No es claro saber qué queremos ser en la vida, y es quizá una de las preguntas más difíciles de contestar, más aún cuando somos adultos. Nuestro horizonte se ve confuso, porque estamos atrapados en la cotidianidad, en las responsabilidades y terminamos haciendo lo que sabemos hacer y hacemos bien, pero no lo que soñamos desde niños.
En la infancia muchos quieren ser héroes como policías, bomberos, soldados, enfermeros y veterinarios, pero a medida que pasan los años y comprendemos la difícil vida de estos entregados profesionales, en un mercado que no reconoce sus esfuerzos, dejamos atrás esa idea y comenzamos a contemplar sueños aún más improbables como triunfar como deportistas o cantantes, pero nuestras propias capacidades se encargan de matar estas opciones.
En el fondo, sabemos que estamos muy influenciados por lo que hacen nuestros padres, y en la historia de la humanidad, es común ver que hijo de herrero será herrero, y dicen que esa fue la base del éxito de Mozart, porque descendía de muchas generaciones de músicos.
Mi caso fue más confuso. Al salir del colegio no sabía qué quería estudiar, y como muchos tenía la enorme confusión de pensar que mi futuro dependería de lo que estudiara, lo cual es una mentira del sistema educativo, de la tranquilidad de nuestros padres y del modelo en que vivimos. Yo pensé en ser cura, por la inspiración que me dio el Cura Sánchez – Rector del Emilio Valenzuela, e incluso pensé en ser militar por el linaje de mi familia, pero en ambos casos, mis padres no estaban muy de acuerdo, y en ese momento no luché por mis propias decisiones.
Estudié economía, más por seguir los pasos de mi hermano, a quien admiro profundamente y en muchos casos ha sido un ejemplo a seguir; pero la vida me llevó de tumbo en tumbo, de piedra en piedra, hasta ponerme en el mundo del mercadeo, y muy en la lucha por lograr que los consumidores estén satisfechos.
No existe carrera profesional ni universidad que dicte las materias para hacer lo que yo hago hoy, y no me queda fácil decir el nombre de mi profesión, y simplemente la resumo en ser consultor estratégico de mercadeo, que de por sí es complejo de entender.
En una conversación que tuve con una alumna hace poco, me quedó dando vueltas en la cabeza la pregunta de este texto, “¿Soy hoy lo que me prometí cuando niño?”, y la respuesta inesperadamente es Sí.
Desde niño, fui callado, algo aislado, silencioso, pendiente de todo lo que pasaba a mi lado, con enormes influencias por el hábito de la lectura que me abrazó desde niño, pasando de los maravillosos textos de Sherlock Holmes, hasta los libros de estrategia militar de la biblioteca de mi abuelo; en el mundo de los Scouts, encontré diversión, disciplina, mística, retos y un nivel de desarrollo inesperado, pasando de ser un simple niño, hasta estar metido en la dirección de eventos nacionales, comprendiendo los enormes dolores de los adultos y sus necesidades de poder y reconocimiento. En el camino del escultismo, aprendí mucho más que nudos y técnicas de cocina (cosa que hoy adoro hacer en mis ratos libres) logrando desarrollar un rol de liderazgo pasivo, que me ha permitido hoy ser empresario, escritor, docente, conferencista y hasta asesor de grandes organizaciones.
De una u otra manera, el ser Scout tuvo mucho que ver con mi deseo de ser cura y militar, porque en ese mundo, se funden ambas situaciones de manera increíble, y quizá allí nació mi necesidad de la mística y de la disciplina y el orden, que me han permitido crear empresas, no sólo con la visión de negocio, sino como espacios de pertenencia profunda.
