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A raíz de la demostración de poder militar que varios actores -tanto Estados como grupos religiosos radicales -han venido realizando en los últimos días, las reflexiones sobre la posibilidad de una tercera guerra mundial, así como las revisiones de fragmentos de varias profecías relacionadas con el fin de los tiempos, han vuelto a estar a la orden del día.

Guerras, injusticias y pobreza, devastación ambiental, tragedias humanitarias, fragmentación de bloques geopolíticos, regímenes autoritarios, son temas que se superponen de manera preocupante, y no precisamente en libros o películas de ciencia ficción, sino en las conversaciones cotidianas y en los titulares de los medios.

Si bien se ha demostrado científicamente que los pensamientos apocalípticos pueden ayudar a la supervivencia, en tanto que nos preparan para afrontar escenarios críticos y elevan los niveles de tolerancia a las dificultades y retos personales diarios, acostumbrarnos a estas visiones por  multiplicación de ‘falsas alarmas’ puede resultar catastrófico.

Tal como se narra en la historia del ‘pastorcito mentiroso’, hemos tenido en los últimos años tantos anuncios relacionados con la inminente caída de nuestra civilización (por modelos fallidos de producción y consumo, inadecuada interacción con el medio ambiente, intolerancia racial, política y religiosa, etc.), que las noticias que nos advierten sobre las crisis que hoy se viven en el planeta ya no nos mueven como deberían movernos.

Estamos al parecer ‘desensibilizados’ y, lo peor de todo, tal vez resignados a afrontar las consecuencias del modelo de civilización que hemos construido colectivamente y que, por desgracia, ha demostrado ser poco sostenible.

Sólo de esta manera se explica que mientras la creatividad tecnológica y empresarial no cesa de dar frutos sorprendentes y positivos, las ciencias sociales, encargadas de perfeccionar el marco de interacción entre las colectividades para garantizar la provisión de bienes y servicios y la convivencia pacífica y armoniosa entre los pueblos, estén congeladas desde hace muchas décadas.

La misma capacidad humana que se utiliza para crear robots y llegar a marte, podría estar siendo empleada para que nadie en el planeta sufriera de hambre  ni perdiera la vida en hechos violentos. Lamentablemente, generar un cambio en la economía o en la política, no nos parece vital. Gran error, pues de un cambio en estos modelos, es que depende, precisamente, la supervivencia del planeta.

Me pregunto: ¿Por qué no nos podemos pensar más allá de los Estados o del mercado? ¿Cuándo la aceptación de un apocalipsis sedó nuestra capacidad de reinventarnos?

Epílogo: La historia nos muestra que las grandes catástrofes han sido el motor de los principales cambios de la humanidad. Ojalá esta vez tengamos la capacidad de evitar que la fuerza de las circunstancias sea la que nos lleve a entender la obsolescencia de nuestros modelos actuales, basados en el ego y no en la cooperación. Estamos a tiempo de despertar.

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