin dirección y con liderazgo ciego.
El tuerto es rey si sabe para dónde va. Si no, cae por el precipicio.
Esos cambios cada vez más acelerados y alocados, Juan, son adoptados por individuos y luego se vuelven masivos.
Pero, Juan, cuando hay que hacer un cambio colectivo, al hombre le da una mezcla tan poderosa de pereza con susto que no cambia colectivamente, aunque el cambio sea para mejor.
Ahora, Juan, la ley natural de la creación de riqueza llevaría a todo hombre a riqueza Ilimitada. Pero esa ley no es posible llevarla más allá de la limitación de recursos del planeta tierra, o más allá de los efectos del consumo de esos recursos sobre la salud del hogar del hombre, el planeta tierra.
El hombre tiene que dejar de ser niño y volverse adulto.
El hombre tiene (¡ya mismo!) que encargarse de su propia evolución.
Gracias a la sabiduría inherente de la creación, el hombre ha adquirido inteligencia divina, por lo cual el hombre ya es el responsable de los cambios que afectan su vida y su supervivencia.
Y la principal actividad que tiene el hombre, y su propio medio de sostenimiento y supervivencia, es evolucionar (¡Cuánto antes!) a esa ley natural de su creación de riqueza.
Y el hombre, el hombre niño resabiado, con la total ceguera del niño, ha estado siempre y sigue llevando a cabo la ley de la creación de riqueza, sin ajustarla acorde a las repercusiones que tiene sobre el hombre mismo y su hábitat, sabiendo muy bien el hombre las consecuencias de esas repercusiones y pudiendo calibrarlas, de acuerdo con sus propias necesidades y del cuidado de la naturaleza del planeta tierra, su hogar inescapable.
Sobre la evolución de la ley de la creación de la riqueza del hombre hablaremos mañana, Juan.
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