Pero en ese mundo complejo de luchas de poder de los adultos pasaron dos cosas fundamentales. La primera, con Luis Diaz Matajira, nos prometimos llegar a dirigir al Banco de la República, para hacer que el país estuviese mejor, aunque el camino nos ha llevado por otras sendas a cumplir con esa misión, él dirigiendo la carrera de administración de empresas en la Universidad de los Andes y yo, con mi RADDAR por todos lados; la segunda, fue diferente, profunda y transformadora, porque comprendí que en el mundo de los adultos, lo importante era el poder, la riqueza, el reconocimiento y la necesidad de tener la razón, y en esas luchas se les olvidaba lo obvio: hacer felices a los niños que eran scouts en Colombia, y comprendí que el rol de las instituciones es satisfacer a la gente y no saber quién es más poderoso que otro.
Muchas otras cosas pasaron por mi vida. Jugué tanto voleibol en el colegio, que a mis papás alguna vez les dijeron que yo estudiaba voleibol y entrenaba bachillerato, eso me llevó a vestir orgulloso el uniforme de la Selección Nacional, no como uno de los mejores, sino siendo la banca de la banca, porque mi altura nunca estuvo a la “altura” de lo que se esperaba. Pero de esto me quedaron muchas cosas, y tuve ese enorme honor de representar a mi país ante el mundo.
Viví muchos momentos económicamente difíciles, de mi familia y míos propios, y allí comprendí que con constancia y disciplina se puede salir adelante, siempre poniéndole el pecho a las responsabilidades y cumpliendo con la palabra, pese a que las cosas lo hagan continuamente difícil.
Hoy soy un consultor estratégico de mercadeo, que de alguna manera he logrado encontrar la forma de explicar lo que pasa en el mercado y las personas, de una manera que muchos más entienden y pueden tomar mejores decisiones en sus empresas e instituciones, para que sus consumidores estén más satisfechos. Y algunas veces, cuando camino por la calle y veo una publicidad o una estrategia empresarial o pública que sé que yo ayudé a diseñar, me emocionó enormemente, sobre todo cuando veo que un niño sonríe disfrutando ese producto o porque sirvió para conquistar algún amor, incluso el de un padre por un hijo.
Pero todo esto no resuelve la pregunta, ¿soy hoy lo que me prometí cuando niño?, porque estudié economía y esto casi me convierte en un econometrista disciplinado, que casi se hunde en más en la ciencia que en la realidad. La verdad, es que nada de lo que hubiese pensado que podría estudiar me hubiera llevado al bello sitio donde estoy hoy, donde puedo escribir lo que he aprendido para compartirlo, puedo asesorar a muchos para hacer las cosas mejor y sobre todo puedo ser profesor de los que en el futuro están llamados a cambiar al mundo.
¿Soy hoy lo que me prometí cuando niño?, sí, lo soy. Cuando era niño, Juan Manuel Albornoz – mi primer jefe Scout – me pidió hacer la promesa para recibir mi pañoleta, leyó en la finca de Pacho Fajardo en Subachoque, las palabras de una persona que ha sido y será la influencia de mi vida, Sir Robert Baden Powell, fundador del movimiento Scout, exgeneral del Reino de Inglaterra y un campista por excelencia, en su última carta al movimiento: “Traten de dejar este mundo en mejores condiciones de como lo encontraron; de ésta manera, cuando les llegue la hora de morir, podrán hacerlo felices porque, por lo menos, no perdieron el tiempo e hicieron cuanto les fue posible por hacer el bien”.
Hoy sé que intento cumplir con ese sueño que me puse desde niño: dejar al mundo mejor de como lo encontré, y afortunadamente, en el camino me encontré con la oportunidad de ayudar a todos los que puedo gracias al mercadeo, demostrándole a todos que el objetivo de toda empresa es satisfacer las necesidades del consumidor, pero les juro que de niño no tenía la más remota idea de qué quería hacer en la vida.
Por si le interesa, ayer escribí que sobre por qué Juan Manuel Santos se gano el Nobel de Paz
Camilo, que buen post… soy Scout y todos los días me pregunto cómo ser feliz… pues así como tu lo dices… haciendo todo por dejar este mundo en mejores condiciones… soy una excelente psicóloga por si algún día buscas una… Siempre Lista para Servir!!!! Un fuerte apretón de mano izquierda.
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