Debo decirles con sinceridad que desde hace cierto tiempo, sólo leo las noticias por internet en pequeños breaks escondidos que tomo durante mis actividades laborales. Sin embargo, eso no es todo lo que debo confesar: suelo demorarme más leyendo los comentarios que se forman alrededor de una noticia que la misma información que esta contiene.
Los comentarios son diversos, pero podrían ser clasificados principalmente en tres categorías:
• Correcciones, ampliaciones o sugerencias al periodista sobre la redacción o la ortografía.
• Insultos o burla de todo tipo: a la oposición o a la derecha, al presidente o algún personaje de la vida pública, o inclusive a uno que otro comentarista.
• Ampliación o retroalimentación de una noticia con ejemplos o hechos concretos que además suenan creíbles y con los que en muchas ocasiones una persona argumenta su posición.
Algunas veces, las opiniones me parecen más entretenidas y reflexivas que la misma noticia porque en innumerables ocasiones me ha servido para construir o cambiar paradigmas o ideas preconcebidas y fue fácil darme cuenta que el aporte de otra persona, podría fácilmente derribar lo que yo daba por sentado.
Además, siento que el espacio virtual nos brinda una libertad de participación que no siempre tenemos pero que anhelamos. Si no fuera así, no habría diez o veinte comentarios cuando una noticia tiene cinco minutos de haber sido publicada o no sentiría la necesidad imperiosa de intervenir en casi todas las noticias que me resultan interesantes.
A pesar del aparentemente alentador panorama de la participación democrática en su máxima expresión, creo que algunas opiniones recurrentes deberían preocuparnos. Los comentarios reflejan una nación sumamente polarizada, que divide a sus ciudadanos en uribistas o de la oposición y que además, se maltratan verbalmente entre sí de muchas maneras sin que la discusión a veces tenga sentido.
También reflejan la poca importancia que se le da a la argumentación de las opiniones, y como muchos actúan como simples “borregos lógicos” que siguen a la multitud y defienden una posición que no tienen clara en su cabeza, pero tienen la certeza que el otro es el que está equivocado y no merece ni siquiera el derecho a expresarse.
El problema no es la divergencia de opiniones, es la rudeza con la que a veces tratamos a aquel que no comparte nuestro sentir y la forma en como lo rebajamos porque no piensa igual a nosotros. Es el rechazo del “otro” y la pluralidad en el espacio virtual y la forma como invalidamos la diferencia. Es la intolerancia y la beligerancia que promulgamos virtualmente y que sencillamente son una muestra más de la nación violenta y conflictiva que somos en este momento.
El espacio virtual debe estar compuesto y regulado por el respeto e igualdad. Si llegamos al punto donde podemos sostener una discusión civilizada con alguien cuya forma de pensar es opuesta, pronto estaremos cerca de traspasar esta actitud a la vida real, de abrazar a aquel que se encuentra detrás del teclado y que muy probablemente es un colombiano cualquiera que solamente desea ser feliz y vivir tranquilo.
Por: Angela Bohórquez
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